Por Beatriz W. De Rittigstein
Hace unos días, la joven paquistaní Malala Yousafzai, activista de los derechos de las mujeres y debido a ello, perseguida y atacada por los talibanes, fue galardonada con el Premio Sajarov 2013 a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo. De esta forma se unen las vidas de dos valientes personajes que, cada uno en su tiempo, en su generación y en su país, se transformaron en paradigmas del combate contra el extremismo en busca de la libertad y del respeto a los derechos humanos.
Andrei Sajarov, en cuyo homenaje se creó tan célebre distinción, fue un notable físico moscovita, disidente del sistema comunista pese a que, por su meritoria carrera, podía disfrutar de condiciones privilegiadas, negadas a cualquier soviético. De hecho, siendo joven, su trabajo en el desarrollo de la fusión nuclear y en la fabricación de la primera bomba de hidrógeno de la URSS, le valió el nombramiento como miembro de la Academia de las Ciencias.
Durante décadas denunció públicamente, aprovechando su prestigio internacional, la represión del aparato estatal, la exclusión científica, la falta de libertades políticas y las violaciones a los derechos humanos por parte del régimen soviético. Junto a su esposa, Yelena Bonner, activó en favor de la paz y de un modelo democrático. El matrimonio fue perseguido, desposeído de sus bienes y desterrado. Pero el mundo le dio su apoyo como símbolo de la lucha contra la dictadura comunista, a través del Premio Nobel de la Paz 1975.
Sajarov escribió un ensayo: "Paz, Progreso y Derechos Humanos", tres elementos dependientes; no se puede lograr uno sin los otros. Frente al peligro de las tiranías, esa experiencia debe prevalecer, brindando respaldo a todo disidente contra la opresión.