Por Miguel Truzman
La creación del Estado de Israel después de casi dos mil años de exilio, luego de la destrucción del Segundo Templo judío en Jerusalén en el año 70 e.c. por el emperador romano Tito, y posteriormente la expulsión de los judíos de Judea en el 135 e.c. tras la rebelión de Bar Kojba, por el emperador romano Adriano —quien para borrar cualquier vestigio de judeidad de dichos territorios les cambió el nombre a Palestina—, han sido, por decir lo menos, un hito histórico de la perseverancia y tozudez de un pueblo en volver a las tierras bíblicas que les otorgó el Todopoderoso y que fueron desarrolladas política, económica y culturalmente por los reyes Saúl (1047 a.e.c.), David (1040 a.e.c.) y Salomón (965 a.e.c.).
El pueblo judío ha logrado permanecer vivo gracias a conmemorar los hechos dolorosos y festejar sus grandes triunfos durante miles de años, muchas veces en la clandestinidad y en medio de la opresión, pero siempre alrededor de la familia y a través de la lectura y estudio de la Torá, para de esta forma nunca olvidar quiénes somos y de dónde venimos.
Los lineamientos de vida y de conducta de los seres humanos ante el Creador, los semejantes y los demás seres vivientes, dados por Dios a Moisés en el Monte Sinaí hace aproximadamente 3300 años, y que han sido la guía para la humanidad de los principios rectores de su comportamiento a través de la visión judeo-cristiana de la fe, podríamos resumirlos en las Tablas de la Ley o Diez Mandamientos; estos son los preceptos que debemos defender y preservar a toda costa.
El Israel moderno y democrático, a pesar de verse envuelto desde su creación, el 15 de mayo de 1948, en infinidad de guerras, ataques e incursiones terroristas, de ser agredido constantemente desde el Líbano por el grupo terrorista chiíta Hezbolá y desde Gaza por el grupo terrorista sunita Hamás (financiados y auxiliados constantemente por países como Irán, Siria y Catar, y personalidades como jeques, emires, empresarios y otros que buscan su destrucción), se ha percatado de la importancia de la separación entre la política y la religión, permitiendo un equilibrio que arroja como resultado la libertad y la igualdad, como ejes rectores de la convivencia armónica y pacífica en esa tierra entre musulmanes, cristianos, coptos, armenios y judíos, entre otras minorías.
En este entorno, los salafistas, wahabitas, al-Qaeda y el Estado Islámico, por solo mencionar algunos extremistas musulmanes, buscan la destrucción de esa visión judeo-cristiana del mundo y lo que le rodea; creen que Europa pertenece al Islam o está en estado de transición; y ni hablar del Medio Oriente, que incluyendo a Israel es todo “Dar al Islam” (“tierra del Islam”), eliminando a aquellas personas que consideren infieles a través de métodos como el degollamiento, la lapidación o la incineración, destruyendo templos y reliquias milenarias, patrimonio cultural de la humanidad. También igual consideran “Dar al Islam” a parte de África, y tienen gran presencia en América Latina, gracias a la permisividad de gobiernos ideológicamente solidarios y compatibles con el antiamericanismo y el antisionismo.
Si Israel llegara a caer —Dios nunca lo permita—, caerá la última barrera que sostiene los valores occidentales más importantes en esa zona del mundo, como amar a tu prójimo como a ti mismo, la libertad de expresión y de pensamiento, la igualdad de género entre hombres y mujeres libres, la democracia como forma de gobierno, la libertad de cultos, de elegir con quién te quieres casar, qué quieres estudiar, etc., y alimentaría en definitiva la vorágine del Islam radical, consolidando una de las fases esenciales para la creación del Estado Islámico, anexando Tierra Santa y extendiéndose rápidamente por toda la Península Arábiga, la Ibérica, gran parte de Europa donde tiene sus simientes, África a través de Boko Haram —que tiene núcleos fuertemente desarrollados— y en América Latina.
En un abrir y cerrar de ojos se habría cumplido el sueño de Hitler de dominar al mundo y extender la “raza aria” como superior e infalible, pero en este caso serían los grupos afectos al Islam radical quienes lograrían lo que Hitler no pudo: dominar y esclavizar ideológicamente a la humanidad.