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Por Beatriz W. De Rittigstein
En estos tiempos en los que observamos con frecuencia, tanto en Venezuela como en el exterior, que con ligereza se utiliza el término fascista para descalificar a quienes piensan diferente, con total intolerancia hacia la disidencia característica de una democracia que funciona como tal, resulta imperativo colocar los términos en su lugar y explicar qué es el fascismo.
El Estado fascista es totalitario. En el fascismo se mezclan el Estado, el gobierno y el partido, pretendiendo intervenir en la totalidad (de allí su denominación) de los ámbitos de la vida de la población, la cual no puede acceder a un desarrollo particular según sus habilidades. Así se coartan las libertades de los individuos. En la Alemania de Hitler y en la Italia de Mussolini, el Estado-gobierno-partido trató de controlar la escuela, la juventud, el matrimonio, la alimentación, la vida laboral, empresarial y comercial, los medios de comunicación, las bibliotecas, las artes, etc.
Es decir, el Estado ejerce un pleno control social y las personas están subordinadas por completo a sus dictámenes. Sin embargo, la situación de la población es peor aún, pues la fiscalización del control estatal está en manos de las fuerzas de choque del partido, el cual amalgama sus funciones con las del gobierno y pretende imponer su doctrina como si fuera la del Estado.
Los derechos tales como la libertad de expresión, asociación o reunión son menospreciados por el fascismo, que exige obediencia y fidelidad al partido, sin interferencias de la libertad de pensamiento.
Por supuesto que los regímenes totalitarios son contrarios a la naturaleza del ser humano, que es libre y busca vivir en libertad, sólo sometiéndose a las leyes de una sociedad civilizada.

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