Por Vanessa Acosta Friedman
“Aspectos universales y singulares del Holocausto”. Este fue el título de la última clase magistral del profesor Shalmi Bar Mor, seleccionada por la Escuela Internacional para el Estudio del Holocausto para despedir el ciclo de conferencias que concluían la serie de teorías, historiografía y testimonios que trataban de presentar aquella obscura y depravada época de la Humanidad. ¿Universalidad y singularidad de la Shoá? Cada aspecto del seminario meticulosamente pensado para lograr transmitir su magnitud, la importancia de cada detalle, presentando cada aspecto de aquella tragedia, con extrema sutileza y consideración por las emociones de aquellas almas que sentadas por ochenta horas vimos disecada, parte por parte, lo que es sin duda para mí la esencia más malévola del ser humano. ¿Es cualquier grupo humano capaz de hacer lo que en aquel momento hizo la organización nazi? ¿Puede cualquier hombre ser inesperadamente víctima de las torturas e inhumanos tratos de otro? ¿Puede cualquier sociedad convertirse en observadores silentes ante el sufrimiento y la agonía de los demás?
En lo “universal” se encuentra la relevancia de este hecho para el mundo. Comprender hasta dónde puede llevarnos el odio, la violencia y los personalismos. Cómo el ser humano es capaz de extrapolar cualquier elemento hacia la construcción o la destrucción, dependiendo de los valores que moren en su corazón.
¿Quién podía pensar que la Revolución Industrial llevaría a la industrialización de la muerte? Fábricas minuciosamente diseñadas, con criterios de eficiencia mecánica y financiera, capaces de acabar con la vida y cuerpo de dos mil personas por día, como es el caso de Auschwitz-Birkenau. La pedagogía aplicada al diseño gráfico y programático de textos infantiles especializados en enseñar odio. La biología y la genética aplicada a la teoría de discriminación étnica, la exaltación de las diferencias entre humanos. La Shoá es la máxima expresión de la maldad del ser humano. Lamentablemente, no sólo es “universal” sino que es “vigente”. Cada uno de estos aspectos ocurre cuando se aplica la perficiencia a las armas de destrucción y guerra, cuando se edita y manipula la historia de los libros escolares, cuando se señalan las diferencias entre culturas convirtiéndose en discursos políticos mezquinos. La “vigencia universal” de que somos como humanidad tan capaces como entonces de destruir y de odiar.
La “particularidad” es la que más pesa. Haber sido escogidos como pueblo para sufrirla, para sobrevivirla, para aprender de ella. Pesan las pérdidas, pesa la ausencia de los familiares que faltan, pesa el silencio de los familiares que quedan, pesa cuando no sabes y pesa cuando lo sabes. Tan dura y amarga realidad trae consigo una gran responsabilidad de transmitir al mundo lo ocurrido, para que cada uno conozca hasta dónde puede llevarnos el odio y la maldad. Para que el odio sea rechazado a tiempo, para que la guerra que pueda evitarse sea evitada, para que se resista la violencia y la injusticia, para que se enseñe a amar y no a odiar, para que se predique la solidaridad y el respeto, para que alcemos la voz aun cuando no seamos nosotros los afectados, para que la premisa de todos sea la coexistencia. Para que toda víctima sepa que “se puede volver a empezar”. Es Israel, y el Pueblo Judío, el más hermoso modelo de la capacidad del hombre de sobreponerse a la adversidad, de seguir adelante, y de la capacidad de amar el futuro más que sufrir por el pasado. ¡Amar y amor! Se prepara una generación para continuar con esta prédica de la transmisión de las lecciones aprendidas. Con respeto y admiración heredamos de quienes les tocó sufrir, aprender y transmitir lo aprendido; nos toca a nosotros, y a quienes quieran acompañarnos, sólo transmitir el mensaje que a lo largo de estos años nos han repetido con cariño: más pudo su amor por nosotros que el dolor de recordarlo.
En una paráfrasis de la célebre frase de Golda Meir, la paz es amar a nuestros hijos más de lo que odiamos lo demás.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita