Por Gabriel Albiac
"Salvo milagro, el paciente no hará ya más que empeorar día tras día". El informe del Centro Chaim Sheba de Tel-Aviv da cuenta del estado terminal de un hombre que lleva ocho años en coma. No hay esperanzas. El paciente se llama Ariel Sharon. Su nombre concita, fuera de Israel, todos los tópicos del antisemitismo.
En Israel, es el nombre del militar que salvó a su nación en el año 1973, cuando todas las líneas del Ejército israelí fueron desbordadas por un imprevisto ataque sirio-egipcio. No hay relatos unánimes en la vida de un soldado. El militar sabe que su éxito al salvar a los suyos se hace necesariamente a costa del fracaso de aquellos de cuyo ataque los defiende. Y que la vida de los suyos se compra en vidas enemigas rotas. De esa grandeza y de esa amargura está hecha la recia vida de un soldado. Y aquel que de verdad lo sabe está blindado. Tanto a la vanidad cuanto al desánimo. Un militar combate. La muerte es siempre el envite sobre el tablero: la del otro, si sabe jugar con fría matemática sus piezas; la suya propia, cuando yerra. Hacer retórica con eso es obsceno.
La vida del soldado Sharon se inicia a los veinte años, como oficial de la Hagannah, en la guerra que siguió al rechazo por la Liga Árabe de las fronteras que fijó la ONU en Palestina. Fue gravemente herido en su primer choque, durante la batalla de Latrún. Sobrevivió y, a la sombra política de Ben Gurión, dio rostro al modelo de Ejército que haría del pequeño Israel potencia militar modélica: oficialidad muy joven y técnicamente muy bien formada, dispositivos tácticos de precisión quirúrgica y, sobre todo, la inocultable certeza de ser la colectiva defensa de una nación que desaparecería del mapa el día en que perdiera una sola guerra. La campaña de los seis días daría imagen a esa conjunción de velocidad y eficacia en el despliegue, frente al ataque de fuerzas enemigas aplastantemente superiores en número.
En el 67 y en el Sinaí, Sharon se forjó el prestigio de un estratega imprevisible y fulminante. Pero es 1973 lo que hace de él un mito en la misma zona. La guerra de Yom Kippur estaba casi perdida por Israel, cuando Sharon toma, de nuevo, el mando en el desierto. Y haciendo oídos sordos a las órdenes recibidas, despliega una compleja operación súbita, que lleva a sus hombres al otro lado del Canal y deja embolsado al Tercer Ejército egipcio. La guerra ha terminado. Y el horizonte que se cerrará con el primer acuerdo de paz entre Israel y Egipto queda abierto. Sin aquella operación, puede ser que Israel hoy no existiese.
Vino después la política. Pero no es eso lo más interesante en la vida de este que ahora se muere en Chaim Sheba. La política no fue, en su caso, más que prolongación de la fe de un viejo hombre de armas. Para los antisemitas europeos, el nombre de Sharon queda asimilado a las matanzas palestinas de Sabra y Chatila…, que realizó la Falange cristiana libanesa y en las cuales Israel no intervino. Para el Israel de hoy, Ariel Sharon es el primer ministro que cedió sin contrapartida Gaza. Y que dio razón de ello con las graves palabras que cuadran a un soldado: "En tanto que hombre que combatió en todas las guerras de Israel y aprendió de sus experiencias personales que sin la fuerza apropiada no tendríamos ni una sola posibilidad de sobrevivir en esta región que ninguna piedad muestra hacia los débiles, he aprendido también por experiencia cómo la espada sola no puede resolver la disputa amarga por la tierra". Ahora, Sharon se muere.
Fuente: Gentiuno