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Por Julián Schvindlerman
Por un largo tiempo ya, cada vez que fundamentalistas islámicos perpetran un atentado en Occidente, la respuesta de rigor de líderes mundiales cristianos es afirmar que el “islam es una religión de paz”. Lo dijo el presidente George Bush (“El rostro del terror no es el verdadero rostro del islam. Eso no es de lo que se trata el islam. El islam es paz”); el presidente Barack Obama (“El islam no es parte del problema al combatir al extremismo violento, es una parte importante de promover paz”); el secretario de estado John Kerry (“[El islam] es una religión pacífica basada en la dignidad de todos los seres humanos”); el Primer Ministro David Cameron (“El islam es una religión de paz”) y el Papa Francisco (“El Corán es un libro profético de paz”) entre otros.
Esta insistencia occidental y cristiana en asegurar el pacifismo de la religión mahometana a la luz de atrocidades cometidas por musulmanes en nombre de Allah, ha terminado por irritar a los propios fanáticos del islam. La edición de febrero de la revista online del grupo Estado Islámico, Dabiq, responde a estas aseveraciones con una nota de cinco páginas que lleva por título “El islam es la religión de la espada. No pacifismo”. En el artículo, los editores de Abu Bakr al-Bagdadi lamentan que “Ellos han repetido este eslogan tanto que algunos afirman que el islam llama a la paz permanente con kufr y los kafirin [incrédulos]. Qué lejos está ese alegato de la verdad, pues Allah ha revelado al islam como la religión de la espada, y la evidencia para esto es tan profusa que solo un zindiq (herético) argumentaría lo contrario”. Los islamistas pasan a explicar que “El Mensajero de Allah (sallallahu ´alayhi wa sallam) fue enviado con cuatro espadas: una espada para los mushrikin [infieles]… una espada para Ahlul-kitab [los no creyentes]… una espada para los munafiqin [los hipócritas] y una espada para los bughat [los agresores rebeldes]… también reveló la espada contra los apóstatas”. Luego presentan una cita adjudicada a Allah: “Impondré el terror en los corazones de aquellos que no creen, golpéenles en los cuellos y arránquenles cada dedo”.
Los editores de Dabiq atribuyen la actitud occidental apologética de su fe no a la corrección política contemporánea sino a una confusión lingüística derivada de la raíz de la palabra islam: “Ellos alegan que ella proviene de la palabra salam (paz), cuando en realidad proviene de  palabras que significan sumisión y sinceridad”. Concluyen con el pronóstico de que “siempre habrá un partido de musulmanes luchando contra partidos de kafirin hasta que no habrá más fitna [sedición] y la religión será para Allah solamente”. Toda su argumentación exegética que verifica los trazos violen tos de la teología islámica los lleva a una simple pregunta: “¿Cómo pueden entonces los zanadiqah (heréticos) o si quiera aquellos que ciegamente los siguen -Bush, Obama, y Kerry- decir obstinadamente que ´el islam es una religión de paz´, significando pacifismo?”.
La postura de estos fundamentalistas marca un desafío a los apologistas. Sí, son unos fanáticos desquiciados. Y unos bárbaros sanguinarios. Y unos asesinos despiadados. Pero su conocimiento del islam, del Corán y de los dichos y hechos de Mahoma con seguridad supera al de los líderes occidentales que declaran que el islam es paz. En rigor, los líderes del mundo libre están asegurando algo de lo que posiblemente sepan poco. Lo hacen porque creen que eso evitará estigmatizar a todos los musulmanes. Un fin noble. Ello, no obstante, es funcional a una finalidad, no necesariamente a la verdad. Lo interesante es que algunos auténticos moderados del islam también han objetado la noción de la exculpación completa de su fe -y de su cultura- en los actos de terror de los jihadistas. No llegan a afirmar que el islam es una religión de guerra, como ha hecho el grupo Estado Islámico, pero admiten -con una candidez que muchos occidentales no pueden ni comenzar a considerar- que la actitud de negación es incorrecta.
“[A]firmar que los actos terroristas cometidos en nombre del islam no tienen nada que ver con la religión es como decir que las cruzadas no tuvieron nada que ver con el cristianismo” escriben en el diario español El País Anuar Ibrahim (ex vicepresidente de Malasia), Ghaleb Bensheij (presidente de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz), Tariq Ramadan (catedrático de estudios islámicos en la universidad de Oxford) y Felix Marquardt (fundador de la organización Abd al Rahman al Kawakibi). “Ha llegado el momento de volver las tornas contra los terroristas y fijar un nuevo rumbo para el islam en el siglo XXI”, concluyen. Sajid Javid, el único miembro musulmán del gabinete británico, dijo a la BBC tras los ataques en Francia: "La respuesta perezosa sería decir que esto no tiene nada que ver con el Islam o con los musulmanes y que debe ser el final [del asunto]. Eso sería flojo y errado". “Es cierto que el Islam no tiene nada que ver con el terrorismo”, sostiene el intelectual egipcio Mamoun Fandy en una de sus columnas en el diario británico Al-Sharq Al-Awsat, “pero hay un vínculo visible entre el terror y la cultura que prevalece entre los musulmanes de hoy”.
Zainab al-Suwaij, cofundador del Congreso Islámico Americano dijo: “La búsqueda de un islam moderado es muy importante en el mundo de hoy. Aunque esta necesidad se ha sentido durante mucho tiempo, las manifestaciones violentas del Islam radical la han hecho más evidente que nunca… En un momento en que las ideas radicales se están extendiendo, la comunidad musulmana tiene que preguntarse cómo puede utilizar el Islam para fines pacíficos”. “La historia del extremismo comienza en las sociedades musulmanas, y es con su apoyo y el silencio que el extremismo se ha convertido en el terrorismo que está dañando a la gente en todo el mundo” asegura por su parte el saudita Abd Al-Rahman Al-Rashed, ex director de la televisión Al-Arabiya.  El Columnista iraquí Aziz Al-Hajj reconoce: “La situación es preocupante, la reputación de los musulmanes en el mundo sufre, y el propio Islam casi se ha colocado en el banquillo. Los gritos de la plebe sobre la guerra contra el Islam en occidente no nos ayudan, porque son una gran mentira”.
Y en un gesto impresionante, el presidente egipcio Abd al-Fattah al-Sisi aleccionó a clérigos de Al-Azhar, centro sunita por excelencia, en estos términos: “Ustedes no pueden ver las cosas con claridad cuando se está encerrado [en esta ideología extrema]. Ustedes deben salir de ella y mirar desde afuera, con el fin de estar más cerca de una ideología verdaderamente ilustrada… Permítanme decirlo una vez más: tenemos que revolucionar nuestra religión”.
Cuando musulmanes moderados están admitiendo la existencia de un problema dentro de su religión y de sus sociedades, uno debe preguntarse qué creen los apologistas estar consiguiendo al refutarlos. El punto aquí no es fijar si el islam es una religión de paz o de guerra, sino reconocer que la violencia promovida por los jihadistas tiene sólo que ver con el islam. Los fundamentalistas adhieren a una versión extrema del islam, nos dicen. Cierto. Pero del islam al fin de cuentas. Sus masacres no están siendo perpetradas en nombre del confusionismo o del ateísmo, y el legado que proclaman custodiar es el de Mahoma, no el de Buda o el de Jesús. Distinguir entre el islam y los islamistas puede ser justo. Erradicar de cuajo toda asociación entre ambos, no lo es.

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