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Por Beatriz W. De Rittigstein
En abril se paralizó el nuevo intento de negociación entre palestinos e israelíes. Muchos, influidos por la distorsionada historia que esgrime la propaganda palestina, afirman que este fracaso "se debe a la decisión de Tel Aviv de mantener la construcción en Cisjordania y negarse a liberar prisioneros".
Sin embargo, tales argumentos son parciales y omiten las razones de Israel para no avanzar en este proceso, en el que se le exige concesiones, pero no se ven muestras de buena fe del sector palestino. Por el contrario, son permanentes las señales de odio hacia Israel y el pueblo judío.
Los acuerdos se firman entre las autoridades de las partes, pero tienen que ir acompañados de estímulo y educación para la concordia; lamentablemente, ello no ocurre del lado palestino. La instigación al odio es promovida por los medios controlados por el gobierno palestino y también se da en los discursos oficiales. La educación es pública y los niños son adoctrinados en la aversión. La demonización de Israel está presente a través de calumnias. Por ejemplo, las falsas acusaciones de poner en riesgo los sitios sagrados musulmanes, como la mezquita de Al-Aksa.
Se suma la deslegitimación que rechaza los lazos históricos, religiosos y culturales del pueblo judío con la tierra de Israel. Además, la glorificación de terroristas que asesinaron a ciudadanos israelíes sirve para justificar los ataques pasados y fomenta futuros embates.
La cultura del odio es un factor importante en el incremento de la intolerancia. Una solución consistente no será posible hasta que los palestinos desmonten la estructura propagandística y traten de construir un ambiente propicio que los encamine hacia la concreción de una convivencia armoniosa.

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