Por Salomón Baum
La cúpula azul que llamamos cielo, y que siempre señalamos como el sitio donde se encuentran Dios y sus ángeles, es en realidad la atmósfera (el aire) que adquiere ese color al ser penetrada por los rayos solares. De noche, cuando el Sol alumbra el otro lado del planeta, el cielo es negro y se observan muchas estrellas, sobre todo de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ese es el verdadero color del Universo: negro, y allí no hay cielo como nosotros, la mayoría de los humanos, aún lo concebimos. Lo que hay, sí, es un espacio cuyos límites todavía no se conocen, y que es tan inmenso que desafía la capacidad de comprensión de la mente humana.
Las viejas creencias y dogmas, que tienen más de 3000 años, aún persisten hoy día a pesar de sus contradicciones que la ciencia ha demostrado. Y es que es muy difícil que el hombre logre deslastrarse de su centralismo y pueda comprender y aceptar, al menos parcialmente, su intrínseca pequeñez en el universo. En la medida en que logre hacerlo podrá comprender, cada vez mejor, la verdadera dimensión de Dios, y ello a su vez le permitirá superar los conflictos, las guerras, y muchos otros males que asolan a la humanidad, para dedicarse a fines superiores que permitan la continuidad biológica del planeta y de las especies que en él habitan. Esto como una contribución única con nuestro creador, y creador de los miles de millones de mundos que existen en el Universo.
Uno de los peores males que ha asolado a la especie humana desde los albores de la civilización es la lucha por imponer un Dios o una religión sobre otra. Las guerras religiosas han sido el peor azote de la humanidad, y el más absurdo, si consideramos que el concepto del “Monoteísmo Ético” (La historia de los judíos, Paul Johnson, 2006) ha sido adoptado por las tres religiones monoteístas, que proclaman el mismo Dios único, creador del Universo. Tratar de imponer su particular forma de adorar a Dios no solo ha sido un objetivo que se ha propuesto lograr cada una de las tres religiones, sino incluso las diferentes sectas dentro de cada religión, y muchas veces ello ha sido a sangre y fuego.
En pleno siglo XXI, y a pesar de los grandes avances de la ciencia, las guerras religiosas continúan teniendo vigencia. Diariamente mueren asesinadas decenas de personas en nombre de una religión o de una secta. ¿Cuándo y cómo podrá erradicarse ese terrible flagelo? Imposible predecirlo. Pero es posible que solo una amenaza o presencia exoplanetaria lleve a la especie humana de este pequeño y perdido punto azul a una reflexión profunda, que le permita comprender la verdadera dimensión de Dios y lo absurdo de continuar propiciando su autodestrucción.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita