Por Beatriz W. De Rittigstein
A finales de diciembre, en sus discursos por Navidad, Mahmoud Abbas escandalizó al afirmar que Jesús era palestino, pese a que nació en Judea, una región que para esa época estaba sometida al Imperio Romano y cuya población, desde hacía milenios, era judía. Todo ello demostrado a través de numerosas investigaciones de distintas especialidades académicas y científicas, entre otras, la arqueología.
Hay serios indicios que lo dicho por Abbas forma parte de una campaña propagandística a nivel mundial, con la finalidad de ir borrando los lazos ancestrales del pueblo judío con la tierra de Israel y así restarle legitimidad a la propia existencia del Estado de Israel.
Se trata de una patraña, pues es conocido que en el segundo siglo d.C. los romanos cambiaron el nombre de Judea a Palestina con la finalidad de suprimir toda reminiscencia judía de la zona, como castigo tras aplastar la rebelión de Bar Kojba. Anterior a este episodio, Tierra Santa nunca se llamó Palestina, pero sí Israel. La denominación Palestina la tomaron del término filisteos, pueblo de la antigüedad que se ubicó en lo que hoy es Gaza.
Lamentablemente, en nuestro país hay sectores interesados en promover esa falsificación histórica. Así, además de una serie de artículos esgrimiendo tal confusa argumentación, en el Metro de Caracas colocaron unos carteles con tema alusivo a la Navidad, pero asegurando que Jesús era palestino, lo cual constituye un afán antisemita de retorcer la memoria, una usurpación de la historia del pueblo judío con la alevosa intención de eliminar los fundamentos de la realidad de Israel. Este asunto va más allá, no sólo afecta al pueblo y al Estado judío, sino también daña los vínculos referentes al origen del cristianismo.