Por Beatriz W. De Rittigstein
Cuando sectores aupados por sus intereses pretenden señalar que el conflicto palestino israelí no es una trama religiosa, insistiendo que la causa es por la tenencia territorial, percibimos el artero engaño.
Si el caso fuese por territorio, ya hubiesen llegado a un arreglo efectivo, tal como ocurrió con Egipto y Jordania. De hecho, los acuerdos de Oslo previeron intercambios geográficos.
El conflicto por el lado musulmán tiene un talante fervoroso, al punto que la ola de ataques palestinos contra israelíes es instigada por autoridades de Al Fatah, Hamas y líderes religiosos que en sus sermones azuzan el terror. El motivo es la falsa acusación de que Israel cambiaría el status quo del Monte del Templo.
Para más claridad, el 19 de octubre de este año, una propuesta palestina, respaldada por Egipto, Argelia, Marruecos, Túnez, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, pretendía que la Unesco declare al Muro de los Lamentos en Jerusalén, el lugar más sagrado para el judaísmo, vestigio del Templo, como parte del complejo de Al Aqsa. El proyecto fue tan absurdo que hasta la directora del organismo cultural de la ONU, Irina Bokova, lamentó que un grupo de países árabes plantee presentar propuestas ante el consejo ejecutivo de ese organismo, sobre la reconsideración de secciones santas de Jerusalén.
El caso del Muro de los Lamentos fue dejado de lado, no obstante, la Unesco reclasificó dos parajes patrimoniales del judaísmo: la Cueva de los Patriarcas en Hebrón, Judea y la Tumba de la matriarca Rajel, entre Jerusalén y Belén, como espacios musulmanes. Obviamente, el peso de los países árabes e islámicos impulsó el desapego a la realidad histórica. En noviembre de 2010, la Unesco declaró la tumba de Rajel como mezquita, pese a que nunca habían considerado que el sitio era venerable para el islam; solo a partir de 1996 comenzaron a citarlo como "Mezquita Bilal Abu Rabaj". El reiterarlo en el presente con una nueva resolución en tiempos de gran tensión en la zona, es una provocación. La Unesco está actuando en contra de sus principios: contribuir a la paz; además, tergiversa la historia y apoya al islamismo en su fraudulenta táctica por desconectar la tierra de Israel con la herencia ancestral judía. Ello muestra que el conflicto tiene instigaciones religiosas.