De acuerdo a la Halajá (la ley judaica), después de encender la velas de Janucá, la mujer es liberada de trabajos y obligaciones hasta que las velas se consumen. Es una ordenanza bastante extraña, ya que es raro que nuestras leyes destaquen en especial a las mujeres; y justamente en Janucá la festividad del heroísmo judío destaca en especial a la mujer. Y esto es bastante especial y es conveniente que lo estudiemos un poco.
Janucá fue la lucha por la supervivencia del judaísmo frente a un helenismo asimilacionista que no respetaba ideas ajenas. Fue la lucha de los macabeos, una guerra de guerrilla contra un enemigo poderoso y arrogante. El enfrentamiento fue en todo el territorio judío, y todo el pueblo luchaba en toda ciudad y aldea; todos se movilizaron contra los griegos seleucidas.
Cada casa y cada familia eran un bastión contra el enemigo, y el rol de las madres judías fue central en esa desigual lucha. Toda madre judía sabia que debía educar a su hijo en nuestra ancestral tradición y fortificarlos contra el enemigo asimilacionista. Cada madre judía preparaba a sus hijos para combatir y vencer a los griegos, sea cual sea el precio que se debía pagar para seguir siendo libres y creer en lo que se considera la verdad. Y en ese entorno surgieron heroínas que pasaron a ser ejemplo y paradigma de una educación judía. Y especialmente nuestra tradición recuerda a Jana y sus siete hijos y a Iehudit.
Jana y sus hijos son arrestados y llevados ante el rey y se les exige que nieguen a Dios y sus Leyes, para seguir viviendo. Jana convence a sus hijos de no blasfemar contra Dios y no inclinarse frente a estatuas de dioses que no existen. Uno por uno ejecutan los griegos a los hijos y la madre es testigo del martirio de los frutos de su vientre y a todos fortifica con sus palabras en esos terribles momentos.
Cuando al menor de sus hijos lo van a ejecutar, el rey trata de salvarlo y arroja una golosina al piso, frente a la estatua de Zeus, para que el niño se arrodille para levantar el dulce y los presentes crean que reconoce a Zeus como su dios. Jana no le permite a su hijo a cometer esa pseudo abominación, y también el menor es inmolado por los griegos.
La otra heroína es Iehudit de Bitinia. Cuando Holofernes, un general griego seleucida pone sitio a su ciudad, la hermosa Iehudit decide salvar a su gente. Sale sola de las murallas y se rinde al invasor. Holofernes, al verla, queda prendido de su belleza y la invita a su tienda. Allí Iehudit lo emborracha, y cuando el general duerme, le corta la cabeza y la lleva a la ciudad, donde queda exhibida y el enemigo espantado levanta el sitio y se retira.
Estas dos tremendas historias hablan de un heroísmo especial y difícil; las heroínas marcan los campos de lucha por la supervivencia. Podemos discutir este tipo de lucha, pero no hay duda que las mujeres establecieron en el pueblo judío un nivel desconocido de heroísmo; y así las recordamos en Janucá: la tremenda y desigual guerra que trajo la independencia a nuestro pueblo. Y los macabeos nos recuerdan a otra gran mujer: la reina Shlomtzion Alexandra, que durante diez años gobernó a los judíos, logrando la paz luego de una tremenda guerra civil.
Por Rabino Shmuel Shaish
Fuente: Aurora Digital