Por Zeev Hagali
Las raíces de mi identificación con la vida que he elegido, “¡Shomer una vez, shomer para siempre!”, se remontan a 1931, el año de mi nacimiento en Alemania, de la fundación del ken de Hashomer Hatzair en Berlín y de la creación del kibutz Ein Hahoresh.
En la madrugada del 13 de octubre de 1955 descendimos del barco Negba en el puerto de Haifa, y así fue como Batia, nuestros compañeros del ken de Hashomer Hatzair en Chile y yo empezamos el año 5716 y nuestra vida en la tierra de nuestros antepasados. Para mí fue ese el punto inicial de nuestra vida familiar y el final de un deambular de ocho años por tres países, en busca de la salvación.
Hoy en día me complazco de haber logrado sobrevivir y reconstruirme gracias a la guía ideológica de Hashomer Hatzair. En Alemania y Holanda dejé atrás a mis amigos de infancia, que junto a sus familias pagaron con sus vidas el precio de no haber creído que un pueblo de tan vasta cultura descendería a niveles de crueldad salvaje como esa.
Esa era la visión de mundo de Omi, mi abuela, que se negó a emigrar con nosotros pero logró sobrevivir en el gueto de Terezin y unirse finalmente a nosotros en Chile. En sus últimos años pudo también integrarse a la vida en nuestro kibutz, junto a mis padres, en un lugar tan alejado de su identificación política y judía. Ellos llegaron a disfrutar de la alegría de sus nietos y bisnietos y de una rica vida social y cultural a la que probablemente no habrían logrado acceder en Chile.
En 1942 fui el participante más joven en el campamento de verano de Kidma, el primero del primer movimiento juvenil sionista en Chile. Era un movimiento de iekes, hijos de refugiados entre los que se contaban tres exmiembros del ken de Hashomer Hatzair en Berlín, que nos mostraron el rumbo y nos condujeron rápidamente hacia Hashomer Hatzair. Cabe señalar que nuestra incorporación al movimiento mundial estuvo acompañada de dos condiciones: no reconocer a Stalin como líder de la izquierda y no aceptar la creación de un Estado binacional como solución para la convivencia pacífica con los árabes. En aquellos tiempos, Meir Yaari nos definió como “trotskistas”, mientras que Yaakov Hazan nos aceptó.
Gracias a la buena guía recibida en mi juventud y a un hogar tolerante, obtuve el consentimiento para la definición de mi formación profesional. Esto fortaleció mi elección de una carrera y me llevó a decidir mi futura ocupación, que facilitó en gran medida mi integración a la vida en el kibutz, la región y el país. No caben dudas de que las actividades que dirigí en el ken de Hashomer Hatzair, la capacitación que recibí en Chile y mi participación en actividades comunitarias contribuyeron a definir mi personalidad y plasmaron el carácter shómrico con el que me despierto cada mañana, feliz de poder hacer algo en pro del medio ambiente y la sociedad.
“¡Shomer una vez, shomer para siempre!” Ir de aquí para allá, ese es el anhelo del shomer.
Fuente: Aurora Digital