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Por Rebeca Perli
Trudy Spira solía decir que nació, por segunda vez, el 27 de enero de 1945 día en que fue liberada del campo de exterminio de Auschwitz. Curiosamente, falleció el pasado 27 de enero, fecha declarada por la Asamblea General de la ONU, Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. Claro que fue coincidencia, pero da que pensar.
Me honra haber contado con la amistad de Trudy, una persona muy especial. A pesar de los infortunios sufridos, lejos de adoptar una posición rencorosa se dedicó a compartir sus experiencias a fin de dar a conocer al mundo, y especialmente a las nuevas generaciones, lo ocurrido durante la II Guerra Mundial para evitar que se repita. "Dios nos dio un mundo hermoso en el que cabemos todos con tal que aceptemos nuestras diferencias", solía decir y siempre recalcó que por cada persona mala encontró en su camino por lo menos una persona buena y dispuesta a ayudar.
Pero, al preguntársele si llegó a perdonar, su respuesta fue categórica: "En ningún momento, en ninguno de mis testimonios, se va a encontrar la palabra perdón… No fomento el odio pero no puedo perdonar a quien mató a mi padre. Del perdón no hablemos, hablemos de que no se debe seguir fomentando el odio. Nosotros no somos los jueces. Nunca tomamos la justicia en nuestras manos, pero queremos que se haga justicia", y como expresa en su libro Regreso a Auschwitz, agradecida, cuenta que rehizo su vida en una Venezuela que le abrió los brazos.
Así era Trudy Spira. Su testimonio es una prueba más de lo que fue la Shoá aunque, como ha dicho un sobreviviente: "No somos nosotros los que tenemos que probar que el Holocausto existió, son ustedes (los negacionistas) quienes tienen que probar que no existió".

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