Israel se ha embarcado en una misión de cinco años para poner pie en una nueva y abarrotada frontera: el mercado espacial comercial, que actualmente vale 250 mil millones de dólares al año.
Utilizando la experiencia de una industria de defensa que ha creado tecnologías como el sistema interceptor de misiles Kipat Barzel (Cúpula de Hierro), Israel planea ir más allá de su actual enfoque en satélites espías y de comunicaciones militares para producir dispositivos civiles, algunos lo suficientemente pequeños como para caber en la mano.
“La idea es que disponemos de una infraestructura espacial bien desarrollada para nuestras necesidades de defensa, y sin necesidad de una inversión financiera grande podemos utilizarla para ganar un par de puntos porcentuales en el mercado comercial”, dice Isaac Ben-Israel, presidente de la Agencia Espacial israelí.
Ben-Israel aspira a que el país logre al menos una cuota de mercado del 3%, pero se enfrenta a la competencia de los gigantes mundiales de la tecnología, que buscan nuevos mercados e industrias. Algunas firmas ya están empujando los límites, como el proyecto del fundador de Virgin Galactic, Richard Branson, quien planea llevar turistas al espacio por 250.000 dólares el boleto. China tiene previsto construir su propia estación espacial para 2022, y el cofundador de Google, Larry Page, está respaldando una empresa de minería de asteroides.
Al igual que con los teléfonos y computadoras, la carrera espacial se está moviendo hacia la fabricación de dispositivos más pequeños, ligeros y eficientes, algo en lo que Israel ha destacado a través de las décadas, al diseñar satélites que vigilan a sus vecinos hostiles.
Un proyecto, Adelis-Samson, está diseñando tres satélites en miniatura, o nanosatélites, para el primer vuelo en formación controlado en el espacio. En una mesa de baja fricción en el Instituto Tejnión de Haifa, el sistema de navegación está siendo probado con un grupo de robots redondos, del tamaño de platos, que entran y salen de la formación como discos de hockey de aire autónomos.
El lanzamiento está previsto para el próximo año. Mientras estén en órbita, los receptores digitales desarrollados por uno de los creadores del sistema Cúpula de Hierro detectarán señales de alarma en la superficie de la Tierra, y los tres satélites utilizarán la triangulación para lograr una precisión milimétrica. “Lo llamamos maximizar el rendimiento por kilo”, dice el jefe del proyecto, Pini Gurfil, mientras sostiene uno de los satélites, del tamaño de una caja de zapatos. “El nuevo sistema de propulsión, la aplicación para búsqueda y rescate por demanda, el software y los algoritmos van a ser muy significativos para el mercado comercial”.
Durante décadas, la industria espacial de Israel estuvo impulsada por las necesidades de seguridad. Desde la década de 1980 ha lanzado una serie de satélites espías y de comunicaciones, y es considerada una de las diez principales potencias espaciales; pero su programa civil se había quedado rezagado. Eso cambió hace tres años, cuando el gobierno destinó por primera vez una suma modesta de 90 millones de shekels (22,5 millones de dólares) para la agencia espacial civil, que entonces apoyó la creación de start-ups y proyectos como Samson.
Las ventas de la industria se han duplicado desde entonces hasta más de mil millones de dólares, y las tendencias favorecen las fortalezas de Israel, como la miniaturización, la digitalización y la fabricación de sistemas ligeros, indica Ben-Israel. El valor económico de la industria espacial global fue estimado por la OCDE en 2013 en más de 250 mil millones de dólares.
Durante la última década, las empresas espaciales comerciales recibieron más de 13 mil millones de dólares de inversión de capital no gubernamental, señala Amir Blachman, director gerente de la red estadounidense Space Angels Network. Alrededor del 20% provinieron de “inversionistas ángeles”, individuos pudientes que financian nuevas empresas a cambio de una participación, y capitalistas de riesgo. Este número está aumentando, y Blachman espera ver el mismo crecimiento en Israel. “Debido a que cuenta con una amplia experiencia y conocimientos, Israel está maduro para poseer una gran cantidad de nuevas empresas, que generarán muchas tecnologías increíbles para la exportación”, dice.
Una de estas empresas, SpacePharma, ha desarrollado un laboratorio que cabe en la palma de la mano y orbitará la Tierra en un nanosatélite, que permitirá a los científicos realizar experimentos y observar cómo se desenvuelven desde sus teléfonos inteligentes.
Las compañías farmacéuticas, fabricantes de alimentos y otras gastan alrededor de 3000 millones de dólares al año para acceder a la microgravedad del espacio, pero solo aquellas con presupuestos suficientemente grandes y conexiones políticas pueden enviar sus investigaciones a los astronautas que están en la Estación Espacial Internacional para que hagan sus experimentos, explica el CEO de SpacePharma, Yossi Yamin. “Estamos ampliando posibilidades que hasta ahora han sido muy estrechas, para permitir que haya más usuarios”, dice. “Este es un mercado ilimitado”. “En lugar de gastar millones de dólares en un experimento, costará unos cientos de miles”, asegura. El primer nanosatélite se lanzará en el tercer trimestre de este año.