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Por Rab. Iona Blickstein
El hombre es un árbol del campo y el calendario judío reserva un día de año nuevo para los árboles, el 15 de Shevat, para que meditemos acerca de nuestra afinidad con nuestra parábola botánica y que puede enseñarnos acerca de nuestras propias vidas.
Los componentes primarios del árbol son: Las raíces, que lo anclan al suelo y lo abastecen de agua y de otros elementos, y la fruta, que contiene las semillas a través de las cuales los árboles se reproducen a sí mismo.
La vida espiritual del hombre también incluye raíces, un cuerpo y frutos. Las raíces representan la fe, nuestra fuente de nutrición y perseverancia. El tronco, las ramas y las hojas son el “cuerpo” de nuestras vidas espirituales: nuestros logros intelectuales, emocionales y prácticos. La fruta es nuestro poder espiritual de procreación, el poder de influir en otros, de plantar una semilla en un semejante humano y verlo brotar, crecer y reproducir frutos.
Los árboles enseñan:
1)
El árbol nace de la acción de sembrar pequeñas semillas. Luego debe ser mantenida, nutrida, protegida, etc. Al igual que la Neshama (alma divina) dentro de cada uno de nosotros, lo cuál debemos nutrir y proteger.
2) El árbol crece constantemente. Debemos crecer constantemente. No satisfacernos al mirar atrás y ver el logro obtenido sino teniendo la mirada siempre hacia delante, hacia lo que todavía nos queda por crecer.
3) El crecimiento del árbol debe ser en dirección derecha el cual es logrado al colocar a ambos lados del árbol algo que lo sostenga. Los niños también deben crecer en el camino derecho y lo logran con los soportes. Los padres en casa y los maestros en la escuela.
4) La fuerza del árbol también depende de que tan profunda y establecida está su raíz. Nuestra profundización es nuestra Enmuna (Fe)
5) La belleza del árbol depende de las frutas que produce nuestro ser.
Mientras más sean las acciones, más bellas personas somos y mientras somos todos bellos árboles, haremos de este mundo un bello paraíso.

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