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Por Julián Schvindlerman
“Por la liberación de Palestina, del río al mar” ha sido la pancarta histórica del nacionalismo palestino durante su larga e infructuosa fase de lucha armada contra el sionismo. “Con sangre y fuego te redimiremos, oh Palestina” ha sido la consigna coreada por masas de palestinos en las manifestaciones multitudinarias en Cisjordania y Gaza durante los años del proceso de paz. Yasser Arafat pudo haber pasado a la historia como el hombre que declarara la fundación -real, no sólo simbólica- del estado palestino con Jerusalem Este como su capital, tal como le fuera ofrecido por los israelíes en las Tratativas de Camp David en el 2000. Eligió transitar otro terreno: el de la confrontación eterna, al patear la mesa de negociaciones y lanzar una intifada tras retornar a Ramallah como un Saladino moderno que combate hasta el final.
Una semana de noviembre diez años atrás Arafat murió, pero las consecuencias de su intransigencia ideológica y miopía política aún están vivas. Hoy, Palestina es una bomba a punto de estallar. Gaza, cedida por Israel a la Autoridad Palestina y ahora en manos de un movimiento fundamentalista, ya ha explotado en furias de agresión tres veces en la última década. Cisjordania está a punto de hacerlo. Israel, una vez más, está ensangrentada.
A mediados de octubre, Abdelrahman al-Shaludi lanzó su auto contra civiles israelíes, provocando la muerte a una joven de 22 años y a una beba de 3 meses de edad. A fines de mes, Moatas Hijazi disparó a quemarropa contra un activista israelí. A comienzos de noviembre, Ibrahím al-Akri mató a un guardia de fronteras e hirió a tres personas al atropellar con su coche a un grupo de transeúntes. Unos días después, en Cisjordania y en Tel-Aviv un soldado y una mujer israelí fueron mortalmente apuñalados. En la Galilea la policía israelí evitó otro atentado al matar a un árabe que blandía un cuchillo, lo que desencadenó protestas violentas entre los palestinos. Un tranvía construido unos pocos años atrás que cruza barrios árabes en la capital (así ideado para no excluir a la población árabe de la ciudad) es continuamente atacado con piedras. Y ayer, cuatro israelíes murieron acuchillados en una sinagoga.
En esta atmósfera, el presidente Abbas prometió mudar la tumba de Arafat hacia Jerusalem. No está apenas jugando con fuego; está actuando como un pirómano fuera de sí. Una conmemoración “perfecta” para este aniversario de la muerte de Arafat.
Fuente: La Razón, España

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