Por Rabino Shmuel Shaish
La Luz es el principio de todo. Al crear el mundo Dios creó primero la luz, la posibilidad de visión y luego siguió toda la Creación. Cuando el pueblo de Israel construyó el Tabernáculo en el desierto, lo primero que hicieron al terminar la construcción fue prender el “Ner Tamid” (la luz eterna). Y fue ese un mandamiento para todas las generaciones, y hasta hoy en día en toda sinagoga (mikdash meat – el pequeño Templo) arde una luz eterna, y aunque entremos en oscuridad, nunca esta es total, ya que arde una luz constantemente. Con luz podemos ver, con luz es más fácil crear, y aunque arda una vela pequeñísima, ya no hay oscuridad. Todo lo malo y feo lo identificamos con oscuridad, lo bueno y hermoso lo identificamos con luz y claridad.
En el año 164 a.C. llegaron días oscuros a nuestro pueblo. El rey Antíoco Epifanes de los griegos seleucidas (sirios), anulando la tradición de tolerancia del mundo helénico, trató de imponer el helenismo a los judíos, rebelándose éstos contra ese atropello. El Templo de Jerusalén fue profanado y la luz eterna fue apagada. Bajo el liderazgo de la familia Jashmonai (conocidos tambien como Macabeos, por Yehuda Hamacabi, el gran jefe militar de la familia) combatieron los judíos con valentía y destreza contra los griegos y luego de tres terribles años, llegó el triunfo.
El 25 de Kislev fue restaurado el Templo y la Luz eterna volvió a iluminar. Y para recordar esta magnífica epopeya se estableció la fiesta de Janucá, con sus leyes y costumbres.
Hasta aquí el relato sencillo de Janucá. Y aunque parezca algo irreal, las explicaciones sobre la fiesta y porque se festejan ocho días, hay varias teorías, pero todas hablan de luz.
En el libro de los Macabeos (que fue escrito cerca de los acontecimientos, pero no fue canonizado como libro sagrado en la época de la canonización de los libros bíblicos) se relata que los Jashmonaim establecieron ocho días de celebración por la reinauguración del Templo, porque el pueblo no pudo festejar Sucot por la guerra y la profanación del Templo. Varios siglos después se comienza a hablar del “milagro de Janucá”.
En el Talmud, en el tratado de Shabat, cuando se discute sobre las velas de Shabat y qué velas están permitidas, aparece de repente la historia del milagro de Janucá: encontraron un solo frasco de aceite puro que alcanzaba para un día, y hacia falta ocho días para preparar nuevo aceite, y ocurrió el milagro y el aceite alcanzó para siete días más, y de ahí que debemos festejar ocho días esta fiesta. En el midrash Mejiltá aparece la misma idea, pero con ocho ganchos y no ocho velas de aceite.
Todo esto es un poco raro, lo que los historiadores piensan es que la fiesta se impuso y el pueblo recordaba a los Macabeos como grandes héroes, no así a los lideres religiosos, que veían a los descendientes de los Macabeos como helenistas y anti religiosos. Esa idea se fortificó después de la destrucción del Segundo Templo y las rebeliones anti romanas que fracasaron y trajeron como consecuencia el largo exilio judío.
Las autoridades rabínicas trataron de apagar el ardor guerrero, poniendo a los Macabeos en un semi olvido y destacando un milagro que no estaba registrado en ningún lugar. Y lo lograron. En las bendiciones de las velas de Janucá se habla de los milagros, pero no del milagro del aceite.
Los milagros fueron las luchas y batallas de los débiles y pocos (judíos) contra los fuertes y muchos (griegos). No fue posible anular del todo la realidad histórica. Y así quedó la fiesta de la luz. Pero no era muy destacada en especial, hasta la aparición del movimiento sionista y la idea del “judío combatiente” que trajo consigo el sionismo. Este movimiento buscó héroes militares y los encontró en los Macabeos y Bar Kojva, Janucá y Lag Baomer comenzaron a ser fiestas más celebradas.
Todo esto no quita la importancia del mensaje de Janucá. La Luz de la Libertad disipa la oscuridad de la tiranía. Al encender las velas de Janucá recordamos el eterno mensaje de Libertad, que es la base de nuestro ser judío, desde la Liberación de Egipto. No es un mensaje tan claro lamentablemente, y por eso hay que repetirlo constantemente. Debemos vivir en Libertad, y para eso necesitamos claridad y luz, y esa es la eternidad de Janucá.
Rabino de la congregación Taguel Aravá, Eilat, Israel