El 8 de mayo de 1945 fue el día de la “Victoria en Europa”, cuando el régimen nazi se rindió incondicionalmente ante los aliados. En Eretz Israel, el yishuv (comunidad judía) recibió con alivio la noticia, a pesar del sentimiento de desolación que había dejado la Shoá. Se tenía la esperanza de que el Imperio Británico, agradecido por el inmenso esfuerzo de los judíos palestinos durante el conflicto, eliminaría el “Libro Blanco” de 1939 que había mantenido a ese territorio prácticamente bloqueado para la inmigración judía durante toda la guerra. Se esperaba que Londres permitiría la entrada de los cientos de miles de sobrevivientes del Holocausto que plenaban los campos de “personas desplazadas” por todo el Viejo Continente, y que en algunos casos eran los mismos campos de concentración creados por los nazis.
Estas ilusiones resultaron frustradas muy pronto.
En julio, el Partido Laborista británico desplazó del poder a los conservadores de Churchill. Aunque los laboristas habían asumido una posición pro-sionista durante las elecciones, pronto cambiaron su postura y mantuvieron vigente el “Libro Blanco”. Palestina era un punto estratégico del imperio, bisagra entre Europa y Asia; además, en Haifa finalizaba el oleoducto de Iraq. Por todo esto y más, los británicos querían mantener la “amistad” de los países árabes que se estaban independizando; y los árabes no querían judíos en Palestina.
En el yishuv y en todo el mundo judío, este ultraje generó una profunda indignación. Los movimientos rebeldes de Eretz Israel, que en su mayoría se habían mantenido latentes durante un quinquenio, se reactivaron con furia. El Irgún (ver recuadro) inició acciones de sabotaje contra estaciones de policía, líneas telefónicas e incluso el oleoducto de Haifa. Poco después, el Irgún y Leji volaron un puente ferroviario en Yavne.
Mientras, los miles de soldados de la Brigada Judía del Imperio Británico que permanecían en territorio europeo, rechazando el “Libro Blanco”, comenzaron a organizar el traslado masivo de judíos sobrevivientes de Europa Oriental hacia el centro y el sur, con el objetivo de embarcarlos hacia Palestina; esto se llamó la haapalá (“huida”). Una encuesta realizada poco después en los campos de desplazados indicó que el 97% de los judíos quería emigrar a Palestina. Esa fue la misión de la Aliá B (“Inmigración B”), en la que decenas de barcos tratarían de burlar el cerco marítimo británico para alcanzar a las costas de Eretz Israel. Miles de personas lograron llegar, elevando la población judía de Palestina a 592 mil para finales de 1945.
En agosto de ese mismo año, el primer Congreso Sionista de la posguerra, efectuado en Londres, exigió que los británicos permitieran la aliá inmediata de 100 mil sobrevivientes del Holocausto, idea que recibió el apoyo del presidente de Estados Unidos, Harry Truman. Pero el ministro de Relaciones Exteriores británico, Ernest Bevin, anunció la creación de una Comisión Anglo- Estadounidense para “estudiar” el conflicto en Palestina (la undécima comisión desde la Declaración Balfour de 1917, en el que ya era “el territorio más estudiado del mundo”, en palabras del historiador Jacob Tsur). Añadió que se permitiría el ingreso al territorio de solo 1500 judíos al mes. Millares de personas salieron a las calles de toda Palestina para protestar el anuncio de Bevin, pero las autoridades británicas las reprimieron brutalmente con un saldo de seis muertos y decenas de heridos.
Hasta allí llegaba el supuesto gran poder e influencia de los judíos: tras el asesinato de un tercio de su pueblo frente a la indiferencia de casi todas las naciones, los desesperados sobrevivientes de la tragedia ni siquiera podían entrar a la tierra de sus ancestros para reconstruir sus vidas.
La Haganá reinició las trasmisiones de su emisora de radio clandestina, Kol Israel —que más adelante se convertiría en la radio oficial del nuevo Estado—, y realizó un osado ataque al campo de Atlit, donde los británicos mantenían cautivos a cientos de inmigrantes “ilegales” judíos; se logró liberar a más de 200. Por su parte, los ingleses requisaron varios kibutzim y sectores urbanos en busca de armas, donde encontraron una fuerte resistencia.
La Haganá, el Irgún y Leji crearon un comando conjunto denominado “Movimiento de Resistencia Judía” para coordinar sus ataques contra los intereses del Mandato. El 1º de noviembre de 1945, este movimiento efectuó su primera operación a gran escala en la llamada “noche de los trenes”: se inutilizó la red ferroviaria en 153 lugares distintos, y además se hundieron tres de las lanchas patrulleras que los ingleses empleaban para detener los barcos de inmigrantes. El Palmaj, grupo de élite de la Haganá, voló estaciones policiales y de control marítimo ubicadas cerca de Herzlía y Hadera.
Los ingleses respondieron con violentas redadas en varios kibutzim y moshavim donde suponían que estaban los perpetradores, causando nueve muertos y cientos de arrestos; decenas de los detenidos serían deportados a Eritrea, la isla Mauricio y otras colonias. Las autoridades decretaron toques de queda en Jerusalén y Tel Aviv, y la relación entre los judíos y los ingleses se volvió francamente hostil.
La misma potencia que menos de 30 años antes había emitido la Declaración Balfour, con la que se comprometía a crear un “hogar nacional judío” en Palestina, se había convertido en el mayor obstáculo para lograrlo. Aun antes de nacer, el Estado judío ya estaba librando su primera guerra, y esta era contra el Imperio Británico.
Se profundiza el conflicto
Al comenzar 1946, la Haganá extendió su actividad a los campos de “personas desplazadas” en Europa, con el fin de intensificar la inmigración. También incrementó la adquisición de armamento.
El Irgún atacó la base aérea británica de Har-Nof, mientras miembros de Leji irrumpían en un campo militar cercano a Holon para robar armas; en respuesta, varios soldados ingleses perdieron el control y comenzaron a disparar indiscriminadamente contra los transeúntes de este suburbio de Tel Aviv, matando a tres personas e hiriendo a muchas otras.
En febrero, el Palmaj destruyó el radar británico que vigilaba las costas de Haifa para evitar la Aliá B, y días más tarde unidades del Irgún y Leji atacaban varios aeródromos militares, logrando destruir o dañar decenas de aviones. Los británicos siguieron allanando kibutzim; en Biriya, cerca de Safed (Zfat), todos los habitantes fueron arrestados tras encontrárseles armas, y el ejército ocupó el asentamiento. Días más tarde, en actitud desafiante, miles de jóvenes de toda Palestina establecieron un campamento de carpas junto al lugar.
La intensificación del bloqueo marítimo a Palestina dificultó mucho la llegada de los barcos de inmigrantes; cuando lograban acercarse a la costa, usualmente de noche, muchos voluntarios ayudaban a los olim a llegar a tierra, a veces sobre sus hombros. Cuando los británicos impedían el arribo de estos barcos, era frecuente que se produjeran enfrentamientos con la Haganá y los demás grupos de resistencia.
En abril de 1946, las fuerzas de ocupación británica en Italia arrestaron a más de un millar de judíos que se disponían a abordar los barcos Eliahu Golomb y Dov Hoz en el puerto de La Spezia rumbo a Eretz Israel; los refugiados se declararon en huelga de hambre —a la que se unieron pronto los líderes del yishuv—, e incluso amenazaron con suicidarse. Tras intensas negociaciones, los británicos cedieron ante la presión pública y otorgaron permisos de inmigración a los pasajeros de ambos barcos, restándolos del cupo de inmigración asignado para ese mes.
Poco después, la Comisión de Estudio Anglo-Estadounidense, que había recorrido Palestina y se había reunido con todas las partes, llegó a su conclusión: recomendaba la derogación parcial del “Libro Blanco” y la inmigración inmediata de 100 mil refugiados judíos a Eretz Israel. Pero el primer ministro Clement Attlee respondió que solo adoptaría estas recomendaciones cuando todos los “ejércitos privados” de Palestina se desmovilizaran. El ministro de Exteriores, Bevin, agregó virulentas declaraciones contra el sionismo y los judíos en general. Esto solo significaba una cosa: la continuación e intensificación de las hostilidades.
Bevin se convirtió en la personificación del enemigo británico para el yishuv: en pancartas de protesta, no solo en Palestina sino en Estados Unidos y otros países, se le representaba con el bigotito de Hitler. Cuando los británicos comenzaron a crear “zonas de seguridad”, rodeando con inmensas alambradas de púas sus centros de comando e incluso calles enteras de Jerusalén y Tel Aviv, la población denominó a esas zonas “Bevingrads”.
La noche del 16 al 17 de julio de 1946, el Palmaj voló los diez puentes que unían Palestina a los países vecinos; 14 de los miembros de este grupo perdieron la vida al enfrentar a los británicos cerca de Nahariya. Al día siguiente, el Leji atacó las instalaciones de mantenimiento ferroviario en la Bahía de Haifa, pero once de los atacantes resultaron muertos y el resto del grupo fue detenido.
La hostilidad llegó a un punto más profundo cuando el Irgún secuestró a cinco militares británicos, exigiendo a cambio la libertad de dos de sus integrantes, Yosef Shimhon y Michael Ashbel, que habían sido condenados a muerte por atacar una base militar. Aunque el “Movimiento de Resistencia Judía” solicitó al Irgún que liberara a los británicos, soltaron solo a dos y otro logró escapar. Los ingleses volvieron a decretar el toque de queda en Jerusalén y Tel Aviv, y el 29 de junio, llamado “sábado negro”, tomaron militarmente el complejo de la Agencia Judía en Jerusalén —donde se concentraba la mayoría de las instituciones del yishuv— y arrestaron a su dirigencia, así como a miles de personas en toda Palestina. Los detenidos fueron trasladados a centros de detención en Rafah y Latrún, donde permanecerían hasta finales de ese año.
El “sábado negro” motivó una reunión de emergencia de representantes de la comunidad judía, que decidieron romper todo contacto político con las autoridades del Mandato hasta que liberaran a los detenidos, permitieran la entrada de 100 mil refugiados en Palestina y levantaran todas las demás restricciones.
La tensión pareció amainar cuando el Alto Comisionado Británico, general Alan Cunningham, liberó a los dos miembros del Irgún condenados a muerte, y este grupo liberó a su vez a los dos soldados que tenía secuestrados.
Pero entonces ocurrió uno de los hechos más traumáticos de aquellos convulsos días.
Hundidos en la anarquía
El Hotel King David de Jerusalén era el cuartel general del Alto Comisionado Británico, así como del ejército. El 22 de julio de 1946, el ala sur del hotel fue destruida por una tremenda explosión que mató a 91 personas e hirió a decenas, incluyendo numerosos judíos.
El atentado terrorista, obra del Irgún, sobrecogió al yishuv y a todo el mundo judío. Los dirigentes del Irgún en la clandestinidad aseguraron que habían advertido telefónicamente del atentado para que el edificio fuera evacuado con anticipación, pero que no se les hizo caso. El “Movimiento de Resistencia Judía”, espantado, declaró su disolución; a partir de ese momento, los grupos rebeldes estarían por su cuenta.
Los británicos acusaron a la Agencia Judía, máxima autoridad del movimiento sionista, de dirigir las actividades de sabotaje. Días después, el ejecutivo de la Agencia, reunido en París, decidió intensificar sus esfuerzos para la inmigración.
Pero los británicos no iban a permitirla. A partir del 13 de agosto de 1946, todos los refugiados que se encontraban en los barcos interceptados comenzaron a ser trasladados a centros de detención en la isla de Chipre. Entonces el Palmaj empezó a sabotear los buques que se empleaban para estas deportaciones. A pesar del férreo bloqueo, durante 1946 lograron llegar a Palestina 22 embarcaciones con un total de más de 20 mil refugiados.
Tratando de reducir las tensiones, el gobierno británico convocó a una conferencia sobre el tema de Palestina en la que debían participar todas las partes; ni los judíos ni los árabes acudieron.
En un mensaje en la víspera de Yom Kipur, el 4 de octubre, el presidente norteamericano Harry Truman anunció que apoyaría la partición de Palestina para establecer un Estado judío. Esa misma noche, los judíos construyeron subrepticiamente nada menos que once nuevos asentamientos de “torre y empalizada” en el Néguev, cuya ubicación estaba destinada a facilitar la defensa del sur de Eretz Israel ante una esperada invasión árabe.
El 18 de febrero de 1947, superado por la magnitud de la crisis, el ministro Bevin anunció que sometería el tema de Palestina a las Naciones Unidas. Los británicos asumían que la Unión Soviética iba a rechazar la creación de un Estado judío, y dado que se requería unanimidad en el Consejo de Seguridad, esto mantendría el statu quo. Para sorpresa general, el delegado soviético, Andrei Gromyko, expresó poco después que apoyaba el derecho de los judíos a un Estado independiente en Palestina; con ello, automáticamente los demás países del bloque soviético adoptaron la misma posición. Resultaba obvio que el interés de Stalin era debilitar la presencia británica en el Medio Oriente; de nuevo, el destino de los judíos dependía del juego estratégico de las potencias.
Los sabotajes y ataques contra instalaciones británicas, incluyendo el club de oficiales en Jerusalén, continuaron. El clima de violencia se intensificó cuando los británicos ejecutaron en la horca a cuatro miembros del Irgún; otros dos judíos condenados a muerte, uno del Irgún y otro de Leji, se suicidaron en prisión. Como represalia, los dos grupos realizaron una serie de atentados contra campamentos militares, estaciones de policía y trenes durante toda una semana de abril. Días después, en una acción casi cinematográfica, el Irgún se infiltró en la prisión británica de Acre y logró liberar a decenas de sus miembros.
En julio el Irgún secuestró a dos soldados ingleses, y los mantuvo como rehenes a cambio de tres de sus camaradas que estaban condenados a muerte. Los británicos, sin embargo, ejecutaron a los tres jóvenes (Avshalom Aviv, Yaakov Weiss y Meir Nakar). Los dos soldados aparecieron colgados al día siguiente. De nuevo, varios militares británicos desataron su furia contra los transeúntes en las calles de Tel Aviv, asesinando a cinco personas e hiriendo a más de 20. Por si fuera poco, los árabes iniciaron también una serie de ataques violentos en varios lugares de Palestina, causando numerosas víctimas. No fueron raros los casos en que los británicos permitieron que los árabes poseyeran armas —cuando no se las suministraban directamente—, mientras hacían redadas para desarmar a los grupos judíos.
En esos mismos días, los británicos interceptaron el viejo buque rebautizado Exodus 1947, que venía abarrotado con 4515 refugiados a bordo. Estos fueron trasferidos a tres barcos, que sorpresivamente no se dirigieron a Chipre sino al sur de Francia. Allí se les dijo que podían desembarcar libremente, pero los pasajeros se negaron a abandonar las embarcaciones y exigieron volver a Palestina. Tres semanas más tarde, los británicos decidieron que los tres barcos se dirigirían a Hamburgo, Alemania, lo cual generó la indignación general entre todos los judíos del mundo. El episodio del Exodus 1947 se convirtió en una noticia internacional que puso en la palestra el sufrimiento de los sobrevivientes del Holocausto, y perjudicó profundamente la imagen de los británicos en la opinión pública. Cuando llegaron a Hamburgo, los pasajeros se negaron nuevamente a desembarcar y fueron sacados a rastras ante las cámaras de cientos de reporteros de todo el mundo.
Luz a la vista
A medida que se acercaba el final de 1947, Londres se percató de que no podría controlar la situación en Palestina y que las presiones internacionales no favorecían la continuación del Mandato. Ya el año anterior los británicos habían otorgado la independencia a Transjordania, territorio que habían separado de Palestina en 1922. Este nuevo país, enteramente artificial, era producto de los intereses imperiales; su ejército, sin embargo, había sido muy bien entrenado por los ingleses, y representaría una grave amenaza para el futuro Estado judío.
Una nueva comisión —la duodécima—, integrada por representantes de once países, visitó Eretz Israel, Jordania y el Líbano, así como algunos campos de “personas desplazadas” en Europa, para estudiar la situación durante varias semanas. Al final, también recomendó el final del Mandato, y la mayoría de sus miembros propusieron la partición del territorio en dos Estados, con Jerusalén como un área internacional.
Los informes de esta comisión constituyeron el insumo fundamental para la famosa sesión de la Asamblea General de la ONU, que el 29 de noviembre aprobó la partición de Palestina por 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones.
El mundo judío celebró con júbilo, pero en todos los países árabes la resolución fue rechazada. El secretario general de la Liga Árabe, Azzam Bajá, declaró que los judíos de Palestina serían aniquilados en “una matanza como la humanidad no ha visto desde la invasión de los mongoles”.
Al día siguiente recrudecieron los atentados árabes contra autobuses y sedes judías; el área comercial de Jerusalén fue incendiada. Para los historiadores, estos ataques marcan el inicio de la Guerra de la Independencia de Israel, en la que uno de cada cien judíos del yishuv perdería la vida.
Ciertamente, la restitución de la soberanía judía en su tierra ancestral no se obtuvo en bandeja de plata.
Los movimientos clandestinos judíos en Eretz Israel
Haganá (“Defensa”). Creada a raíz de los ataques árabes contra kibutzim y urbanizaciones judías de 1920, y sobre todo los de 1929 (ante los cuales los británicos prácticamente no intervinieron), fue fortaleciéndose con los años para convertirse en una fuerza bien organizada que abarcaba a buena parte de los jóvenes y adultos del yishuv.
Plugot Mahatz (“Fuerzas de Choque”), o Palmaj por sus siglas en hebreo. Creado en 1941, fue el componente de élite de la Haganá, responsable de las misiones más temerarias dentro y fuera de Palestina. Para 1948 contaba con unos 2000 integrantes, hombres y mujeres.
Irgún Tzvaí Leumí (“Organización Militar Nacional”), o Étzel por sus siglas en hebreo. Surgió en 1931 a partir de una división de la Haganá. Sus integrantes no aceptaban la política de havlagá (moderación o autocontrol) de la Haganá, que implicaba repeler los ataques árabes sin contraatacar. En 1946, el Irgún realizó el atentado contra el Hotel King David.
Lojaméi Jerut Israel (“Luchadores por la Libertad de Israel”), o Leji por sus siglas en hebreo. Fundado en 1940 por Avraham Stern, ex miembro del Irgún, quien estaba en desacuerdo con la decisión de cesar las actividades antibritánicas mientras se desarrollaba la guerra contra los nazis; su objetivo era expulsar a los británicos de Eretz Israel. En 1944, dos miembros de Leji asesinaron en El Cairo a Lord Moyne, ministro residente británico en el Medio Oriente, y en 1948 al conde Folke Bernadotte, mediador de la ONU. También se le conoció como “Grupo Stern”.
Dada la tendencia a ejecutar acciones violentas por parte del Irgún y Leji, que generaron rechazo en buena parte del yishuv, en algunos casos la Haganá debió enfrentarlos y hasta colaboró con los británicos para detener a varios de sus miembros. Tras la independencia todos los grupos paramilitares fueron dispersados, y la Haganá se convirtió en el núcleo de las Fuerzas de Defensa de
Israel (Tzvá Haganá LeIsrael, o Tzáhal).
La vida no se detuvo
A pesar de las conmociones vividas entre el final de la guerra y la declaración de la independencia, el futuro Estado judío no cesó de desarrollarse.
En junio de 1945, la Agencia Judía, la Histadrut y la “Liga Marítima Palestina” fundaron la compañía nacional de navegación, Zim. Meses más tarde se creó también la cooperativa de autobuses Dan. En septiembre de 1945 se inauguró en Tel Aviv, tras diez años de construcción, la sede del Teatro Habima (futuro teatro nacional de Israel), y en junio de 1946 se colocó en Rejovot la primera piedra del Instituto Científico Weizmann.
No menos significativo fue que en 1947 se hallaron los “Manuscritos del Mar Muerto”, textos que permitieron evocar la época en que se había perdido la soberanía judía en Eretz Israel, justo en vísperas de recuperarla.
Por Sami Rozenbaum