Con las manos manchadas de sangre
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El enemigo perfecto
11/01/2014
Por Beatriz W. De Rittigstein
En Washington, una ciudad en la que abundan museos sobre diversos temas, hay uno especial: el Museo del Holocausto, donde se muestran los hechos en distintos países, de forma cronológica, que configuran la historia del genocidio, cuya singularidad está basada en haber sido planificado, tecnificado y sistematizado.
La visita se emprende con la entrega de un "pasaporte" que contiene el nombre y la biografía de una de las millones de víctimas. De este modo se le da rostro y personalidad, individualizándola dentro del gran número que adiciona esta catástrofe, en la cual se masacró a una buena parte del pueblo judío, en la gigantesca fábrica de muerte establecida por el régimen nazi.
Entré al recorrido de lo que fue el Holocausto con el carnet de identidad de Jana Mazansky-Zaidel, quien nació en una aldea lituana, en 1908, en el seno de una familia judía. En 1941, las tropas nazis rodearon la localidad y en una acción concebida para eliminar a la comunidad judía de Lituania, los obligaron a marchar al bosque, cavar zanjas y allí los ametrallaron. Jana, su esposo, hijos, madre y hermanos fueron asesinados.
El recorrido se inicia en el 4° piso, que en particular más me impresionó, pues explica lo ocurrido entre 1933 y 1939: el soporte ideológico, una legislación específica, la política de negación de los derechos humanos y civiles; es decir, la preparación del ambiente para excluir a judíos de la sociedad europea.
Con detalles se exponen y analizan los eventos durante los años previos a la tragedia. Percibí que la idea central del memorial es enseñar hasta dónde puede conducir una política estatal de promoción del odio. Prevenir y advertir con la debida atención, las señales de peligro.

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