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Por Rebeca Perli
El 9 de noviembre de 1977, Anwar el-Sadat manifestó al Consejo del Pueblo de Egipto, que iría a cualquier parte para discutir la paz con Israel. Dos días después Menajem Beguin lo invitó a Jerusalén y el 20 del mismo mes, se presentó ante el Parlamento israelí.
Se están cumpliendo 36 años de esta histórica visita en la que Sadat fue recibido con ovaciones por el pueblo de Israel, con aplausos en la Knesset y con calidez por Golda Meir, de quien dijo admirar su voluntad de preservar la paz.
Este encuentro fue el embrión de los Acuerdos de Paz de Camp David en 1978 que contemplaron, entre otros puntos, el reconocimiento del Estado de Israel, el establecimiento de relaciones diplomáticas y la retirada israelí de la península del Sinaí capturada durante la Guerra de los Seis Días, con lo cual Israel cumplió a cabalidad incluyendo el desmantelamiento de las colonias instaladas allí, la entrega de complejos turísticos construidos por Israel y la reposición de la plena soberanía de Egipto sobre el Sinaí, sellando así la paz entre los dos países.
Pero la vida real no es como las películas de Hollywood que escogen el mejor momento para un final feliz: en octubre de 1981 Anwar el-Sadat fue asesinado por terroristas de la Yihad Islámica egipcia. Ello no obstante, por muchos años, ambos países mantuvieron una relación, si no amistosa, al menos civilizada, pero en la actualidad, lamentablemente, esa relación no está exenta de riesgos: reiteradamente, Egipto ha desplegado misiles antiaéreos en la frontera israelí y el exprimer ministro egipcio, Essam Sharaf, ha dicho que "un tratado de paz con Israel no es sagrado".
La buena voluntad de los gobiernos y de los pueblos, es la única manera de lograr una paz duradera.

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