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Por Gabriel Chocrón
Hace unas semanas se volvió a vivir en Israel un fin de semana de tristeza y sobresaltos. En apenas dos días el Estado judío volvió a una década atrás, pues fueron asesinados dos soldados israelíes, recordando los sangrientos tiempos de la segunda intifada. Los periódicos volvieron a llenarse con las caras, historias y recuerdos de inocentes jóvenes que defendían a su país.
Ahora, cuando Israel y la dirigencia palestina se sientan a negociar la paz, es necesario hacer la debida reflexión. El caso del soldado Tomer Hazan (ZL) puede servir como analogía a las negociaciones de paz.
Hazan fue asesinado cuando acompañó a Nadal Amar, un palestino que trabajaba con él, a su casa en los territorios de Judea y Samaria. Más allá de las especulaciones de por qué Hazan acompañó por su propia voluntad a Nadal Amar, lo cierto es que confió plenamente en Amar y fue con él hasta Qalqilya. Amar se aprovechó de su confianza, lo asesinó a sangre fría y escondió su cadáver para canjearlo por su hermano, Nuradin Amar, preso en Israel condenado por terrorismo.
Usando este caso como comparación, podemos entender la realidad de las negociaciones palestino-israelíes. Hace 20 años se firmaban los Acuerdos de Oslo entre Itzjak Rabin y Yaser Arafat. Rabin, ferviente creyente en la paz, confió en Arafat y puso en sus manos la vida de miles de israelíes. La dirigencia israelí decidió creer en el Arafat que hablaba de paz (y no en aquel que, en árabe, incitaba al terrorismo), y firmó con él los acuerdos más importantes, y a la larga fracasados, del conflicto árabe-israelí. Apenas unos años después, ese mismo Arafat era quien llamaba al pueblo palestino a convertirse en mártires, atentando contra la vida de miles de israelíes en la segunda intifada. Israel confió en Arafat y este respondió con olas de atentados.
Ahora Tzipi Livni, bajo la tutela del gobierno de Netanyahu, negocia con el gobierno de Mahmud Abbas un nuevo acuerdo de paz. En Israel hay quien quiere volver a confiar en la dirigencia palestina y verla como socio para la paz. Lamentablemente, los hechos no señalan que esta confianza esté justificada todavía.
Como ejemplo, hace apenas unos días el mismo Mahmud Abbas escribió un discurso (leído luego por Jibril Rajub) donde alababa a Abu Sukkar, un terrorista de al-Fatah que asesinó a 15 personas, diciendo “vivió como un gigante y murió como un gigante… el más noble de los nobles”. La Autoridad Nacional Palestina sigue incitando al terror y alabando la actividad terrorista, cosa que Israel no puede permitir.
Es importante señalar que el asesinato de Tomer Hazan es consecuencia de la mano débil de Israel, presionado por el gobierno de Obama, a la hora de liberar a terroristas palestinos. La reciente liberación de terroristas, para dar inicio a las negociaciones, abre la puerta a acciones como la citada, en la que palestinos buscan aprovecharse de la confianza israelí para intentar liberar a familiares condenados por terrorismo apresados por Israel, como el caso del hermano de Nadal Amar. Si Israel no hubiese liberado terroristas palestinos, Nadal Amar nunca habría considerado esta opción para traer a su hermano a casa.
Tomer Hazan confió, y fue con su “amigo” hasta Qalqilya. Israel debe tener cuidado antes de llegar a lugares y decisiones que puedan ser peligrosas para sus ciudadanos. El recuerdo de Tomer Hazan debe servir como enseñanza para que el liderazgo israelí sepa dar su confianza solo a quien la merece, con hechos y no con palabras. Israel quiere la paz, pero para eso debe poder confiar en un liderazgo palestino responsable que no hable de paz y se prepare para la guerra.

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