Por Beatriz W. de Rittigstein
El viernes 10 de julio, pocos días antes de firmar el acuerdo entre Irán y el grupo de los 5+1, al igual que todos los años desde que lo impuso Jomeini, los iraníes conmemoraron lo que llaman el Día de Al Quds, apropiándose de una ciudad judía, Jerusalén, la que el rey David instituyó como capital de su reino hace más de 3000 años. La teocracia de los ayatolas instó a su pueblo a manifestar con la violencia de costumbre; quemaron banderas de EEUU e Israel y gritaron “Muerte a América”, “Muerte a Israel”. Ni por estar a punto de firmar el calificado “acuerdo histórico”, bajaron las hostilidades y amenazas. Trasciende por obvio que los ayatolas estaban muy seguros. Ellos vieron lo mismo que percibió Netanyahu, que las potencias “desean ese acuerdo a cualquier costo”. Después de 21 meses de negociaciones, Irán consiguió concesiones que no esperaba. Esta circunstancia se parece mucho a la protagonizada principalmente por Gran Bretaña y Francia, cuando las democracias europeas sucumbieron entregando Checoslovaquia a Hitler con la pretensión de apaciguarlo, y se produjo lo contrario, le abrieron más el apetito. Varios dirigentes occidentales, con ingenuidad, han expresado sus esperanzas de que el acuerdo pudiera normalizar las relaciones diplomáticas con Teherán en lo que parece el inicio de una nueva era internacional. Afirman que podría dar lugar a mayores avances, como propiciar conversaciones y colaboración entre naciones del Medio Oriente en cuestiones esenciales, como la lucha contra ISIS y la solución de otros conflictos en la región. Lamentablemente, en el acuerdo no se tomaron en cuenta la permanente conducta belicosa de Irán, que se está infiltrando en distintos países; el apoyo y financiamiento a grupos terroristas; los constantes artificios con los cuales ha conseguido la tecnología que utiliza en sus programas nuclear y misilístico. De los casos más estruendosos que descubren al Irán terrorista, dos se vivieron en nuestro continente: los ataques terroristas contra la embajada de Israel en Buenos Aires y contra el edificio sede de la AMIA. En el aniversario de la masacre del segundo, el CEO del Congreso Judío Mundial, Robert Singer, señaló: “No vemos justicia, estamos lejos, especialmente en estos días, cuando se firman acuerdos con Irán también en el ámbito del armamento nuclear. Lo que pasó acá en Argentina hace 21 años demuestra lo poco que se puede confiar en lo que ocurre allá (Irán)”. Durante el anuncio del acuerdo de Viena, el presidente iraní Hassan Roujani, en tono triunfal, pidió a sus vecinos árabes que no se dejen engañar por “la propaganda del régimen sionista”. Y a escasos días de haber firmado el acuerdo nuclear, el máximo dirigente de Irán, Alí Jamenei, dio un contundente discurso contra Estados Unidos e Israel. Además advirtió que no variará el apoyo al régimen de Assad, a Hamás y a Hezbolá, echando por tierra las vanas ilusiones acerca del funcionamiento de la diplomacia blanda.
No solo Netanyahu, su partido y sus aliados están convencidos del error histórico que significa ese acuerdo con Irán; el dirigente de centro-izquierda, el laborista Isaac Herzog, define el acuerdo como “peligroso para Israel y la región, y supone un premio para un Estado que apoya el terrorismo internacional”. También el líder centrista Yair Lapid aseveró: “El acuerdo es terrible y en el tema de la inspección es escandaloso. Tengo muchas críticas sobre cómo las potencias han cedido ante Irán”.
Resulta evidente que en esta situación los israelíes muestran estar más conscientes de lo que ocurriría con un Irán nuclear, pero el resto del mundo estaría bajo el mismo riesgo. Ya veremos cómo será el apetito de Irán.