Hace cuatro años, cuando el hoy recién electo décimo presidente de Israel, Reuvén («Ruby») Rivlin, era el presidente de la Knéset, el Parlamento israelí, nos concedió una extensa entrevista que publicamos en el número especial que dedicamos a Yom Haatzmaut, el Día de la Independencia de Israel.
Repasamos ahora aquella conversación, porque permite conocer de cerca varias de sus ideas, que jamás ha ocultado y siempre ha defendido con dignidad y sin ofender a sus adversarios, lo cual le reconocen tanto en su lado del espectro político de derecha, como quienes discrepan y apoyan posturas de izquierda.
Dado que a fin de julio será él, Rivlin, el nuevo presidente de Israel, nos parece oportuno refrescar la memoria.
Estos son algunos de los conceptos que compartió con nosotros.
– ¿ Hay alguna vivencia especial, algún sentimiento singular que lo acompaña a usted en Yom Haatzmaut?
– Recuerdo el primer Yom Haatzmaut, cuando Israel cumplía un año y yo estaba por cumplir 10. Me preguntaron cuál era mi sueño y respondí que se acababa de cumplir, porque se había creado el Estado de Israel. Me dijeron que se había formado la Knéset en Jerusalén y que quizás yo querría ser diputado en el parlamento israelí. Dije que primero tengo que terminar los estudios en la «Gimnasia», el liceo, que tengo que ir al ejército, que quiero ser oficial y luego estudiar en la universidad, quizás para ser abogado. Aclaré que si luego iba a querer ir a la política, seguramente no sería tan difícil. Tenía varios vecinos que estaban en política, ministros. En 1949, puede que un niño de entonces no sabía tantas cosas como un niño de hoy, pero era un niño que ya había tenido mucha vivencias, sabía tomar posición en distintos temas y analizar las cosas desde un punto de vista político. Recordemos que ya en aquel entonces había discusiones, diferentes tipos de sionismo, discrepancias internas. Después de la guerra de liberación hubo discusiones nada sencillas entre Mapai y Begin, entre Begin y Ben Gurión, y los niños sabíamos lo que ocurría.
– Así que con política no soñaba…
– Me preguntaban si cuando fuera grande quería ser ministro, dije que no me parecía un sueño sino algo que se puede lograr si uno trabaja duro. Tampoco ser presidente de la Knéset me parecía un sueño inalcanzable. Había visto personalmente a Iosef Shprintzak, el primer presidente del Parlamento.
– Pero entonces, aunque sea unos años después ¿qué sueño tenía?
– Recuerdo que dije una vez que mi sueño era que en el año 2000 seamos 2 millones de personas. En los primeros años del Estado, cada mes llegaban miles y miles de inmigrantes, especialmente de los países árabes, pero de a poco fueron llegando también de otras diásporas. Finalmente, en el 2000 éramos acá 6 millones de judíos, un número simbólico, nada fácil, un número que impresiona a todo judío. Y hoy, de los casi 7 millones y medio de habitantes de Israel, 6 millones son judíos.
– Israel no concebía que haya «refugiados» judíos…
– Claro que no. Al respecto quisiera decirle que los árabes combaten desde hace mucho antes de 1948 la existencia de una entidad sionista en la tierra de Israel. Aunque el regreso de los judíos ha traído sólo beneficios a esta tierra, hay quienes continúan sin aceptarnos y tratando de destruirnos. En este lapso, hemos construido un Estado moderno, habiendo absorbido casi 4 millones de inmigrantes. Las diásporas se mezclaron y todo es parte de la población de Israel. Yo mismo tengo nietos con parte de sus raíces yemenitas, uno con raíces marroquíes, uno irakí y – ¿qué puedo hacer? – tres nietas ashkenazíes.
– También eso puede pasar…
– (Risa) ¡Parece que sí! Y todo se mezcló y se mezcla en el nuevo israelismo. Por eso quisiera decir a nuestros vecinos árabes: miren todo lo que hicimos en estos años, cuántos inmigrantes recibimos, cómo los integramos al nuevo Estado, a pesar de que al mismo tiempo teníamos que combatirlos a ustedes. Pero ustedes, desde 1948, aún mantienen a los refugiados en campamentos de refugiados, simplemente para utilizarlos en la propaganda contra Israel. Si dedicaran a ellos, a la instalación decorosa de los refugiados, el 10% del dinero que gastaron en combatirnos, todos estaríamos viviendo en un paraíso.
– ¿Usted ve a los árabes como un bloque o distingue las diferencias entre sus enfoques respecto a Israel? No se puede olvidar que aunque no haya mucha calidez de por medio, Israel firmó acuerdos de paz con Egipto y Jordania.
– Ante todo, es un hecho que Egipto comprendió que tanto su interés como el nuestro es vivir en paz. Aún no hay amor ni alegría en esta paz, pero al menos hay un acuerdo. Con Jordania, lo mismo, aunque hay que distinguir entre la voluntad del reino de Jordania de vivir con nosotros en paz y lo que pasa con gran parte de la población jordana, que es de origen palestino. Pero todo ésto no nos puede hacer olvidar que ante todo, para que haya paz entre judíos y árabes en Oriente Medio, debe haber primero paz entre judíos y árabes dentro de Israel.
– Usted pasa con esto al tema de la ciudadanía árabe de Israel, aproximadamente el 20% de la población, que también está representada aquí, en la Knéset.
– Así es. Hay varios problemas de por medio. Desde un punto de vista de la ubicación en la sociedad, los árabes israelíes no están en la misma posición que la población judía. Esto se debe tanto a su deseo de preservar su marco cultural y su lengua como al conflicto que tienen entre lealtad al Estado en el que viven – y le aseguro que ninguno de ellos quiere irse a un Estado palestino sino que prefieren quedarse en Israel – y la lealtad a su pueblo. Su pueblo está en guerra con su país. No es sencillo. Nosotros tenemos que ayudar a acortar distancias en este conflicto. Los árabes de Israel son el puente hacia la posibilidad de existencia pacífica entre los árabes de la zona y el Estado de Israel.
– Eso significa que también el Estado de Israel tiene lo que hacer al respecto. Tiene la responsabilidad de ser el gobierno…
– Considero que la mayoría judía debe prestar más atención al nivel de vida, educación y desarrollo de los ciudadanos árabes, aunque no vayan al servicio militar. No se puede pretender que alguien, en el ejército, combata contra su propio pueblo. No debemos exigir lealtad como una fórmula que neutralice su identidad sino lealtad como ciudadanos a su país. Pero sí que comprendan que éste es su Estado. Yo entiendo que la bandera de Israel es doble: es la bandera del Estado y es también, con la Estrella de David en el medio, la bandera judía; entiendo que la menorá, el candelabro, que es el símbolo de Israel, no es el símbolo de los árabes; entiendo que el «Hatikvá», el himno nacional, que es una canción nacional sionista en la que decimos que «mientras late dentro del corazón el alma judía…», no es algo con lo que un árabe israelí, que no es judío, puede identificarse. Su alma no late por la redención que devolvió al pueblo judío a su tierra. Debemos comprender todo ésto. Y al mismo tiempo, debemos comprender que cuando decimos que el Estado es judío y democrático, eso no significa que podemos aceptar que se le defina como «Estado de todos sus ciudadanos», y no como Estado judío, el único del mundo. El pueblo judío no tiene ningún otro país fuera de Israel, al que puede llegar cualquier judío que lo desee, seguro de que aquí podrá vivir sin antisemitismo. Esto es algo que los árabes de Israel aún no han logrado comprender y eso crea conflictos.
– Si mal no recuerdo, la primera visita oficial dentro de Israel que usted realizó como presidente de la Knéset en este período, fue precisamente a la ciudad árabe de Umm el-Fahm. ¿Por qué?
– Una semana antes habían estado allí ciudadanos judíos que querían hacer provocaciones en Umm el-Fahm, presentándose con banderas de Israel, como si esa ciudad no estuviera dentro del país. ¿Para qué hay que ir a provocar, a crear problemas entre judíos y árabes? Por eso dije que justamente en mi condición de judío sumamente convencido sobre nuestro derecho a nuestra tierra, convencido respecto al hecho que no somos conquistadores aquí sino hijos de esta tierra, seguro totalmente respecto al sionismo que define a Israel como Estado judío, digo también que no puedo aceptar bajo ningún concepto que no sea también, en forma absoluta, un estado democrático. Y cuando alguien prendió un fósforo para intentar encender una llama, decidí ir a Umm el-Fahm y decirles allí a los ciudadanos árabes residentes en la ciudad: «La Knéset los representa también a ustedes, al igual que representa a todos los demás ciudadanos, judíos, árabes, beduinos, drusos, de donde sean». Eso era muy importante para mi. También dije, aclaro, que Jerusalén no puede ser dividida y que cuando lleguemos a una solución permanente de las fronteras con los palestinos, no concebimos que un judío no pueda vivir en cualquier parte de la tierra de Israel. Claro está que en esos temas discrepamos, pero creo que les transmití en forma tajante que podemos discutir y debatir, siempre y cuando no lleguemos a levantar la mano unos contra otros.
– Usted menciona el carácter judío y democrático de Israel. Pero este puede correr peligro, si Israel continúa controlando a Judea y Samaria, o sea Cisjordania, donde hay una clarísima mayoría palestina…
– ¿Cuál es el problema con quienes alegan que debemos hoy dividir la tierra y crear un Estado palestino junto a Israel? Los árabes que nos consideran ocupantes en Judea y Samaria nos ven como tales también en Jerusalén, Haifa y Yaffo. El principio de fondo es que volvimos a nuestra tierra y la pregunta es si somos ocupantes o si retornamos justificadamente bajo el amparo moral del movimiento sionista. Si hay un tema de trasfondo moral, el derecho es en toda la tierra de Israel. Si no se toma en cuenta el tema moral, tenemos un serio problema.
– De por medio está el tema de Jerusalén sobre cuya división se habla una y otra vez.
– Recordemos que Jerusalén nunca fue capital de ningún gobierno islámico aquí, nunca vieron a Jerusalén como algo importante. Sólo en relación al conflicto entre los palestinos y nosotros comenzaron a ver a Jerusalén como microcosmos de la pregunta sobre si es o no posible vivir juntos. Si no podemos acá vivir juntos, no podremos hacerlo nunca en ningún lado.
– Pero no es lo mismo la Ciudad Vieja, con los lugares sagrados, incluyendo el Muro de los Lamentos, que los barrios árabes que Israel anexó luego de la Guerra de los Seis Días en 1967…
– Hasta 1967 Jerusalén era como una isla aislada en un mar árabe. Cuando fue liberada, yo era un joven oficial en las Fuerzas de Defensa de Israel. Recuerdo que se dijo: "terminemos con esta historia". La decisión fue «envolver» a Jerusalén por todos lados, construyendo barrios como Armón Hanatziv, Giló, Ramot Eshkol, Maalé Adumim más lejos. La prueba es saber si los judíos y los árabes que están en esta gran metrópolis, pueden vivir juntos.
– El tema, evidentemente, no es sólo no matarse en la vida diaria sino cuál es la solución política al conflicto…
– Jerusalén no puede ser dividida. No se puede construir muros como los que requeriría la geografía de la ciudad según barrios judíos y árabes. Un barrio está pegado a otro. Shoafat y Sheikh Jarrah están dentro de un mar de población judía. Al este de Sheikh Jarrah están el Monte Scopus y Nevé Yaakov. Por otro lado, hacia el sur, está Giló , y por otro, al oeste, la ciudad nueva de Jerusalén. Todo eso hace que estemos todos juntos y no nosotros acá y ellos allá. Tenemos que saber vivir juntos.
– ¿Pero no se pregunta usted alguna vez "para qué queremos Shoafat", o zonas que son barrios totalmente árabes? ¿Qué tienen que ver eso con el legado judío de Jerusalén? ¿Acaso no dificultan la vida de Jerusalén como capital del pueblo judío?
– Nosotros determinamos las fronteras de Jerusalén pensando en la situación que existía, que era muy problemática. Si anunciamos hoy un término medio en Jerusalén, concesiones de Israel en Jerusalén sin que los árabes hayan aceptado cambiar nada de fondo, como renunciar al derecho al retorno de los refugiados o aceptar la condición de Israel como Estado del pueblo judío, estamos dando por hecho que Jerusalén se divide. Estaríamos determinándolo como condición básica, antes de lograr la paz. Pero Jerusalén, tanto a nivel político como a funcional, relacionado a la capacidad de vivir juntos, debe mantenerse unificada.
– La exigencia palestina respecto a Jerusalén Oriental es terminante. ¿Ve usted alguna salida?
– Quisiera recordar ante todo que cuando fue reunificada Jerusalén en 1967, decidimos dejar en claro que no pretendemos guerra alguna con el mundo islámico y les dimos plena autonomía en el Monte del Templo, donde están las mezquitas.
– ¿Cree hoy que fue un error?
– No, lo que quisimos es mostrar que no queremos una guerra con el islam. A veces no hay más remedio que tomar medidas para dejar en claro que la soberanía es nuestra y que no podemos permitir que violen las leyes que rigen en toda Jerusalén, aunque hacen allí cosas terribles y nosotros, muchas veces, hacemos caso omiso de ello para evitar problemas. Eso es interpretado de inmediato como debilidad.
– ¿Usted siente conexión con zonas árabes de Jerusalén?
– Las zonas que hoy llaman árabes, eran zonas judías. Cuando yo era un niño chico, de 4 ó 5 años, en Jerusalén, en Lag Baomer iba al barrio Shimón Hatzadik, que hoy se llama Sheikh Jarrah. ¡Allí vivían judíos!
– Y luego, claro, llegó la guerra de independencia que dividió Jerusalén… Ya que menciona su niñez, para terminar, quisiera preguntarle algo sobre los sueños que abrigaba seguramente en aquellos años, dado que ya dijo antes que su sueño era que nazca el Estado judío. ¿Es el Israel de hoy lo que corresponde a su sueño? Paralelamente a los grandes logros, hay también cosas que no queríamos para Israel. Encuestas hechas por expertos indican que hay mayor intolerancia, que hay expresiones de racismo por ejemplo respecto a los árabes. ¿Cómo se siente con esta combinación?
– Hay sin duda cosas que están mal. Mi padre, sexta generación en Jerusalén, era profesor de Lengua Árabe, tradujo el Corán. Él vivía en armonía total con los árabes. Estaba convencido de nuestro derecho a vivir aquí, pero también de la importancia de respetar a los árabes. Hay entre nosotros también quienes se expresan con odio contra los árabes y eso es algo que no deseamos. Se trata a la gente como seres humanos. Si el árabe es mi enemigo, pues es mi enemigo. Si me respeta, lo respeto a él. Y si quiere combatirme, lucho contra él, pero no lo desprecio ni quiero ser su patrón; no quiero perseguir a nadie. Al mismo tiempo, como ya dije antes, tengo los ojos abiertos, no me pueden vender cosas que no son. En los años 30, cuando gobernaba aquí el Mandato Británico – según leí ya a los 6 ó 7 años de edad en los libros que relataban sobre esa época – el poeta nacional de entonces, Jaim Najman Bialik, dijo que habrá un Estado judío cuando haya también una prostituta judía, un ladrón judío, un policía judío, un juez judío, un judío que de soborno y otro que lo reciba. Israel quería ser una nación como todas. En toda sociedad hay cosas buenas y malas. También en Israel.
– Pero el pueblo judío quería un Estado ejemplar…
– Sí, un Estado que sea luz para las naciones… Creo que lo es en muchas cosas, pero al mismo tiempo, también queremos vivir en un país normal. También aquí hay de todo. Es verdad que no quisiéramos ni ladrones ni bajo mundo, pero son también parte de la realidad. Eso no nos puede hacer olvidar que si creamos y produjimos tanto en tan poco tiempo, si desarrollamos tanto el país, es por el empuje que pusimos en esto. El sionismo ha hecho mucho y hay todavía mucho por hacer.
– O sea que hay motivos para celebrar, cosas que destacar y también cosas que mejorar, ahora, al cumplir Israel su 62º cumpleaños…
– ¡Claro que sí! Todo el tiempo. Tenemos mucho que mejorar. Pero también debemos estar orgullosos de lo que hemos logrado hasta hoy.
Por Ana Jerozolimski
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay