Por Beatriz W. De Rittigstein
Hace días, un canal de noticias transmitió un programa que aborda el racismo en el fútbol. Aprovechamos el tema sobre la intolerancia en un deporte tan popular y seguido por millones de personas en el mundo, para señalar que también genera otro tipo de prejuicio semejante al racismo: el antisemitismo.
Un episodio notorio fue aquel tras el partido entre Israel y Portugal en la eliminatoria del Mundial 2014, en el cual Cristiano Ronaldo se negó a intercambiar su camiseta con un jugador israelí. Luego declaró que no podía ponerse una camiseta con la bandera de Israel y completó: "yo no intercambio mi camiseta con asesinos".
Cristiano Ronaldo ha donado altas sumas de dinero a Gaza. Pero, por lo visto, el futbolista desecha que su solidaridad con la causa palestina no debería nublar su visión de la realidad del conflicto palestino-israelí y de la propia situación de Gaza, gobernada por el movimiento terrorista Hamas.
En diciembre, Nicolás Anelka, jugador francés del West Bromwich, celebró un gol con un gesto que se hace apuntando un brazo hacia abajo, mientras se toca el hombro con la mano contraria; se llama la "quenelle" y es considerado antisemita y racista, un homenaje al saludo nazi. Su difusión se le atribuye al cómico francés Dieudonné Mbala, quien, en sus programas de televisión, se ha burlado del Holocausto. Hace algunos años, Maradona ostentó su apoyo al régimen opresor de Ahmadinejad, sin tomar en cuenta a sus conciudadanos en el caso AMIA.
Estos personajes famosos son extraordinarios jugadores, grandes estrategas en la cancha y admirados por innumerables hinchas; pero, con objetividad, son ignorantes acerca de la dimensión de ciertos peligros y de lo que ocurre en el campo de los derechos humanos.