Por Miguel Truzman
El 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas liberaron el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, y lo que vieron al entrar fue sencillamente indescriptible: una fábrica para convertir seres humanos en cenizas, amén de todo tipo de ejecuciones y experimentos demenciales, todo esto ideado, organizado y ejecutado en pleno siglo XX por un país que para la fecha era considerado el más culto de Europa.
Se estima que cerca de un millón y medio de personas fueron asesinadas solamente en ese campo; el 90% de las víctimas eran judíos. En total, entre 1938 a 1945, fueron masacrados por el régimen nazi y sus cómplices seis millones de judíos en toda Europa.
Una campaña publicitaria orquestada, dirigida y masivamente expuesta al pueblo alemán y europeo, donde se describía al judío como un ser grotesco, exacerbando sus rasgos personales, desaseado, usurero y perteneciente a una subespecie o raza inferior que no era considerada humana, hacía más fácil la aplicación de la “solución final”, aprobada metodológicamente en la reunión de Wannsee en 1942.
La xenofobia, el racismo y la intolerancia fueron los motores de la propaganda y el discurso que impulsaron esta vorágine asesina. A la luz de los acontecimientos actuales nos vemos nuevamente sometidos a la barbarie criminal, esta vez no por fascistas de derecha sino por extremistas religiosos, que utilizan una fe como un escudo para cometer sus fechorías, ejecuciones y violaciones de todo tipo, en nombre en este caso de Mahoma, con el fin de extender su visión ideológica y apoderarse de vastas extensiones de territorio, riquezas y personas.
Todos estamos de una u otra forma en el campo de batalla, no podemos ser simples espectadores de la barbarie. Los extremistas islámicos, en este caso, esperan que sus acciones produzcan la rabia e ira de las poblaciones sacudidas por el terror, y reaccionen contra los ciudadanos de esa creencia de cada localidad o país, lo que a su vez provocaría que miles de esos ciudadanos, por sentirse segregados y perseguidos, se enrolen en las filas de la yijad en cualquiera de sus múltiples movimientos terroristas, llámense ISIS, al-Qaeda, Boko Haram, Hamás, Hezbolá, Talibán, etc.
Estamos en la obligación de confrontar los racismos y xenofobias por razones de etnia, sexo, religión o condición social, a través de nuestra formación integral como ciudadanos libres y abiertos a las ideas y pensamientos diversos, esclareciendo en cada caso los temas que mejor dominemos. Formémonos, leamos, activémonos en los temas que más nos preocupan.
Los radicales se alimentan del odio que generan para ganar adeptos; no caigamos en su trampa mortal. Tolerancia y coexistencia, con reglas y normas de convivencia claras, que cada persona, comunidad o religión deben respetar en el país en que se encuentren.
Por otra parte, denunciemos la doble moral, mediante la cual las personas o países denuncian (o no) una “atrocidad” o un “crimen” dependiendo de qué lado ideológico, político o económico se encuentre la persona o país que lo cometió, sin entrar efectivamente al análisis del hecho.