Editorial del Semanario Aurora
La Guerra de Yom Kipur es vivida en el país como una catástrofe humanitaria de grandes proporciones -murieron entre 2.500 y 2.800 soldados israelíes- y como el comienzo de la desconfianza sobre la idoneidad de nuestros dirigentes políticos. Gracias al establecimiento de la comisión que investigó la guerra -la Comisión Agranat-, los líderes políticos supieron trasladar la culpa a los altos estamentos militares. Sin embargo, el público no se dejó engañar y arrojó del poder al partido Mapai, terminando con el monopolio político que había establecido desde la fundación del Estado.
Pero no fue todo tan gris. Desde el punto de vista del frío análisis militar, la Guerra de Yom Kipur significó en términos generales una tremenda victoria. El Ejército de Defensa de Israel (Tzáhal) se detuvo a apenas 101 kilómetros de El Cairo, y a decenas de kilómetros de Damasco. Para los líderes árabes quedó absolutamente claro que el Estado de Israel no era un hecho pasajero, y que no puede ser vencido en una guerra convencional, ni siquiera tras ser atacado por sorpresa.
Si la Guerra de los Seis Días fue una derrota para el nacionalismo árabe, la Guerra de Yom Kipur puso los últimos clavos en el cajón.
El alto costo en vidas humanas hizo que para Israel sea aceptable la fórmula de paz por territorios, que el entonces presidente egipcio, Anwar el Sadat, supo aprovechar eficientemente. Sin embargo, el vacío dejado por el nacionalismo árabe en el Oriente Medio comenzó a ser llenado lentamente por el extremismo islámico, que inició su período de ascenso tras la revolución de Khomeini, en Irán. Entonces, los desafíos para Israel pasaron a ser de tipo no convencional (guerra asimétrica, amenaza nuclear o armas químicas y biológicas).
Pero así como el surgimiento del nacionalismo árabe llevaba consigo la semilla de la discordia en torno al debate de quién dirigiría la revolución, el islamismo resucitó la ancestral división entre chiítas y sunitas. Si el nacionalismo trató de modernizar a los países del Oriente Medio, el islamismo ha desatado su implosión. Sorpresivamente, Israel se ha quedado solo sin ejércitos enemigos, pero rodeado de fuerzas insurgentes que, en la era del teléfono celular y de internet, acechan detrás de las fronteras. Tal vez el surgimiento del Estado Islámico en Siria e Irak implica que la ideología islamista, en su expresión más brutal, ha comenzado un proceso de lenta pero inapelable descomposición.