Por Moisés Garzón Serfaty
Las gestiones del secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, han conseguido que el gobierno de Israel y la Autoridad Nacional Palestina se sienten a negociar para resolver el conflicto que los opone desde hace décadas, lo que supone un nuevo aliento a la paz. ¿Será que a la enésima va la vencida?
Pareciera que los palestinos, seguramente con la anuencia de sus hermanos árabes, decidieron abandonar la estrategia de negarse a negociar la paz con Israel sin condiciones previas y regresar al diálogo franco y abierto que conduzca a la solución de dos Estados para dos pueblos, que vivan en seguridad dentro de fronteras mutuamente aceptadas y convenidas.
El tema de la seguridad es de gran importancia para Israel, y como tal debe ser reconocido por la Autoridad Nacional Palestina, así como que de lo negociado hasta hace algunos años, cuando las conversaciones se suspendieron, el resultado evidente de esas negociaciones y de la labor conjunta con Israel fue beneficioso para los palestinos, como son la estructura de Estado, el aparato de seguridad, la infraestructura física, el crecimiento económico, la creación de instituciones educativas, judiciales y otras.
Pareciera que aceptan que el pueblo judío tiene derecho a la autodeterminación nacional y a que Israel sea un Estado judío, en el que las minorías gozan de los mismos derechos civiles, con pleno respeto a sus creencias religiosas y manifestaciones culturales, por ser, como lo es desde su fundación, un Estado democrático.
Al parecer, aceptan también desistir de las guerras, los ataques terroristas, la deslegitimación de Israel en el ámbito internacional, cesar sus ataques en medios universitarios, la prensa, organizaciones humanitarias, cortes judiciales y corporaciones, con llamados a boicots, sanciones, desinversión, aislamiento, acusaciones infundadas y absurdas y, simultáneamente, amenazas de exterminio. Estas campañas y amenazas no han ayudado en absoluto al pueblo palestino a tener su propio Estado. En este punto, se puede afirmar que han fracasado.
Pareciera que, finalmente, los palestinos han comprendido que es inevitable que las conversaciones directas les llevarán, al igual que a los israelíes, a hacer concesiones dolorosas, compromisos difíciles, sacrificios necesarios, ineludibles, pero que se muestran como la única vía para alcanzar un acuerdo definitivo, duradero, y que ambos pueblos puedan vivir en paz, lo que beneficiaría a ambos, pero en mayor medida a los palestinos, contribuyendo de paso a la estabilidad de la región.
El mutuo reconocimiento implica las negociaciones de paz, reconocimiento que Israel siempre ha mantenido, siendo su política la del establecimiento de un Estado palestino. Hasta ahora han sido los palestinos y sus hermanos árabes los que han obstaculizado la solución al problema. Recordemos que los judíos aceptaron y los árabes no, el Plan de Partición de Palestina acordado por la ONU en 1947, y que al término del Mandato Británico en Palestina, en mayo de 1948, el yishuv en Eretz Israel declaró la independencia del Estado de Israel. Los árabes declararon la guerra al Estado recién fundado y lo atacaron, siendo derrotados, al igual que en otras guerras iniciadas por ellos. Recordemos también los famosos “tres noes” de la conferencia de la Liga Árabe en Jartum: no reconocimiento, no conversaciones, no paz con Israel. Confiemos en que ahora esos “noes” se trasformen en tres “síes”: Sí al reconocimiento, sí a las conversaciones, sí a la paz.
Esperemos que al final de estas reuniones se alcance un acuerdo satisfactorio para ambas partes y, en esa esperanzada espera, digamos parafraseando los versos del poema de las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer:
Volverán a sonar en Medio Oriente
las benditas trompetas de la paz,
pero aquellas que llamaban
al odio la destrucción y la muerte,
esas, no volverán.
Amanecerá y veremos.