Por Jonathan S. Tobin
La noticia de que Israel interceptó un cargamento iraní de armas dirigido a Gaza se vio eclipsada – al igual que cualquier otra noticia de política exterior – por el ataque ruso a Ucrania. Pero se trata de algo más que un boletín rutinario sobre terrorismo, destinado a ser anotado, archivado y luego olvidado.
La decisión iraní de enviar misiles desde Siria a la franja controlada por Hamás plantea serios interrogantes acerca de una serie de suposiciones de la Administración Obama sobre Irán y sobre el conflicto entre Israel y los palestinos.
Si, como parece ser, Irán reemprendió la tarea de armar a Hamás, eso hace más que socavar la versión de Estados Unidos de que el Gobierno del presidente Hassan Rohani es más moderado que el de sus predecesores; demuestra que Irán está metido hasta el cuello, como siempre lo estuvo, en el tema de armar y financiar al terrorismo internacional.
Eso debería hacer que Obama se replanteara su creencia de que se puede confiar en que el régimen de los ayatolás respetará un acuerdo nuclear. E igual de importante es la posibilidad, muy real, de que las armas aprehendidas formaran parte de un acercamiento entre la República Islámica y su antaño próximo aliado Hamás.
Si Irán trata ahora de reforzar la capacidad del grupo terrorista islamista para hacerle la guerra a Israel, eso podría significar que pretende servirse del enclave de Gaza como plataforma en caso de un posible ataque israelí u occidental a sus instalaciones nucleares. Pero también es posible que el intento de aumentar el arsenal de los fundamentalistas en la franja pretenda recordar a la Autoridad Palestina que Hamás y otras fuerzas islamistas mantienen un veto a cualquier acuerdo con Israel.
Las armas aprehendidas son una señal para Estados Unidos y los israelíes, no sólo del carácter fundamentalmente violento de Irán, sino de su capacidad para sembrar el caos en la región en pro de sus intereses.
Desde 2011 Hamás e Irán estuvieron enfrentados, ya que respaldaron a bandos opuestos en la guerra civil siria. Además de enviar a Damasco grandes cantidades de armas y de dinero, y a parte de sus propias fuerzas, los iraníes desplegaron a sus peones terroristas de Hezbolá en apoyo del régimen de Bashar al-Assad.
Hamás, en cambio, se puso de parte de los rebeldes islamistas y rompió con Teherán a causa del conflicto. Pero antes de eso, el movimiento palestino tenía a Irán como principal suministrador de armas y de dinero durante la segunda Intifada contra Israel. Pese a que Hamás es sunita y el régimen iraní chiíta, ambos se unieron merced a su común odio a Israel y a los judíos.
En 2002 se demostró lo sofisticado del canal de envío de armas de Teherán a Gaza cuando la Armada israelí capturó el Karine A, un barco cargado de misiles iraníes y diverso material militar destinado al movimiento palestino. Las intenciones de Irán quedaron claras: estaba dispuesto a respaldar a toda fuerza que quisiera combatir contra Israel y matar judíos de cualquier manera posible.
La ruptura de esa alianza puso de manifiesto la creencia de Hamás de que ya no necesitaba la ayuda iraní. Pero las cosas cambiaron desde el inicio de la "primavera árabe", cuando el grupo islamista pensaba que podría contar con el apoyo de Egipto y de Turquía para compensar el dinero y las armas que recibía de Irán.
El derrocamiento del Gobierno de los Hermanos Musulmanes en El Cairo y su sustitución por un régimen militar que decidió clausurar los túneles de contrabando con Gaza creó una enorme presión económica sobre Hamás. También se vio decepcionado por Turquía, cuyo Gobierno islamista hablaba mucho de respaldarlo, pero que ahora parece estar demasiado ocupado con sus propios problemas domésticos como para tenerlo en cuenta.
Eso deja a Irán, que parece haberse impuesto en Siria y está dispuesto a reasumir su antiguo papel de fuente de financiación y suministrador de armas del grupo palestino, además de ser el principal instigador de caos en la frontera sur de Israel.
La reentrada de Irán en el conflicto palestino no es sino una razón más por la que la iniciativa del secretario de Estado Kerry está destinada a fracasar. Obama y su canciller siguen haciendo como si Mahmud Abbás, no sólo estuviera dispuesto a hacer las paces, sino que fuera capaz de resistir la presión de Hamás y de quienes, en su propia facción de Al Fatah, se oponen a que se cierre un acuerdo. Evidentemente no es así. Pero ahora que Hamás vuelve a tener a Irán de su parte, Abbás debe ser consciente de que cualquier esperanza de que sus rivales en Gaza vayan a hundirse es una quimera. El respaldo de la República Islámica a Hamás no solo hace que los esfuerzos de Kerry parezcan una tarea inútil; su dinero y municiones también podrían ser un anticipo para el lanzamiento de una tercera Intifada.
El estribillo habitual de quienes atacan a Israel es que si hay más violencia será por culpa de la intransigencia del Estado judío. Pero el verdadero motivo de una nueva Intifada podría tener más que ver con las ambiciones geoestratégicas iraníes que con los asentamientos en Cisjordania.
Con Siria y Líbano aún firmemente en manos de Teharán, añadir a Hamás a la lista de sus aliados brinda a los ayatolás un arma más que emplear en su búsqueda de la hegemonía regional. Acabar con las ya remotas posibilidades de paz entre israelíes y palestinos es uno de sus objetivos, pero Irán también considera que ésta es una oportunidad para complicar los intentos occidentales de hacer presión sobre su programa nuclear.
Obama puede creer que está embarcado en una misión diplomática con Irán, la cual tendrá como resultado una nueva distensión que reducirá las posibilidades de conflicto y facilitará que Estados Unidos pueda abandonar un papel estratégico en el que está de parte de Israel y de los países árabes moderados. Irán, sin embargo, tiene objetivos diferentes.
La captura del envío de armas es un aviso para Washington. Pero sigue quedando abierta la cuestión de si Obama y Kerry están tan obsesionados con su esperanza de una distensión con Irán como para atender a razones.
Fuente: Gatestone Institute