Por José Andrés Octavio Seijas
A raíz de la llegada al poder de la llamada revolución bolivariana, y con el alinearse del gobierno venezolano con los países árabes en el conflicto árabe-israelí, se han presenciado algunas manifestaciones que han ido más allá de la crítica a la política del Estado de Israel en este conflicto: han llegado a la violación de alguna sinagoga y de expresiones terribles por militantes de la “revolución” que pueden ser catalogadas como posturas antisemitas. Una cosa es estar en desacuerdo con posiciones radicales de algunas minorías en Israel, crítica compartida incluso por miembros de la comunidad judía o, según he oído, por ciudadanos israelíes, y otra cosa es tomar una postura de corte claramente antisemita.
Y es que nuestro país ha sido extraño a este tipo de postura a través de los tiempos. Según recuerdo de mi infancia, en los colegios laicos ni siquiera se hablaba o se sabía que existían alumnos judíos, como había alumnos de otros países europeos, también con apellidos extraños para el común de los alumnos. El antisemitismo en Venezuela ha sido practicado por un escasísimo número de venezolanos extranjerizantes y más bien por considerarse aristócratas, en un país sin aristocracia.
No hemos dado demostraciones de discriminación a través de los años con ningún pueblo, de lo que los venezolanos nos sentimos orgullosos. Existen incluso episodios notables, como el caso de judíos emigrados de Europa que no fueron recibidos en otros países latinoamericanos, y por esta razón terminaron llegando a Venezuela, en la época del general López Contreras.
Ni siquiera de la época colonial se relatan aquí persecuciones o discriminaciones a los judíos, cuando todavía en Europa era práctica común el antisemitismo feroz, que venía desde el medioevo, culminando con la bárbara expulsión de los judíos de España por los reyes católicos, para desgracia de esa nación y su acervo cultural, pasando por los Pogromos rusos, hasta llegar a la más terrible expresión de antisemitismo, personificado por los nazis y su imborrable “solución final” que costó la vida de millones de judíos, para vergüenza de los mismos europeos y hasta de nosotros mismos.
Y es que nuestro país es heredero de la cultura occidental, merecidamente llamada judeo-cristiana. En ella están nuestras principales raíces culturales, además del aporte, en parangón culturalmente muy escaso, de los moradores de Venezuela a la llegada de los españoles y el posterior arribo de los esclavos de África.
De manera que puede decirse que nuestra cultura, la que se enseña en las escuelas a nuestros niños, proviene básicamente de esta herencia cultural. Millones de nuestros niños reciben formación religiosa cristiana, la mayoría de los venezolanos se define como católicos o cristianos, herederos de las enseñanza del probablemente más grande de los judíos, Jesús de Nazareth. Cuando admiramos las obras del más grande de nuestros artistas occidentales, el florentino Miguel Angel, ¿no sabemos acaso que sus más grandiosas obras están dedicadas a judíos: Moisés, David, Jesucristo, la virgen María, los profetas bíblicos?
¿Es que en esta llamada revolución socialista, las enseñanzas “socialistas” que pudieran haber recibido los partidarios de la “revolución” no provienen de los judíos Marx , Engels y Trotsky? Me pregunto además qué sería de nuestros psicólogos o psiquiatras si no hubieran contado con las enseñanzas del judío Sigmund Freud
¿Es que acaso estos “revolucionarios”, no saben que el mundo está en deuda con el pueblo judío, no solo por las atrocidades que se han cometido contra él, sino por el aporte que a la humanidad ha dado?, más de cien premios Nobel, para beneficio de europeos y americanos. Un aporte descomunal, si se piensa que el pueblo judío no supera los 20 millones de personas. Es a este pueblo, que con el apoyo dado a Hamás y otros terroristas, se pretende negar el derecho de existir como país. Es contra este pueblo, que en el fondo está defendiendo nuestros valores occidentales, democracia, libertad, civilización, frente a la barbarie fundamentalista, a la que nuestros gobernantes pretenden sumarnos.
El asumir una posición contraria a la existencia del Estado de Israel, es claramente una posición antisemita, por lo que cualquier postura de este tipo nos llenaría de ira y vergüenza. Para un venezolano ser antijudío, o antisemita, es casi como ser contrarios a nosotros mismos, por lo profundo e importantes de las raíces judío-cristianas de nuestros habitantes, no solo de los venezolanos descendientes de españoles, sino para los miles de descendientes de europeos: italianos, portugueses, españoles y judíos, llegados en buena hora a nuestro país a mitad del siglo pasado. De ellos derivan multitud de médicos, artistas, intelectuales, profesores y empresarios que han dado un enorme aporte al desarrollo no aún logrado de nuestro país. En nombre de este aporte, los venezolanos tendríamos motivos para sentirnos avergonzados de cualquier acción que tienda a mostrarnos ante el mundo como un pueblo donde de los judíos sean discriminados u ofendidos.
Fuente: El Nacional