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Por Beatriz W. De Rittigstein
Tras el discurso del presidente de Irán, Hassan Rohani, ante la Asamblea General de la ONU, se apreció un nuevo ambiente. Sin embargo, pese a sus palabras amables, su actitud calmada y esperanzadora, resulta difícil creer en este giro que pareciera dar el recién inaugurado gobierno iraní, pues existen otras señales que el mundo Occidental no ha querido ver, pero que nos hacen sospechar de un doble juego. De hecho, ya se han vivido experiencias semejantes cuando Jatami fue presidente y mostró una imagen grata.
La motivación de Rohani apunta a la suspensión de las sanciones impuestas por la ONU, con el objetivo de sacar a Irán de la crisis económica. Así, The Jerusalem Post observó que, "Rohani es el mismo que en el pasado se jactó de haber engañado a la comunidad internacional en las conversaciones del Grupo 5+1", sobre el programa nuclear de Irán.
Por otra parte, mientras Rohani muestra una faceta cordial hacia Occidente, ocurre lo contrario hacia Israel, prosiguiendo con la habitual belicosidad del régimen de los ayatolas. En agosto, poco antes de la toma de posesión, participó en una manifestación en Teherán, por el Día de Al Quds, en la cual aseveró que "el régimen sionista ha sido una herida en el cuerpo del mundo islámico durante años y la herida debe ser eliminada".
Con respecto al Holocausto, Ahmadinejad escandalizaba con una permanente negación. Rohani generalizó el hecho histórico hasta relativizarlo; ello, de ninguna manera significa una evolución; son estilos distintos, pero ideas análogas.
Incluso si las intenciones de Rohani fueran positivas, el auténtico poder en Irán no ha variado, sigue estando en manos de Jamenei, máximo líder religioso, que apoya el supuesto cambio por un interés práctico.

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