El término islamofascismo surgió en la década pasada para destacar las similitudes entre el radicalismo islámico y el nazismo. Podría creerse que se trata de un fenómeno reciente, pero un análisis histórico muestra que el islamismo (entendido como movimiento político) y el nazi-fascismo nacieron en la misma época, y desde sus inicios compartieron muchos principios y objetivos.
Numerosos analistas políticos asumen que el radicalismo islámico surgió como consecuencia del imperialismo europeo de los siglos XIX y XX, o del conflicto árabe-israelí. En realidad, este movimiento puede trazarse al período entre las dos guerras mundiales.
Como explica el historiador británico Matthias Küntzel, el islamismo (que debe diferenciarse de la religión del Islam) surgió como movimiento de masas con la creación del movimiento de la Hermandad Musulmana en Egipto por Hassan al-Banna, en 1928. “La importancia de la Hermandad con respecto al islamismo es comparable a la que tuvo el partido bolchevique respecto al comunismo”, dice Küntzel. “La Hermandad Musulmana fue, y sigue siendo hasta el día de hoy, el punto de referencia ideológico y la base organizativa para todos los grupos islamistas posteriores, incluidos al-Qaeda y Hamás”.
Los Hermanos Musulmanes son, por una parte, un movimiento religioso conservador, que plantea un regreso al Islam ortodoxo “para poner fin a las intolerables condiciones y humillaciones de los musulmanes y restablecer el orden islámico legítimo”, continúa Küntzel. Pero “es al mismo tiempo un movimiento político revolucionario y, como tal, en muchos aspectos, pionero. La Hermandad fue la primera organización islámica en echar raíces en las ciudades, y organizar un movimiento de masas capaz en 1948 de reunir a un millón de personas solo en Egipto. Se trataba de un movimiento populista y activista, no elitista, y fue el primer movimiento que se ocupó de construir sistemáticamente una especie de internacional islamista”.
Pero la guerra santa (yijad) de la Hermandad no estaba dirigida principalmente contra los británicos, que entonces controlaban Egipto y Palestina. Más bien “se centraba casi exclusivamente en el sionismo y los judíos”. La causa de ello fue la inmigración judía a Palestina, territorio que en la cosmovisión musulmana formaba parte de Dar al Islam, es decir de la tierra islámica, y por tanto no podía pasar a control de los infieles.
El Gran Mufti (líder religioso) de Jerusalén, Haj Amin al-Husseini, estrechamente vinculado con la Hermandad, comenzó una campaña antijudía con manifestaciones masivas en Egipto en que se gritaba “Muerte a los judíos” y “Judíos, fuera de Egipto y de Palestina” (en aquella época aún existía una importante comunidad judía en Egipto, sobre todo en El Cairo y Alejandría). Su odio contra los judíos provenía además del Corán, donde se menciona que Mahoma no solo expulsó a dos tribus judías de la ciudad de Medina en el siglo VII, sino que además decapitó a toda la población masculina de una tercera tribu judía antes de proceder a vender como esclavos a sus mujeres e hijos.
Asociación natural
El mufti buscó una alianza con la Alemania nazi ya desde la primavera de 1933. Al principio no le prestaron mucha atención; al fin y al cabo, los árabes eran una “raza semítica inferior”. Sin embargo, a raíz del Informe de la Comisión Peel del gobierno británico, que en junio de 1937 propuso como solución a la violencia en Palestina la partición entre un Estado judío y otro árabe (una década antes de que la ONU aprobara una medida similar), los nazis aceptaron las propuestas de cooperación del mufti.
La Hermandad Musulmana comenzó a recibir financiamiento de Alemania a través de Wilhelm Stellbogen, director de la Agencia de Noticias Alemana en El Cairo, con la coordinación del mufti y algunos de sus contactos. Entonces se dio inicio a un intenso flujo de propaganda antisemita desde Alemania hacia el mundo árabe: circulaban folletos pidiendo un boicot a los bienes y tiendas judías; el periódico de la Hermandad Musulmana, al-Nadhir, comenzó a publicar regularmente editoriales sobre el “peligro de los judíos en Egipto”, similares a los del diario nazi Der Stürmer. Este diario difundía incluso las direcciones de hombres de negocios y editores de periódicos supuestamente judíos de todo el mundo, atribuyéndoles todos los “males”, desde el comunismo hasta la prostitución.
El rol central de esta ofensiva propagandística lo desempeñó una estación de radio nazi ubicada en Zeesen, al sur de Berlín, que contaba con el trasmisor de onda corta más potente del mundo. “Entre abril de 1939 y abril de 1945, Radio Zeesen emocionaba a las masas musulmanas analfabetas a través de programas diarios en árabe, persa y turco. En aquella época, en el mundo árabe se escuchaba la radio principalmente en las plazas públicas o bazares y cafés. Ninguna otra emisora de radio fue más popular que esta, que mezclaba hábilmente la propaganda antisemita con citas del Corán y música árabe”, describe Küntzel. En esos programas los Aliados eran presentados como lacayos de los judíos, quienes serían los peores enemigos del Islam: “El judío desde los tiempos de Mahoma nunca ha sido un amigo de los musulmanes, el judío es el enemigo y a Alá le complace que lo mates”.
Desde 1941, la programación de Radio Zeesen fue dirigida por el propio mufti, quien se había radicado en Berlín. Su objetivo era “unir a todas las tierras árabes en un odio común contra británicos y judíos”, como escribió en una carta a Adolf Hitler, con quien luego se reunió personalmente, así como con Eichmann y otros dirigentes nazis. Debido a sus importantes aportes, el mufti contaba con tan alta estima entre la alta jerarquía de Berlín que se le otorgó el curioso estatus de “ario honorífico”.
Radio Zeesen no solo fue un éxito en El Cairo, Damasco y Bagdad, sino que también tuvo impacto en Teherán. Uno de sus oyentes regulares era un tal Ruholla Jomeini. “Cuando en 1938, a los 36 años de edad, Jomeini regresó a la ciudad iraní de Qom desde Iraq, había traído con él un receptor de radio. La radio demostró ser una buena compra… Muchos mulás se reunían por las tardes en su domicilio, a menudo en la terraza, para escuchar la Radio de Berlín y la BBC”, según escribió Amir Taheri, biógrafo de Jomeini.
El propio consulado de Alemania en Teherán estaba sorprendido por el éxito de esta propaganda. “En todo el país los líderes espirituales están saliendo y diciendo que el Duodécimo Imán ha sido enviado al mundo por Alá en la forma de Adolf Hitler”, recogía un informe enviado a Berlín en febrero de 1941. El filonazismo de los ayatolás florecería décadas más tarde cuando tomaron el poder. “El antisemitismo es la única razón por la cual Irán, un país que no tiene ninguna disputa territorial con Israel ni un problema de refugiados palestinos, exhorta una y otra vez a la destrucción de Israel”, dice Küntzel.
Filonazismo beligerante
Además de su labor propagandística, el mufti participó directamente en la creación de varias unidades musulmanas de las SS en los Balcanes, que contaban con decenas de miles de miembros; también fue personalmente responsable de que miles de niños judíos de Yugoslavia, que podrían haberse salvado, fueran enviados a las cámaras de gas.
Por esos días, el general alemán Walter Warlimont, quien coordinaba alianzas con los militares árabes, reportó a Berlín que “el único elemento común entre los árabes es su odio a los judíos, mientras que los movimientos nacionalistas, debido a la multiplicidad de intereses en las diversas naciones árabes, existen solo en el papel”. Así, tanto en el nazismo como en el islamismo, el sentido de pertenencia a una comunidad homogénea se creó a través de la movilización contra un enemigo común, los judíos.
Por este motivo, la admiración hacia Hitler estaba generalizada en el mundo árabe. Ya en 1932, antes de que el führer tomara el poder, se le llamaba afectuosamente “Abu Ali” en Siria y “Mohamed Haidar” en Egipto. Cuando Francia cayó ante Alemania en 1940, se escuchaban por las calles de Damasco expresiones como “¡No más monsieur, no más mister! ¡Alá en el cielo y Hitler aquí en la Tierra!”. Carteles colocados en calles y tiendas expresaban ideas similares.
Algunos de los fundadores de los partidos que más tarde se llamarían baathistas (nacionalistas árabes laicos) viajaron a Alemania e importaron ideas fascistas a su movimiento; uno de ellos fue Zaki al-Arsuzi, quien afirmaba sin rodeos que esta influencia fascista existía, mientras que uno de sus asociados, Sami al-Jundi, escribió más tarde: “Éramos racistas, admirábamos a los nazis. Estábamos inmersos en la literatura nazi. Fuimos los primeros en traducir Mein Kampf [libro de Hitler considerado la “biblia” nazi]”. Antoun Saada fundó el Partido Social Nacionalista Sirio, clon del partido nazi alemán que aún existe; a Saada se le conocía como al-Za’im (equivalente a “el führer”), el himno del movimiento rezaba “Siria, Siria über alles”, con la misma música del himno nazi, y afirmaba que los sirios eran una “raza superior”… En El Cairo se creó el Partido de los Jóvenes Egipcios, conocidos como “camisas verdes”, muy similar a las Juventudes Hitlerianas.
En 1941 tuvo lugar un golpe de Estado pronazi en Iraq, liderado por Rashid Ali al-Gaylani, apoyado por el mufti de Jerusalén. Los británicos lo depusieron rápidamente. Al-Gaylani era aún venerado como un héroe nacional durante el régimen de Saddam Hussein.
La herencia en la posguerra
En noviembre de 1945, pocos meses después del fin del Tercer Reich, los Hermanos Musulmanes llevaron a cabo el peor pogromo en la historia de Egipto, cuando turbas de manifestantes entraron en los barrios judíos de El Cairo en el aniversario de la Declaración Balfour. Saquearon casas y comercios, e incendiaron sinagogas; seis personas murieron y hubo cientos de heridos.
En 1946, la Hermandad se aseguró de que el ex Gran Mufti obtuviera asilo político en Egipto. Al-Husseini era considerado criminal de guerra por el Reino Unido y Estados Unidos; no obstante, británicos y estadounidenses decidieron renunciar a su enjuiciamiento para no deteriorar las relaciones con el mundo árabe. Francia, que tenía detenido a al-Husseini, lo dejó escapar. Cuando el 10 de junio de 1946 los titulares de la prensa mundial anunciaron la “fuga” del mufti de Francia, “los barrios árabes de Jerusalén y todas las ciudades y aldeas árabes se cubrieron de guirnaldas y banderas, y el retrato del gran hombre podía ser visto por todos los lugares”, informaba un observador contemporáneo.
Como narra Küntzel, “Esta amnistía de facto por las potencias occidentales aumentó todavía más el prestigio del mufti en el mundo musulmán. Los árabes vieron en esa impunidad, como entonces escribió Simon Wiesenthal, “no solo una debilidad de los europeos, sino también la absolución de los sucesos pasados y futuros. Un hombre que es el enemigo número uno de un poderoso imperio, y este imperio no lo puede eliminar, aparece ante los árabes como un líder adecuado”.
Al finalizar la guerra el nazismo fue prohibido prácticamente en todo el globo; en el mundo musulmán, sin embargo, esa ideología siguió propagándose. En su informe sobre el juicio de Adolf Eichmann en 1961, Hannah Arendt describió las reacciones al proceso en los medios árabes: “La prensa en Damasco y Beirut, en El Cairo y Jordania, no ocultan sus simpatías por Eichmann o su pesar porque él ‘no terminó el trabajo’”. Durante las siguientes décadas, el infame libelo Los Protocolos de los Sabios de Sión fue publicado a instancias de dos conocidos ex miembros de los Hermandad Musulmana, Gamal Abdel Nasser y Anwar Sadat. La absurda idea de una conspiración judía mundial, ya suprimida en Alemania, sobrevivió y prospera en la cultura política del mundo árabe hasta el día de hoy.
Un ejemplo especialmente llamativo es la Carta Fundacional aprobada en 1988 por los “Hermanos Musulmanes en Palestina”, conocida hoy como Hamás. En ese documento los judíos son acusados de estar detrás de todo lo que los musulmanes radicales consideran los males del mundo, desde las guerras hasta el tráfico de drogas y la liberación femenina. El artículo 32 asegura que “el plan de los judíos está descrito en Los Protocolos de los Sabios de Sión”, y “su actual conducta es la mejor prueba de lo que estamos diciendo”.
Legado de odio
Tras la guerra, muchos criminales nazis encontraron una cordial bienvenida y buenos empleos en varios países árabes. El más notorio fue Alois Brunner, asistente directo de Adolf Eichmann y responsable de la deportación de más de 140.000 judíos de Grecia, Hungría y Austria a los campos de exterminio, quien además fue comandante del campo de internamiento de Drancy, en París. Bruner escapó de Alemania Occidental a Egipto, donde trabajó como traficante de armas; luego pasó a Siria, donde asesoró al gobierno en técnicas de tortura y represión, por lo cual recibía un generoso salario y protección del partido Baath. Se cree que murió tranquilamente en 2010, a la avanzada edad de 98 años.
Pero no fue el único. Un general SS de apellido Voss, que había dirigido las fábricas checas Skoda confiscadas por los nazis, trabajó en Egipto durante la década de 1950 como virtual encargado de la industria de armamentos. Él convenció a otro general, de apellido Fahrmbacher, para que prestara también servicios al régimen de Nasser; Fahrmbacher fungió como jefe de un grupo de “consejeros militares del ejército egipcio”, e incluso reclutó en Alemania a “67 expertos para las fuerzas de tierra y cuatro para la marina”, según publicó en 1963 el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Omar Amin von Leers, adjunto al ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels encargado especialmente de la propaganda antisemita, emigró en 1949 a Argentina, donde trabajó libremente en el periódico neonazi Der Weg; tras la caída de Perón se trasladó a El Cairo, donde, como “profesor distinguido” y con nombre musulmán, se dedicó a la “lucha contra el sionismo”. También en Egipto trabajaron dos expertos en cohetería nazis, Pilz y Kleinwaechter, en el desarrollo de proyectiles para el ejército.
Hussein Triki, autor de libros antisemitas, era en la década de 1960 el representante de la Liga Árabe en Argentina; durante una conferencia de prensa, declaró que esa organización mantenía relaciones con grupos neonazis argentinos como la Alianza Libertadora Nacionalista y Tacuara, la última de las cuales realizaba atentados terroristas contra judíos. Triki también pasó por Venezuela en aquella época.
Todos estos miembros y propagandistas del aparato nazi han desaparecido ya, pero su insidiosa labor rinde frutos. La judeofobia, hoy generalizada en el mundo islámico, tiene una clara impronta nazifascista que ha penetrado las fibras de esas sociedades y dificulta la normalización de relaciones con el Estado judío. La virulenta propaganda “antisionista” que emana de Irán y sus movimientos satélites, replicada en muchos medios oficialistas en Venezuela, es otra muestra del venenoso efecto de las campañas del mufti al-Husseini, de la radio de Zeesen, y de los distintos partidos políticos de corte fascista que surgieron en aquella época por todo el Medio Oriente.
El Estado Islámico es tan solo la última encarnación de este fenómeno. Como afirma Matthias Küntzel: “Esto no es simplemente el ‘normal’ antisemitismo de los prejuicios raciales o religiosos y la discriminación social. Esto no es el tipo de hostilidad contra los judíos que se encuentra en el Corán. Se trata de un núcleo duro de antisemitismo que deshumaniza y demoniza a los judíos, y que tiene mucho en común con la ideología nazi (…) Esto es lo que le hace ser al mismo tiempo suicida y genocida”.
El saludo fascista en el mundo árabe a través del tiempo
La tradición del saludo fascista se remonta a la influencia nazi durante la Segunda Guerra Mundial. De izquierda a derecha: ejército sirio en vísperas de la Guerra de los Seis Días; Hamás, heredero directo de la Hermandad Musulmana; Hezbolá, poder de facto en el Líbano; policía de la Autoridad Palestina durante un entrenamiento en Tulkarem, Cisjordania; y jóvenes de al-Fatah, movimiento que dirige el presidente palestino Mahmud Abbas.
Por Sami Rozenbaum