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Acerca de los 50 años del documento Nostra Aetate
04/11/2015
Por Beatriz W. De Rittigstein
En estos días, más precisamente el 28 de octubre, se cumplieron 50 años de la promulgación de la declaración Nostra Aetate, documento de la Iglesia católica acerca de las relaciones con religiones no cristianas, marcando cambios favorables al ecumenismo.
Emitida en 1965 por el Concilio Vaticano II, que inició Juan XXIII y continuó Paulo VI, constituye una evolución, aun de forma limitada, que planteó una reflexión sobre los errores cometidos por la Iglesia a través de la historia. Entre otros asuntos, reconsidera las posturas teológicas medievales, abriendo caminos para erradicar los prejuicios contra el pueblo judío, los cuales habían impulsado numerosas y crueles exclusiones y persecuciones acaecidas a lo largo del tiempo.
Nostra Aetate instituye, desde la jerarquía eclesiástica, el inicio de un progreso, al establecer bases para actitudes más acordes con la realidad histórica acerca del parentesco entre judaísmo y cristianismo. Prosiguiendo en esa senda, al cumplir diez años de su emisión, en 1975, la Santa Sede publicó una guía en la que reafirma el reconocimiento de vínculos entre ambas religiones, en aspectos históricos, doctrinales y litúrgicos. Reitera su firme rechazo al antisemitismo y asegura que el Holocausto "debe ser visto como una dolorosa consecuencia de la naturaleza maligna de esta forma de odio".
En esa vía, la histórica visita de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma en 1986, abrió un nuevo capítulo en los lazos interconfesionales. Allí, el Papa admitió la centralidad de Israel para la existencia del pueblo judío.
En 1990, la Comisión Pontificial para la Justicia y la Paz del Vaticano adoptó varias resoluciones sobre el tema del antisemitismo, resaltando la denuncia contra el "antisionismo como una de las formas actuales de antisemitismo, que es vehículo del antijudaísmo teológico y se manifiesta a través de críticas injustas y acusaciones indiscriminadas en contra del Estado de Israel". Ello fue premonitorio a la luz de las características de la judeofobia del presente, que cada vez, con más furia, culpa a Israel de asuntos en los que, incluso, no tiene nexos.
En la actualidad, el Papa Francisco, promotor de una ejemplar obra ecuménica en Argentina, está imprimiendo mayor vigor a la armoniosa convivencia interreligiosa.

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