El directivo comunitario Alberto Moryusef ofreció un discurso en la conmemoración del 50 Aniversario de la Declaración Nostra Aetate, en un evento realizado el pasado 14 de octubre en las instalaciones de la Fraternidad Hebrea Bnai Brith de Venezuela.
A continuación su ponencia:
"La Santa Sede y el Estado de Israel firmaron el Acuerdo Fundamental que llevó al establecimiento de relaciones diplomáticas completas y formales el 30 de diciembre de 1993 en Jerusalén, en lo que fue sin duda una consecuencia política tardía al cambio teológico del cristianismo hacia el judaísmo expresado en la declaración Nostra Aetate, emanada del Concilio Vaticano II veintiocho años antes, el 28 de octubre de 1965, cuya conmemoración nos reúne hoy aquí.
La normalización de relaciones estuvo precedida por casi un siglo de contactos y actividad diplomática, sin mencionar los casi dos milenios de encuentros y desencuentros entre católicos y judíos, que la mayoría de las veces estuvieron lejos de ser armoniosos.
Podemos identificar tres eras desde el primer contacto entre las autoridades sionistas y la jerarquía católica: La pre-estatal, es decir la anterior a la independencia de Israel en 1948, una siguiente que culmina con la firma del acuerdo en 1993, dentro de la cual tiene lugar Nostra Aetate, y la actual.
1. La era pre-estatal o del no reconocimiento
En 1897, cuando la idea sionista de establecer un hogar judío en la Tierra de Israel empezaba a gestarse en Europa, y meses antes de que el primer Congreso Sionista fuera celebrado en Basilea, la autorizada revista jesuita, Civiltà Cattolica, dejó claro que un estado judío en Tierra Santa con Jerusalén como su capital y con los santos lugares bajo custodia judía era algo impensable para la iglesia católica.
Siete años más tarde, en 1904, el fundador del movimiento sionista, Teodoro Herzl, se reunió con el Papa Pio X, con la esperanza de ganar el apoyo de la Santa Sede para la empresa sionista. Pío X le respondió non possumus – no podemos – puesto que “los judíos aun no han reconocidos a nuestro Señor". Mientras Herzl se presentó con consideraciones políticas; la respuesta del Papa fue teológica.
La Santa Sede se mostró inconforme con el establecimiento del Mandato Británico en Palestina, acordado en la conferencia de San Remo en 1920 a la cual no fue invitada. Si colocar los santos lugares bajo custodia de los anglicanos era preocupante, la posibilidad de que pasaran a manos judías si se implementaba la Declaración Balfour de 1917, era anatema.
En las siguientes tres décadas que vieron pasar la Segunda Guerra Mundial y la Shoa los contactos entre sionistas y jerarcas de la iglesia fueron esporádicos, casi inexistentes.
La resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas para la partición de Palestina de noviembre de 1947, previendo un status de corpus separatum para Jerusalén y sus alrededores, fue vista favorablemente por el Vaticano. Sin embargo, la resolución fue inmediatamente rechazada por los árabes de Palestina y por la Liga Árabe y, tras las hostilidades desatadas por ellos contra la naciente nación hebrea, el "cuerpo separado" para Jerusalén no surgió.
En 1948 el Estado de Israel proclamó y ganó su independencia. En octubre de ese año, el papa Pio XII, perturbado por el violento conflicto en Tierra Santa, publicó la encíclica, In Multiplicibus Curis (Entre las múltiples preocupaciones), haciendo un llamado a favor del "carácter internacional" de Jerusalén y sus alrededores, para asegurar la libertad de acceso a los santos lugares dispersos en toda Palestina. En una segunda encíclica, Redemptoris Nostra (La Pasión de Nuestro Redentor), Pío XII pidió justicia para los refugiados palestinos y repitió su llamado a un "estatuto internacional" como la mejor forma, a su parecer, de protección de esos lugares. Con ello quedó asentada la posición oficial del Vaticano sobre ambos asuntos.
La era post-estatal hasta 1993o del reconocimiento de facto.
Culminado el conflicto, el naciente estado judío estaba ansioso por garantizar el reconocimiento de la Santa Sede de su soberanía, a la luz del prestigio internacional del Vaticano y de su influencia, en mayor o menor grado, sobre los gobiernos de países católicos y sobre más de la mitad de los cristianos de todo el mundo.
Para ello, Israel envió representantes al Vaticano. Mientras que la delegación no pudo lograr su objetivo, sí se lograron acuerdos sobre temas de interés común, gracias a los oficios del Nuncio Papal en Tierra Santa y del Vicario Patriarcal en la Galilea. Ello implicó un reconocimiento de facto por parte del Vaticano al Estado de Israel, un hecho al que la Santa Sede se refirió con frecuencia posteriormente.
El Vaticano intentó sin éxito que las Naciones Unidas condicionaran la aceptación de Israel como miembro, a la internacionalización de Jerusalén. Después de un segundo fracaso en ese sentido en 1950, el Vaticano no renovó su
iniciativa, pero tampoco abandonó sus aspiraciones.
Paralelamente, los contactos de Israel y el Vaticano progresaban en varios niveles: el Ministro de Asuntos Exteriores Moshe Sharet se reunió con Pío XII en 1952 y la Orquesta Filarmónica de Israel tocó para el Papa en 1955. Sin embargo los esfuerzos declarados de Israel de abrir relaciones diplomáticas plenas con la Santa Sede, durante los siguientes años fueron en vano.
La peregrinación del Papa Pablo VI a Tierra Santa en enero de 1964 se llevó a cabo de una manera que evidenció clara y dolorosamente que la Santa Sede no reconocía a Israel.
Pablo VI inició y culminó su gira en Amman y pasó solo once horas en Israel donde visitó lugares santos cristianos y ofreció una misa en la Galilea. Jerusalén, la capital de Israel, estaba entonces dividida, con el lado Este y la ciudad vieja, así como Belén, bajo ocupación jordana. El Papa oró en el Santo Sepulcro, un derecho que entonces le era negado por los jordanos a los cristianos residentes en Israel. El presidente Salman Shazar, recibió al Papa en Meguido, el Armagedón de la Biblia, pero Pablo VI no se dirigió a él por su título, ya su regreso a Roma, el telegrama de agradecimiento lo dirigió a Tel Aviv. En su paso por Tierra Santa el Papa nunca mencionó al Estado de Israel. Al siguiente año se emitió Nostra Aetate.
Con Nostra Aetate, si bien ciertas objeciones teológicas en el camino al reconocimiento de Israel habían sido atenuadas, los principales escollos políticos persistían. Además de cuestionar la soberanía de Israel sobre su territorio, incluyendo partes de Jerusalén y los lugares sagrados, el Vaticano temía, con cierta razón, una reacción violenta contra las minorías cristianas en países árabes si llegara a reconocer a Israel. Preocupación que compartían sectores dentro de Israel.
La guerra de los seis días de 1967 cambió la situación geopolítica en la región. Israel estaba en posesión firme de toda la Tierra Santa al oeste del Río Jordán.
Esto llevó al Vaticano a modificar su posición en una forma pragmática. En un discurso a los cardenales en diciembre de 1967, Pablo VI pidió un "estatuto especial, garantizado internacionalmente" para Jerusalén y los santos lugares, en lugar de la internacionalización. Esta sigue siendo la posición oficial del Vaticano sobre el tema hasta hoy.
Al mismo tiempo, se activaron contactos de alto nivel entre las partes. Pablo VI recibió al Ministro de Relaciones Exteriores Abba Eban en 1969, a la primer ministro Golda Meir en 1973 y al Ministro de Asuntos Exteriores Moshé Dayan en 1978. El Primer Ministro Yitzhak Shamir fue recibido por el Papa Juan Pablo II en 1982. La cuestión de las relaciones diplomáticas plenas se abordó en estos y otros encuentros, pero el Vaticano seguía siendo reticente, mientras que Israel mantuvo la línea sin presionar demasiado.
Los primeros signos de un posible cambio llegaron después de la ascensión en 1978 del Papa Juan Pablo II. En su juventud había tenido amigos judíos en su ciudad natal de Wadowice; había sido testigo de la Shoá y comprendía el tema del “anhelo nacional”, que había vivido en Polonia, un asunto que le era ajeno a su predecesor italiano.
En 1984, el Estado de Israel fue mencionado por primera vez en un documento del Vaticano, la carta apostólica Redemptionnis Anno invocando por la seguridad y tranquilidad del pueblo judío viviendo en su tierra, "como una prerrogativa de cada nación"; y al dirigirse a líderes judíos en Miami en septiembre de 1987, Juan Pablo II reconoció el derecho del pueblo judío a una patria, "como cualquier nación civil, según el derecho internacional".
Mientras que algunos señalaron que los impedimentos teológicos y ahora los políticos para las relaciones diplomáticas plenas con Israel habían sido eliminados en gran parte, otros cinco años debieron pasar antes de que Juan Pablo II tradujera sus sentimientos en una realidad diplomática.
Tras la primera guerra del Golfo en 1991, se reactivó el proceso de paz árabe-israelí. Varios países, algunos árabes, establecieron relaciones diplomáticas con el estado judío. Otros que las habían roto las renovaron. Todos con la intención de formar parte multilateral de las conversaciones de paz y lo que ésta parecía ofrecer.
Dado que el reconocimiento árabe y palestino de Israel no había conducido a la agitación en el Medio Oriente y sintiendo que la Santa Sede podría ser cuestionada por no ser capaz de tratar con Israel formalmente cuando asuntos de vital interés estaban en discusión, Juan Pablo II pasó por encima de las recomendaciones de su entorno, aun receloso hacia Israel, y tomó la iniciativa él mismo.
A principios de abril de 1992, el Embajador de Israel en Italia, Avi Pazner, por petición del Papa, ofreció en el Vaticano una conferencia sobre la situación en el Medio Oriente, en cuyo curso hizo alusión a la negativa de algunos estados a aceptar a Israel, a pesar del proceso de paz en curso. La referencia indirecta al parecer fue entendida. Diez días más tarde el Ministro de Relaciones Exteriores del Vaticano, el arzobispo Jean Louis Tauran, informó al Embajador Pazner que Juan Pablo II se había dirigido a la Curia para abrir negociaciones con miras al establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel.
La reunión de Juan Pablo II con el Ministro del Exterior de Israel, Shimon Peres, en octubre de ese año allanó definitivamente el camino.
3. De 1993 en adelante, la era del reconocimiento de jure
Un año y medio de complicadas negociaciones culminaron con la firma del Acuerdo Fundamental entre la Santa Sede y el Estado de Israel, el 30 de diciembre de 1993.
A propósito del Acuerdo, el Rabino David Rosen, miembro de comité negociador, reconoció que el proceso de normalización de relaciones había comenzado en 1965 con Nostra Aetate, que fue “una revolución en los términos de la actitud de la Iglesia hacia el pueblo judío”. Según su perspectiva, la normalización con el Estado de Israel demostraría cuan genuina y completa era esa revolución porque “Israel es central no solo para el pueblo judío que vive en el Estado de Israel, lo es para todos los judíos en el mundo”.
Justificando el Acuerdo, el Papa declaró a la revista Parade en una entrevista, que se debía entender que los judíos, que por miles de años estuvieron dispersos entre las naciones del mundo, decidieran volver a la tierra de sus ancestros. “Ese es su derecho” sentenció Juan Pablo.
Agregando una dimensión inusual, el Acuerdo reconoce la naturaleza única de la relación entre la iglesia y el pueblo judío y reitera la condena de la iglesia del anti-semitismo en todas sus formas, como lo proclamaba Nostra Aetate. Entonces, según el protocolo adicional, se intercambiaron embajadores totalmente acreditados en mayo de
1994 y se nombraron subcomisiones jurídicas y fiscales para hacer frente a una amplia gama de cuestiones sustantivas que conscientemente se quedaron pendientes.
Las deliberaciones de la subcomisión jurídica concluyeron con un acuerdo complementario firmado en 1997, en el que Israel reconoce la personalidad jurídica y la autoridad del derecho canónico dentro de la iglesia católica y sus instituciones, así como las del Patriarcado Latino de Jerusalén y sus respectivas diócesis, mientras que por su parte las entidades eclesiásticas reconocen que ley israelí prevalece en materia civil y penal.
Se alcanzó un alto punto en la relación cuando Juan Pablo II hizo su peregrinación a Tierra Santa en el Jubileo cristiano del año 2000, una visita muy distinta a la de su predecesor. Mientras que el carácter religioso de la visita era preeminente, los aspectos políticos no fueron ignorados, tales como el recibimiento de estado en el aeropuerto Ben Gurion, la visita al Presidente Ezer Weisman en su residencia en Jerusalén y la reunión con el primer ministro Ehud Barak.
Fue una visita cargada de símbolos: la ofrenda en Yad Vashem, el memorial de las víctimas de la Shoá, la reunión con los Rabinos Principales Ashkenazí y Sefardí en la Gran Sinagoga Hejal Shlomó en Jerusalén, y la visita al Muro Occidental del Templo de Jerusalén, conocido por los gentiles como el Muro de los Lamentos, donde siguiendo la costumbre colocó su plegaria entre las milenarias piedras.
Otro paso importante en la relación entre ambos Estados lo dio su sucesor, el Papa Benedicto XVI cuando visitó Israel y los Territorios Palestinos en mayo de 2009, poniendo especial énfasis en el diálogo inter religioso como parte de su esfuerzo en la búsqueda de paz en la región. Con gestos similares a los de Juan Pablo hacia el Estado de Israel y hacia los judíos, Benedicto se reunió con el Presidente y el Primer Ministro, y oró en el memorial a las víctimas de la Shoá y en el Muro Occidental del Templo.
Antes, en ocasión del 60 aniversario del Estado judío, Benedicto envió sus felicitaciones donde señaló “La Santa Sede se les une en el agradecimiento al Señor de que las aspiraciones del pueblo judío por un hogar en la tierra de sus padres se haya realizado”, lo que debe ser visto como una justificación teológica del retorno de los judíos a Sion.
Por su parte, desde el inicio de su pontificado, el actual Papa Francisco, reitero su ampliamente difundida simpatía hacia los judíos. Con relación al conflicto entre Israel y los palestinos Francisco expresó su apoyo a las negociaciones. Así se lo hizo saber al entonces presidente Shimon Peres y al primer ministro Netanyahu a quienes recibió
en El Vaticano en abril y en diciembre de 2013 respectivamente.
En lo que ya es una tradición papal, Francisco visitó Israel y los Territorios Palestinos, profundizando así el acercamiento inter religioso. Lo hizo en mayo de 2014 en un viaje que fue interpretado, más allá de una peregrinación, como una prueba del interés del Vaticano de aumentar su rol diplomático en Medio Oriente. Además del protocolo de Estado y del recorrido por los sitios emblemáticos que antes visitaron Juan Pablo y Benedicto, se incluyó una parada ante el monumento a la Memoria de las Víctimas del Terrorismo localizado en el Cementerio del Monte Herzl, un lugar de mucha emotividad en el Israel de hoy.
Pero no todo fue del agrado de los israelíes. En Belén, el Papa se refirió a Mahmoud Abbas como “hombre de paz”, en momentos en que el Presidente de la Autoridad Palestina se negaba a volver a las negociaciones y que incitaba a la violencia contra Israel. A instancias de éste, en una supuesta rotura del protocolo, el Papa oró frente a una sección de la barrera de seguridad construida por Israel para detener los ataques terroristas desde esos territorios. ¡Una imagen impactante!
Sin embargo el escenario había sido preparado por los anfitriones: minutos antes de la llegada de Francisco, hicieron pintar alusiones al gueto de Varsovia, para deleite de cierta prensa.
El posterior encuentro en el Vaticano de los presidentes de Israel y de la Autoridad Palestina, Shimon Peres y Mahmoud Abbas respectivamente, invitados por el Papa Francisco dejó huella simbólica con la siembra conjunta de un árbol de olivo. Un encuentro sin posibilidad de consecuencias prácticas ya que la política exterior de Israel la lleva el Primer Ministro. Abbas no habría acudido de ser Benjamín Netanyahu el invitado.
No obstante, a pesar de los momentos de tensión, la relación diplomática entre Israel y el Vaticano es estrecha y se desarrolla en un nivel uniforme. Según reporta el Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel en su página oficial, visitas ministeriales a la Santa Sede son frecuentes e innumerables. Ambas partes buscan vías para ampliar la comprensión y la cooperación cultural, educativa, académica y entre las religiones. Asuntos mundanos, tales como problemas de visado para miembros del clero que residen en países árabes que no reconocen a Israel, se tratan de manera rutinaria, entre otros.
La declaración de Independencia de Israel del 14 de mayo de 1948 garantiza la libertad de culto y el resguardo de los lugares santos de todas las religiones. Los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco lo pudieron comprobar en persona.
Nunca antes, en los dos milenios precedentes de diáspora judía y ocupación foránea de Tierra Santa, se cumplieron esas premisas: omeyas profanaron iglesias, cruzados destruyeron mezquitas y todos ellos derribaron sinagogas. Antes de la reunificación de Jerusalén, de la que pronto se celebrarán cincuenta años, los jordanos profanaron el milenario cementerio judío del monte de los olivos para usar sus lápidas como calzada y en esta misma década, una horda de jóvenes palestinos quemó en Siquem (Naplusa) el monumento conocido como la tumba de José, el hijo de Jacob.
El Estado de Israel es el único lugar de Medio Oriente donde la población cristiana se mantiene constante. Hay comunidades católicas – kehilot en hebreo – activas en las ciudades principales. Por contraste Belén, la cuna de Jesús, bajo control de la Autoridad Palestina desde 1994, está dejando de ser cristiana. Miles de árabes cristianos han huido o han sido víctimas de la intolerancia religiosa ahí y en el Líbano, Irak, Siria y otros países árabes en conflicto.
El26 de mayo de 2014, durante su peregrinación a Tierra Santa, el Papa Francisco colocó una ofrenda ante la tumba del fundador del sionismo moderno, Teodoro Herzl, legitimando así al movimiento de liberación nacional del pueblo judío ante millones de católicos en el mundo entero. Ciento diez años habían transcurrido desde el non possumus que Pio X le dijo a ese mismo visionario, al cual Francisco honró con su gesto, cerrando este capítulo de la relación entre dos estados que representan a dos religiones que adoran un mismo Dios. Vale recordar que Nostra Aetate se dio prácticamente a medio camino entre ambos momentos.
El lugar más sagrado del judaísmo, el Muro Occidental del Templo que fue destruido hace dos milenos y sobre cuyas ruinas el Islam radical del siglo VII construyó la mezquita de Al Aksa, parece simbolizar hoy el muro que intenta contener el Islam radical del siglo XXI, para proteger a la cultura y los valores judeo cristianos que caracterizan a la civilización occidental.
Bajo un silencio cómplice de la comunidad de naciones, países y organizaciones radicales no solo buscan destruir a Israel, aspiran también instalar la barbarie en todo el medio oriente y en el corazón de Europa. En una nueva ola de terror, pretenden en estos días sembrar de pánico y muerte las calles de Jerusalén.
Con el permiso de los Rabinos y sacerdotes, concluyo por lo tanto con la esperanza que anuncia el Creador a través del profeta Isaías:
También Yo me regocijaré en Jerusalén y gozaré en Mi pueblo, y no se oirá más en ella voz de llanto ni voz de clamor.
Conferencia dictada el 14 de octubre de 2015en la Mesa Redonda organizada por la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela y la Fraternidad Hebrea Bnai Brith de Venezuela bajo los auspicios de la Nunciatura Apostólica con motivo del 50 Aniversario de la Declaración Conciliar Nostra Aetate".