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Por Julián Schvindlerman
A partir de la década de 1930 los nazis buscaron eliminar toda presencia judía de la industria del cine alemán e impusieron una censura severa a la creatividad. Como resultado de ello, prominentes cineastas abandonaron el país para dirigirse, entre otros destinos, a los Estados Unidos, donde forjaron carreras notables y legaron películas asombrosas: Billy Wilder, Paul Henreid, Fritz Lang, Hedy Lamar, Perer Lorre y Max Ophlüs por nombrar algunos. Así es que indirecta e involuntariamente el Tercer Reich contribuyó al crecimiento de Hollywood.
Últimamente, algunos historiadores se han preguntado si Hollywood también fue útil a los nazis de algún modo. Un par de ellos han respondido afirmativamente en sendos libros que denuncian los vínculos entre los estudios de cine de California y el régimen de Adolf Hitler. En Hollywood y Hitler: 1933-1939, Thomas Doherty mostró que pocos films creados en Hollywood abordaron la temática del fascismo y que mayormente eludieron retratar los acontecimientos de Europa en ese período oscuro. Recién en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial Warner Bros. publicó una película que condenaba abiertamente a la dictadura Hitleriana en Confesiones de un espía nazi, de Anatole Litvak (1939), film que antecede a la famosa El gran dictador de Charles Chaplin (1940).   
Pero una cosa es ignorar las aberraciones de los nazis y otra cosa es coquetear o incluso hacer negocios con la Alemania de Hitler, tal como Christopher Bray, biógrafo de Michael Caine y Sean Connery, ha observado en The Wall Street Journal. Y aquí es cuando el segundo autor en cuestión -Ben Urwand en La colaboración: el pacto de Hollywood con Hitler- parece haber metido el dedo en la llaga. Ciertamente los ejecutivos de Hollywood, entre quienes se contaban numerosos judíos, eran antinazis. Por caso, en 1938 Leni Riefenstahl arribó a Los Ángeles con la esperanza de lograr un jugoso contrato. Cuando ella negó que los nazis fuesen antisemitas, aún conocidos los hechos de la Kristallnacht ese mismo año, un director de cine le dijo que lo único en lo que en Hollywood podrían interesarse era en “películas sobre una autopsia del cerebro de su novio”, una alusión a Goebbles o Hitler seguramente. Pero el hecho de que la cineasta de Hitler haya sido recibida en primer lugar, da cuenta del nexo que existía entre los productores estadounidenses y la Alemania nazi.  
Es sabido que Hitler era un fanático de Laurel & Hardy y de Mickey Mouse, aunque despreciaba a Tarzán. Su afecto por personajes de Hollywood facilitó el ingreso de las películas norteamericanas a Alemania. Pero con ciertas restricciones ajustadas al gusto ideológico del mandamás nazi. Aquí es donde la colaboración de Hollywood se hizo palpable. Con tal de no perder el lucrativo mercado alemán, algunos estudios acomodaron sus productos a las reglas nazis. El cónsul alemán en Los Ángeles, Georg Gyssling, era frecuentemente invitado a ver las películas de los estudios antes de que éstas fueran publicadas y sus objeciones eran tenidas en cuenta. Así, tal como David Mikics, profesor de la Universidad de Houston, ha señalado en Tablet, “los nazis tuvieron un poder de veto total sobre las películas de Hollywood” que serían distribuidas en Alemania y otros países.
El comienzo de esta cooperación con los nazis data de 1930 cuando Universal Studios accedió a recortar apreciablemente la película Sin novedad en el frente de Lewis Milestone, luego de que durante su exhibición en Alemania patoteros nazis sabotearan su presentación. En 1934 Warner Bros. fue expulsada de Alemania por negarse a incorporar todos los recortes exigidos por Gyssling en la película ¡Capturado!. En 1936 Metro Goldwyn Mayer planeaba producir una película que exaltaba a la democracia sobre el fascismo pero anuló el proyecto para no ofender a los nazis. Se trataba de una adaptación de la novela de Sinclair Lewis No puede pasar aquí. Ese mismo año todos los judíos empleados en la industria del cine estadounidense en Alemania debieron dejar el país. Hitler así lo había exigido y los grandes estudios habían accedido para preservar sus sedes en la nación germana.
Como Jennifer Schuessler ha indicado en el New York Times, en 1937 Warner Bros. removió la palabra “judío” de los diálogos del film La vida de Emile Zola, que describía el caso Dreyfus. En 1938, la filial alemana de 20th Century Fox firmó “¡Heil Hitler!” en cartas enviadas al régimen. Este mismo estudio produjo unos años antes el film La casa de los Rothschild que mostraba la supuesta influencia judía en las finanzas internacionales; una de sus escenas fue incorporada al film antisemita Der Ewige Jude. La Anti Defamation League (ADL) quedó tan consternada al ver la película que solicitó a todos los estudios que dejasen de lado a personajes judíos en sus producciones. En 1939 MGM recibió en sus oficinas a diez editores de diarios nazis, entre ellos al editor del Völkischer Beobachter, órgano del Partido Nazi. Urwand denunció que esta colaboración incluyó la producción de material que sería empleado con fines propagandísticos e incluso dio apoyo financiero a la industria militar alemana como parte de un esquema para repatriar las ganancias de sus películas.
Los censores nazis tuvieron influencia sobre todas las películas que Hollywood divulgaría en el mundo entero, no solamente en Alemania. Ello era fruto de una reglamentación de 1932 que estipulaba que los estudios de cine extranjeros podrían ver sus permisos revocados si proyectaran, en cualquier país del planeta, películas perjudiciales para la imagen de Alemania. El objeto era frenar un género creciente: películas ambientadas en la Primera Guerra Mundial que retrataban a los solados alemanes negativamente. Al llegar al poder en 1933, Hitler buscó censurar el modo en que los estudios norteamericanos mostrarían de allí en más a los alemanes y a los judíos en todas sus películas. Todos los estudios terminaron fuera de Alemania con el inicio de la guerra, pero aún así fracasaron en reflejar la situación de sus hermanos bajo amenaza de extinción.
Este escándalo moral no es atenuado por los esfuerzos que algunos de ellos hicieron por asistir a los judíos europeos detrás de las bambalinas, en algunos casos llegando a salvar muchas vidas judías. Un ejemplo de cuanto estaba dispuesta a hacer Hollywood en celuloide por los judíos europeos quedó reflejado en la película Nadie escapará (1944) que tenía una escena de cinco minutos sobre el Holocausto. Cinco minutos por los Seis Millones: esa fue la medida del compromiso Hollywoodense en sus películas durante la era nazi.
Fuente: Revista Compromiso – Año 5. No. 33

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