Por Beatriz W. de Rittigstein
Sin memoria, sin conocimiento de la historia, no puede ejercerse una libertad genuina
Próximamente el pueblo judío celebrará la fiesta de Pesaj que, de forma adicional a las obligaciones religiosas y litúrgicas, encarna dos valores que ostentan una vigencia imperecedera, global e integral para la humanidad: memoria y libertad.
La asiduidad reiterativa de las ceremonias y ritos de esta festividad, que cada año con un orden previsto, revive simbólicamente la epopeya y la renovación del aprendizaje que su proeza gestó en el judaísmo, actualizando las vivencias de nuestros antepasados, muestra la importancia de la memoria, de la evocación de sucesos ocurridos hace más de tres mil años, la salida de los judíos de Egipto; el trayecto de la esclavitud a la liberación; la obstinada rebeldía de un insignificante pueblo subyugado que tomó consciencia de nación, tuvo fe en su libre albedrío, enfrentó al omnipotente faraón y concretó su emancipación, asumiendo a cabalidad su propio destino.
Pesaj insiste, con profuso énfasis, en la experiencia de haber sido esclavos, en el repaso de nuestra modesta procedencia, por lo tanto nos compromete a construir día a día, en el presente tal como lo hicimos en el pasado, la libertad y las responsabilidades que todo ello, conlleva. La remembranza es el cimiento que fortalece la soberanía; sin memoria, sin conocimiento de la historia no puede ejercerse una libertad genuina.
Estas peculiaridades distintivas constituyen una de las principales causas de las exclusiones, persecuciones y pretensiones de exterminio que durante milenios sufrió el pueblo judío ya que, con ese bagaje, incluso sin proponérselo, fue percibido por toda clase de señores feudales, monarcas, emperadores, caudillos y tiranos, opresores de distintos signos, como la viva representación del anhelo libertario inherente al ser humano universal.