Por Elías Farache S.
El informe Goldstone, y cualquiera que sea similar nunca va a favorecer a Israel. Nunca jamás (HAMAS).
Israel se vio sometido a varios años y meses de ataques desde Gaza. Las huestes de HAMAS, que son el gobierno de Gaza desde su rompimiento con Al Fatah, encontraron una manera de hacer daño a Israel: disparar cohetes, de fabricación casera, a las zonas pobladas israelíes cercanas a Gaza, con disparos cada vez más adentro del territorio israelí. Así fue que Ashkelón, Netivot, todo el sur de Israel y muy especialmente Sederot, se volvieron invivibles.
En el año 2008, se llegó a acordar un cese al fuego. Negociado entre Israel y Egipto, y este último representando a HAMAS. Porque HAMAS no reconoce a Israel, no negocia con ella y proclama destruirlo. Esto no es secreto para nadie, y es motivo de orgullo para HAMAS y sus adeptos. Este cese de fuego era muy peculiar: nunca dejaron de caer cohetes en territorio israelí. Y la población israelí que reclamaba a su gobierno protección, era calmada con el poco creíble argumento que era preferible la baja intensidad aleatoria de cohetes… a un enfrentamiento de mayor escala que produjera un informe como el Goldstone.
En Diciembre de 2008, se venció el precario cese de fuego. HAMAS declaró que no renovaría el acuerdo. Se sentía en mayor libertad de lanzar cohetes… y así lo hizo. Los cohetes de fabricación casera, no son fuegos artificiales. Son mortíferos y causan muerte, destrucción y pánico. Israel clamaba por un cese del fuego, rogaba a Egipto y a los mediadores. Pero fue inútil.
Así como en el pasado desde Líbano Hizbolá bombardeaba Israel con Katiushskas y otros explosivos, HAMAS se lanzó en su ataque a Israel. HAMAS sabía que tenía todos los tickets para perder. Perder vidas, perder instalaciones, perder en todo aquello que los “occidentales” consideran que es “perder”. Ganarían, y ganaron, en mártires y dolor, en presentarse como víctimas, no ellos, no tanto la dirigencia, sino la población que habría de presenciar, vivir y soportar la defensa de Israel de sus ciudadanos y su territorio.
Esta es la sencilla situación que se le presenta a Israel una y otra vez: unos individuos y grupos de mucho menor poderío militar agreden a sus ciudadanos con mecanismos mortales y precarios, asimétricos se llaman hoy en día. Causan muerte. Sus autores, aquellos que no se “inmolan”, muriendo en el acto de matar, se refugian en centros poblados: hospitales, escuelas, ciudades, pueblos. Desde allí se dispararon cohetes, grandes y pequeños. Israel tiene que ir a por ellos. Trata de advertir a los civiles inocentes, a los no inocentes y a todos los que allí se encuentran. Pero no se deja de disparar desde allí. Antes que el juez Goldstone escribiera una línea, el informe ya condenaba a Israel. Porque en la lucha del poderoso y organizado contra el débil, por mucha ética y cuidado que tenga el primero, y por mucha desvergüenza y “jutzpá” que tenga el débil… el débil sale mejor en la última foto. Entre agredido y agresor, antes de preguntar quién se defiende de quien, uno se inclina por el agredido. Y olvida o no averigua el porqué. Inevitablemente vienen las bajas civiles, esa desagradable denominación de “daños colaterales”. La siembra de odio y destrucción que sigue cosechando rencores.
Israel perderá en todos los ámbitos diplomáticos, en las batallas verbales, en la presentación de su caso. La opinión pública está manejada, muy bien, por las fotos, las campañas de descrédito y el sufrimiento real de un pueblo que tiene como mayor desgracia la irresponsabilidad de sus dirigentes y aliados, empeñados en una guerra sin cuartel para hacer desaparecer el Estado Judío. Como consuelo para Israel y los judíos queda el hecho de tener la razón y la ética de su lado, y además, la fuerza necesaria para imponerse en el campo de batalla. Sin esta fuerza, Israel tendría ya un sentido reconocimiento post-mortem.