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Por Beatriz W. de Rittigstein
Recientemente, la Anti-Defamation League (ADL) publicó una encuesta que realizó en numerosos países, con el objetivo de darnos luces acerca del incremento del antisemitismo.
Cierto que, con encuesta o sin ella, percibimos a simple vista el aumento de tal enfermedad social en varios países, especialmente en Europa; además de otros síntomas como el crecimiento del número de representantes de grupos de ultraderecha, algunos con un oscuro historial de acciones antisemitas, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo. No obstante, en cuanto a América Latina, nos llamó la atención que un país hospitalario y generoso como Panamá figure en dicha encuesta como el de mayor antisemitismo en nuestra región.
Conocemos muy poco sobre la ficha técnica, y de esa escasa información el resultado de los números no cuadra. No tenemos indicación de cómo se hizo la selección de los encuestados; no sabemos si utilizaron a una empresa local en cada país o enviaron a alguna persona para hacer el trabajo de campo. Tampoco estamos al tanto de cómo contactaron a los encuestados. Lo único que sabemos es que los dividieron por género y por edad. Justamente en esa forma de estratificar encontramos problemas; revisé el resultado general por edad, y en casi todas las respuestas el universo muestral supera el 100%; incluso, en dos de los resultados llega al 147%, lo cual, como mínimo, hace inentendible el método. El universo muestral nunca puede superar el 100%; el total del universo muestral es siempre 100%.
Además, en la encuesta solo cuentan las respuestas negativas; por ejemplo, algunas de las consultas desfavorables alcanzan el 48%; pero es relevante saber cómo contestó el 52% restante, si fueron respuestas positivas o se clasifican en “no sabe/no contesta”.
Tampoco estratificaron a los encuestados por su condición socioeconómica ni cultural, pero digamos que la ADL trató de hacer un trabajo independientemente de esas importantes variables.
Por otro lado, Arístides Royo, expresidente de Panamá y quien desde hace tres años preside el Instituto Cultural Panamá-Israel, señaló en un artículo publicado en La Estrella de Panamá que la encuesta formuló preguntas capciosas, induciendo las respuestas.
En cuanto a apreciaciones, no puedo ser objetiva. Panamá es uno de los países de mis afectos; entre otros motivos, mi hija menor nació allí y siempre tuvo la nacionalidad panameña, a diferencia de países como Austria que, pese a que mi esposo nació en Steyr y tiene una partida de nacimiento austríaca, jamás le dieron esa nacionalidad.
Aunque hace tiempo vivimos en Panamá, con toda contundencia puedo decir que nunca sentimos antisemitismo. Mi esposo trabajaba en un banco venezolano en Ciudad de Panamá, por lo que teníamos mucho contacto y trato con panameños de todos los sectores.
Viniendo de Brasil, donde supimos lo que era vivir en dictadura —pues fueron los últimos años del general João Baptista de Oliveira Figueiredo— y donde sentimos los estragos del antisemitismo proveniente del Estado, de los casi tres años en Panamá solo recuerdo tres simples casos personales y puntuales. El primero, y para mi ingrato asombro, fue con la esposa del gerente venezolano a quien Leo reemplazaría. La señora fue muy amable, hasta que contó un chiste que debió parecerle cómico pero para nosotros fue una muestra de insensibilidad: algo así como que ahora los nazis estarían felices pues utilizarían hornos de microondas… Para ese entonces, e incluso hoy, es muy raro; en general los venezolanos respetan el sufrimiento de la gente que pasó el Holocausto.
Otro caso digno de mencionar: al entrar en una recepción en casa de un empresario arubeño-venezolano, el entonces embajador de Venezuela nos saludó con un “Heil Hitler” y el brazo extendido al estilo nazi. Antes de nosotros reaccionar, el anfitrión lo regañó con furia, recordándole que él representaba a un país democrático, ejemplo en América Latina, que lo que acababa de hacer era una vergüenza para los venezolanos. El embajador se disculpó, y resulta oportuno aclarar que activaba en un partido de lo que para el momento era la extrema izquierda en Venezuela y que nunca sobrepasó el 6% de los votos.
El último caso fue un incidente con la secretaria (panameña) de la presidencia del Banco Unión en Panamá. Su apellido Levy me animó a preguntarle si era judía, y ella tuvo una fea reacción: se persignó y me dijo “Dios me libre”; le respondí que con ese apellido, aunque lo intentara negar, no cabía duda de que alguien en su familia nació judío.
En cualquier parte del mundo podemos tropezarnos por casualidad con una desagradable situación que nos exponga a prejuicios antisemitas; de ello no estamos exentos. Sin embargo, de los tres episodios antisemitas que recuerdo haber enfrentado en Panamá, dos fueron generados por venezolanos; pero hasta ese momento nunca había experimentado nada similar en Venezuela.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita

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