Por Julián Schvindlerman
Cruzado ya el umbral de los primeros siete días de guerra entre el Movimiento de Resistencia Islámico -tal su nombre- Hamas y el Estado de Israel, con más de mil cohetes lanzados contra la nación hebrea y cantidades de ataques aéreos sobre Gaza, Egipto elevó una propuesta de cese de fuego que buscaba calmar la tormenta. Israel la aceptó a pesar de tener reparos; Hamas la rechazó de cuajo. Vuelta a foja cero. Es dable, sin embargo, analizar las raíces de la hesitación israelí. Desde la perspectiva humanitaria son bienvenidas las treguas en las contiendas, pero estratégicamente este no siempre es el caso. Aun cuando esta postulación desafíe nuestro humanismo, es menester profundizar en ella si aspiramos a un cabal entendimiento de lo que allí está en juego.
En el año 2005 el ejército israelí abandonó la Franja de Gaza por completo. Ni un solo soldado, ni un solo colono, permanecieron allí. La ocupación terminó. Los israelíes creyeron que por fin gozarían de cierta seguridad en esa frontera caliente. Se equivocaron. Desde entonces, en tres oportunidades Hamas inició ataques con cohetes contra Israel, forzando una respuesta militar que rápidamente derivó en una contienda abierta. En 2008, 2012 y 2014 los israelíes debieron correr a sus refugios antiaéreos cada vez que Hamas lanzó misiles inesperadamente. Militarmente, Israel es mucho más poderoso que Hamas. Pero políticamente, este grupo terrorista se anota puntos en la corte de la opinión pública mundial con cada muerte palestina. Cuando la confrontación alcanza niveles intolerables para la sensibilidad internacional, la comunidad diplomática impone un cese de fuego. Forzados a interrumpir su campaña militar sin haber alcanzado los objetivos, los israelíes se repliegan, resignados, a sabiendas de que ésa no será la última pelea.
Este es un ciclo perverso que el gobierno de Israel anhela detener. Hamas utiliza tales treguas para recomponerse, rearmarse y planificar el próximo ataque sorpresa. Hasta tal punto esto es así que incluso los propios israelíes se mostraron alarmados por el nuevo arsenal de su enemigo, de fabricación siria e iraní. Los cohetes que Hamas lanzó antaño llegaron al sur de Israel primero, luego al centro y en esta contienda misiles cayeron en el norte del país. Es por ello que un cese de fuego que no contemple el desarme total de Hamas y un bloqueo al contrabando de armamentos estará destinado al fracaso a la larga.
Al calibrar su represalia, Israel debe haber contemplado tres opciones. Una consistiría en asestar un golpe mortal al enemigo. El riesgo de este camino es que al remover a este grupo extremista del poder bien podría darse el caso que agrupaciones más radicales todavía pujasen por ganar espacio en la franja, tales como ISIS y Al-Qaeda, que ya están desafiando seriamente al poder central en Siria y en Irak y entablando un creciente riesgo para Jordania y Egipto. Otra opción puede haber sido neutralizar a Hamas y reemplazarlo por el gobierno más moderado de la Autoridad Palestina, que perdió la franja en el 2007 en una cruenta lucha fratricida con Hamas y busca recuperarla. Pero Mahmoud Abbas no puede ser visto popularmente como un títere sionista, de modo que la opción no parece viable. Lo cual posiblemente ha dejado a Israel ante la alternativa final de preservar políticamente a su enemigo gazatí pero anular su capacidad ofensiva futura. Esta es la campaña que sería interrumpida si la propuesta egipcia prosperase.
Bienvenida una tregua. Pero si la familia de las naciones desea evitar una nueva -¡y cuarta!- contienda entre las partes de aquí a futuro, es crucial que el cese de fuego contemple el desarme de Hamas y prevenga su rearme. Una tregua inmediata a imperfecta calmará nuestras ansiedades pacifistas… pero sólo momentáneamente, hasta el próximo e inevitable round.