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Por Ana Jerozolimski
Shlomo Idov (originalmente Jedwab), nacido en Buenos Aires en enero de 1951, es un destacado cantante israelí, músico y compositor, radicado en el país a los 13 años al decidir sus padres dar el paso de dejar Argentina para mudarse a Jerusalén.
Por un lado, Idov preservó un dejo de acento sudamericano al hablar o cantar en hebreo, pero por otro, recién ahora lanza su primer disco en su idioma natal, español.
Pocos días antes del lanzamiento, nos concedió esta entrevista.
Entre el hebreo y el español
– Shlomo, quien escuchaba música israelí ya en los años 80, te conocerá probablemente como "el que sueña en español" por una hermosa canción que cantaste en aquel momento, que sin duda para los hispanoparlantes radicados en Israel era muy significativa. Ahí aparecían los encantos especiales del hebreo, el hecho que se había convertido en el idioma en el que vos vivías – y yo sentía que en tu voz estaban hablando numerosos inmigrantes, sean nuevos o veteranos -pero al final aclarabas: "pero de noche… sueño en español"… como una forma de decir que algo muy íntimo, eso será siempre en el idioma con el que uno nace. Vos naciste en Argentina, llegaste de muy jovencito a Israel, y quizás sea extraño recordar que el disco que estás lanzando ahora, es en realidad el primero que sacás en español…
– Es cierto. Yo nunca canté en español. Cuando llegamos a Israel desde Argentina traté de esquivar el hebreo y me fui al inglés. Eran los años 60 y venía toda la música de los Beatles, Rolling Stones, Bob Dylan. Tenía un grupo de rock and roll en Jerusalén y cantábamos en inglés. Cuando llegué a cantar en un conjunto musical como parte de mi servicio militar, tenía que cantar en hebreo y ahí fue la primera vez. Al salir del ejército hicimos diversos proyectos, todos en hebreo. En el 88 me vinieron ganas de traducir al castellano cosas que a mí me gustaban. Hice la canción "Jolem Besfaradit" que recién mencionabas, o sea "Sueño en español", único tema en el disco que era original mío, la música era mía. Todos los otros eran tangos y zambas. Quiere decir, que cuando hice aliá no canté en hebreo y la única excepción puede ser cuando canté la primera canción que compuse que se llamó "Como la luna", que en hebreo es "Erev Kajol Amok".
– Luego sí pasaste, claro, a cantar todo el tiempo en hebreo, aunque algo latino siempre había…
– Así es. En todos los discos había algo que tenía relación con la música latina. En el primer disco había una parte que era de hecho una chacarera, pero no cantada sino instrumental. En los últimos años empecé a integrar en el repertorio de mis actuaciones, una, dos o tres en castellano y me gustó cantar de vuelta y pronunciar de vuelta un idioma tan lindo. Todo el tiempo seguí leyendo en castellano y ¡hay tantas cosas divinas que vienen de allá!. Yo crecí con ellas y quise realizar un sueño.
– ¿Realmente soñás en español?
– Nunca me acuerdo lo que soñé; me dura un segundito y nada más.
Argentina y su música
– Además de la belleza del idioma y del hecho que allí están tus raíces, ¿al pensar en lo relacionado al español, lo central para vos es Argentina, donde naciste?
– Casi solamente Argentina. Yo conozco otras cosas en español que vienen de otros lados, como de Centroamérica o de otras partes de América Latina, pero las canciones y la música que yo vivía antes de venir a Israel era solamente la música argentina y este nuevo disco es solamente de música argentina. Nada que haya venido de otro lugar.
– ¿Qué hay en este nuevo disco, que está saliendo justamente ahora?
– Milonga del 900, Milonga Sentimental, Alfonsina, Rosa de los Vientos, dos partes instrumentales de Falú. Te diré que para mí Falú era como un oráculo porque cuando yo era chiquito, mi vecino de al lado era guardia de radio El Mundo. Entonces se hacían actuaciones en la radio y había público. Daban Los Fronterizos, Ariel Ramírez, Eduardo Falú y muchos otros, y mi vecino me metía adentro y yo estaba loco por esa música. Un día me presentó a Falú y él en su acento salteño me dijo: "¿Tocás la guitarra? – Sí, toco un poquito – Bueno, agarrá y tocá algo". Yo creí que me desmayaba en ese segundo.
– Y ahora, el sacar tu primer disco en español ¿es porque al ponernos un poquito mayores viene la nostalgia por las raíces?
– Yo no sé si es nostalgia exactamente lo que siento, porque no es que extraño algo. Es como una plataforma para mostrarme a mí mismo de la forma que siento que más me representa. Me encanta esa música. Pero no es que extraño. Me siento bien en Israel y nada me falta, pero tengo mucho amor por esa música y siempre será parte de mi carácter musical.
– ¿Tenés contacto con Argentina?
– La verdad es que hace mucho tiempo que estoy desconectado socialmente con Argentina. Pero siempre hay algo que toca, porque por ejemplo, cuando se ve a Messi jugando en Barcelona o cuando empieza el campeonato de fútbol, siempre me viene eso de "yo estoy con los argentinos".
– A todos les pasa eso con el fútbol; se ve que toca fibras muy íntimas. Aparte de lo que trajiste contigo, en estos años ¿te mantuviste en contacto con la música argentina?
– Yo estaba más conectado con el folklore, pero si bien el tango era un poco demasiado en esos tiempos para mí, era imposible no escucharlo. Iba a La Martona, una lechería de Buenos aires y había una foto de Gardel y en todos lados se escuchaba tango, pero yo me metía más con Eduardo Falú, Los Fronterizos, Los de Salta, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, más con esos músicos. Ya en Israel, empecé a explorar qué hay de nuevo en el tango y escuché Piazzola, Liliana Guerrero, entre otros, y también un poco de la música popular argentina que tenía algo de rock, como Fito Páez. No me conecté con lo que pasa últimamente en Argentina. Me gustan los instrumentales. Hay un disco de un guitarrista argentino muy bueno, titulado "Argentinian Music", obras de compositores argentinos y algunos que no lo son, sudamericanos contemporáneos, que desde la primera vez que lo escuché, hace cinco o seis años, no me canso de escucharlo por lo lindo que es, tan original, muy hermoso y con eso también me conecté mucho.
El inmigrante y el israelí
– Shlomo, vos llegaste a Israel a los 13 años, lo suficientemente chico como para poder integrarte mejor y ya grandecito, con una vida vivida, como para haber traído contigo un fuerte bagaje emocional. ¿Hay un momento en que uno deja de sentirse el olé sudamericano, o sea el inmigrante, y pasa a sentirse parte integral de la sociedad?
– No sé si es un momento, pero gradualmente todo eso fue ocurriendo. El primer y segundo año no fue fácil porque todos los amigos estaban allá y también mi primer gran amor. Mi primer disco se llama justamente "El Primer Amor" y dice "aunque no quise el regreso siempre se vuelve al primer amor". Pero cuando uno es un pibe, a los trece años hay otras cosas. Yo estaba todo el tiempo con mi hermano, los dos solitos y encontramos las cosas que queríamos hacer. Vivíamos en Jerusalén. Yo venía de La Paternal, en Buenos Aires, y para mí Jerusalén era algo mágico, las montañas, el aire. No puedo decir que sufrí porque no era sufrimiento lo que sentía, pero digamos que la música era para mí el ancla.
– ¿También te ayudó a integrarte?
– Sí, es cierto. Al principio cantaba en inglés; cantaba en Jerusalén en clubes de rock and roll y entonces recibía el feedback que es importante para un pibe joven y más aún siendo olé jadash, un nuevo inmigrante. Me daba mi lugar en la sociedad de los chicos. La música tenía mucha importancia en eso. Creo que cuando llegue al ejército, en ese momento me sentí ya parte.
– Y fue allí donde conociste gente que forma parte de tu vida hasta ahora, relaciones que fueron luego muy importantes para tu vida musical adulta, grandes músicos israelíes de hoy…
– Así es. Conocí a Shlomo Gronich, a Itzjak Klepter, que siguen siendo amigos míos hasta hoy.
– Y son sin duda de los grandes de la música en Israel. Hoy hay un auge de todo lo que es música latina en Israel. ¿Cómo lo ves tú que conoces los dos mundos?
– Me alegra que sea así. Puede ser por las telenovelas de la televisión. Hay mucha gente a la que le gusta el idioma español, cómo suena y también el carácter de la persona que lo habla. Hay mucha gente que no entiende nada de castellano pero a la que le gustan las canciones en este idioma como si hubieran nacido en América Latina.
– Hay un creciente número de programas en español en la radio, por ejemplo.
– Sí. Y cada vez más lugares en los que se toca salsa y tango, donde se aprende a bailar tango o milonga y otros que enseñan salsa. Entró mucho.
– Un sentimiento que creo es compartido en general por los olim de América Latina es que somos una aliá querida. ¿Sentiste eso tú también?
– Creo que sí porque somos gente simpática…
– Y modesta… no te olvides.
– Pero hablando en serio, creo que hay algo en el carácter de la gente sudamericana que se conecta con la mentalidad de los israelíes. No es algo distante sino que irradia calidez.
Las dos vidas
– ¿Por qué tus padres decidieron mudarse a Israel? ¿Cómo era vuestra vida en Buenos Aires?
– Yo estudiaba en una escuela judía después del mediodía y de mañana en una escuela del Estado. Iba al Sholem Aleijem y era completamente distinto. Eran como dos mundos. En la escuela estatal me sentía un poco menos seguro de mí mismo que en la otra. Escuchaba aquí y allá que decían "el judío, el ruso"; pero conviví con eso aunque en el shule me sentía mucho más a gusto.
– ¿Sufriste antisemitismo alguna vez?
– Una vez. Había un moadón, como un club,  el shule, la escuela judía. Veníamos el sábado. Íbamos a comer pizza. De repente vinieron unos cuantos de Tacuara y empezaron a golpear los vidrios y a escupir. Le conté a mis padres. No sé si eso influyó mucho en la decisión de irnos, pero un poquito, seguro. También la situación económica que era muy mala en ese tiempo. Pero claro que no fue una decisión que yo tomé con ellos. Después de tres meses buscando trabajo, ya llegado a Israel, mi padre lo consiguió en una fábrica de muebles. Él era en realidad un carpintero artesanal que hizo muchas cosas que tengo hasta hoy: la cama, el ropero, que son obras de arte. Luchó toda su vida. Mi mamá encontró un trabajo en el hotel King David en Jerusalén, pero era difícil para ellos, mucho más que para nosotros.
– ¿Sentiste que a pesar de las dificultades habían tomado la decisión correcta al venir a Israel?
– Creo que sí. Después de dos o tres años, yo estaba muy feliz de haber venido. Para mí el apartamento que teníamos en Kiryat Yovel era como si fuera uno de diez piezas. En Buenos Aires vivía en una casita chiquitita y los primeros años de mi vida, vivíamos todos juntos en un cuarto sin ventanas. Era un casa con un patio interior y en cada cuarto vivía una familia. Entonces, para mí, lo que teníamos en Jerusalén  era como vivir en un palacio.
– Pero el proceso mismo de adaptación, habrá tenido sus serios desafíos…
– Por supuesto. Al principio fue muy difícil. Me acuerdo cuando fui a la escuela. Cuando hice aliá estaban de moda esos pantalones anchos, patas de elefante con una chaqueta y corbata, peinado a la gomina. Así fui a la escuela. Los chicos se reían de mí porque en Israel en ese momento, el ídolo era Elvis Presley, y todos iban con los pantalones ajustados como él; nadie venía a la escuela con chaqueta. Sentía la burla; pero después pasó.
– Los niños son muy crueles a veces. Recuerdo haber leído en una entrevista que concediste hace unos años, que cuando llegaron al edificio en el que vivirían, en Jerusalén, vieron que no estaba terminado.
– Así es. Cuando llegamos del puerto de Haifa, el 19 de enero del 64 – justo mi cumpleaños – era un invierno muy frío. Llegamos a Jerusalén y estaba helado. El autobús no tenía calefacción. Llegamos al edificio en que íbamos a vivir, esos edificios que tienen como un puente en el medio; pero el puente no estaba terminado y tuvimos que ir en el barro caminando. Mi mamá empezó a llorar y fuimos a un hotel en el centro de la ciudad. Ésa fue la primera noche. Y no me voy a olvidar nunca las voces que escuché la mañana siguiente.
– La primera vez que te despertabas en Israel…
– Oía mucha gente gritando. Y también los sonidos guturales cercanos al árabe. Me acuerdo cuando todavía estábamos en el mar, cerca de Haifa, la gente que empezó a poner la radio, las emisoras de la región y entonces escuché por primera vez la música árabe y tuve miedo. Esas eran las voces que escuché la primera mañana. Era llegar a un lugar donde se es un extraño.
– ¿Qué te dejaron esos primeros años en este país desde que hiciste aliá?
– La vida en Jerusalén la recuerdo como algo muy especial. En aquel tiempo era una ciudad mucho más chiquita de lo que es ahora y más simpática. Para mí era como descubrir un mundo nuevo. En realidad, ya los veinte días de viaje en el Teodoro Hertzl, desde Buenos Aires hasta Israel, fue una experiencia impactante. El lujo del barco con una pileta, comer tres veces al día en un restaurante, cosas que nunca hice. Después, como te decía, la ciudad misma, el misterio que tenía. Dos años después de nuestra llegada estalló la Guerra de los Seis Días y me acuerdo toda la juventud entrando a Jerusalén Oriental y la gente desde las ventanas mirando a los que entrábamos y éramos como "Superman". Así se sentía el israelí. Seis días contra todo el mundo y vencimos.
– ¿Vos también te sentías tan fuerte?
– No, yo no tanto; quizás en parte porque tenía 15 años. Pero volviendo a aquellos años, en general recuerdo que también me arreglé muy bien con gente que había llegado de países de habla inglesa como Inglaterra, Canadá o Estados Unidos. De ellos aprendí muchas cosas de la música que empezaba a llegar de esos lados, como la de James Taylor o Paul Simon.
– Suena a juventud feliz…
– Cuando tenés 14 o 15 años, solamente si te pasa realmente algo muy malo, a esa edad no podés no ser feliz. Y yo era muy feliz.
Algo personal
– Shlomo, vos tocás muy bien la guitarra, pero ¿para qué querés siete?
– Cada una es como otra mujer.
– No te aburrís, pero en la vida, tenés solamente una, hace mucho…
– Así es. Me casé con una sabra, una y única. Tenemos dos hijos, de 27 y 32 años.
– ¿Hablan español?
– Algunas palabritas nada más. Mi esposa tampoco lo habla.
– ¿Y tus hijos siguen tu pasos en la música?
– Los dos están conectados con la música. La chica tocó el piano muchos años y luego el contrabajo y ahora quiere estudiar diseño de ropa. Era muy talentosa también en la música. El mayor toca el bajo eléctrico y actuó con cuatro o cinco grupos de rock and roll. Ahora se va a un tour por dos o tres semanas a Alemania. Se dedica al diseño de websites y le va muy bien.
– ¡Qué áreas diferentes! Y también en la música, cada uno con su estilo ya que él toca el bajo, y tengo entendido que vos tocabas el bombo…
– Empecé con el bombo y tenía envidia que los demás tocaban la guitarra. Albertito que era un vecino que vivía en Pedernal, tenía una guitarra pero no la tocaba y como éramos amigos pasaba mucho tiempo en su casa para poder tocarla. Le conté a mi mamá que me gustaba mucho y un día me compró la primera, aunque éramos bastante pobres.
– Pero entonces ¿cómo llegaste al bombo?
– En la escuela había un conjunto de música folklórica y al principio faltaba un bombo. Así que aprendí a tocarlo y después pasé a la guitarra.
Israel, hoy
– ¿Te gustaría ir a cantar en América Latina?
– Me presenté hace muchos años en Uruguay, una gira organizada por Bank Hapoalim en la que fuimos a Montevideo y Punta del Este. Y sobre volver a ir, es como dice el tango: "Donde me invitan me quedo y donde no, también".
– Y si te preguntaran allí como es Israel, un país que tanto aparece en los titulares con sus problemas y conflictos ¿qué dirías de la vida en Israel?
– A mí me gusta mucho la vida acá. Me gusta mucho Tel Aviv. Me gusta mi vida, pero hay cosas que hay que tratar de cambiarlas. No sé si es factible y si cambiarán. Es un país que está ubicado donde está ubicado, con todos los enemigos, y pareciera que no se va a terminar nunca, pero es un lugar con
mucha dinámica.
– ¿Ves un futuro en paz?
– Todavía soy optimista, pero puede ser que no vaya a pasar nunca. Es que ya hubieron tantos años de intentos, y nada.
– Hay que ver si alcanza la vida para verlo. Para terminar, la música es tu vida. ¿Pero te dedicás a algo más?
– Al mar. Todos los días que puedo estoy en el mar; y en invierno voy aunque sea un ratito a pasar en el sol.
– Suena lindo, lleno de paz, parte de la paz que transmitís cuando cantás. Gracias Shlomo por este lindo encuentro. Y suerte con el nuevo disco y los que vengan después.
– Gracias a vos.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay

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