“Hace 77 años, inicia la noche del 9 de noviembre de 1938. Una piedra se estrella contra la vidriera de una librería en pleno corazón de Berlín; otra rompe los vitrales de una Sinagoga en Munich; una panadería en Viena arde; una escuela judía en Hannover también; saquean una cafetería en Hamburgo. Miles de piedras empiezan a llover contra los establecimientos judíos para iniciar de esta manera el período más oscuro en la historia de la humanidad, cuando se planificó de manera sistemática, el genocidio más grande conocido hasta ahora sobre la faz de la tierra. Obviamente me refiero a la Shoá.
Noventa y un personas asesinadas, más de siete mil tiendas destruidas, doscientas sinagogas quemadas, decenas de miles de libros arrojados a las llamas, miles de personas humilladas y aterradas. Ese es el saldo macabro que, lamentablemente, se lee muy rápido y que queda flotando en el campo de lo abstracto, del dato histórico, de la anécdota.
Kristallnacht o noche de los cristales rotos fue una señal, que si bien alarmó a las sociedades decentes de Europa, no tuvo repercusiones en su conciencia política. Fue una indicación que se perdió en el fragor del sensacionalismo, de la espectacularidad, que no dejó ninguna lección a la sociedad de aquel momento, sino que se tomó como un momento de locura de los alemanes, instigados por la supuesta ira popular que les produjo la muerte de un funcionario de su Embajada en Francia a manos de un muchacho judío. La lectura trivial de los acontecimientos fue apenas la primera dosis de la anestesia política que cada sociedad se aplicó para adormilarse ante la evidencia de que algo negro se estaba levantando frente a sus ojos: el plan nacional-socialista de acabar con el judaísmo y con todo aquello que lo molestara.
Unos meses antes de Kristallnacht, en Evían – Francia, treinta países, entre ellos veintiún naciones latinoamericanas, se habían reunido para buscar una solución a los refugiados judíos de Alemania. Las palabras del Canciller canadiense fueron más que elocuentes. De aquel llamado de auxilio a la humanidad por parte de miles (y luego millones) de individuos que temían a la muerte expresó:
ONE IS TOO MUCH. Admitir como refugiado a sólo una persona, a una única persona, sería “demasiado”.
Con esa actitud, se le dio carta blanca a los nazis para hacer lo que les placiera con sus “cuidadanos judíos”. Tras la mano de la SS alemana, que levantó la primera piedra, estaban las de esas 30 naciones que no hicieron nada para impedírselo.
No obstante, y así hay que reconocerlo, hubo críticas a Alemania por los sucesos de noviembre. Las tímidas protestas formuladas por algunos gobiernos, hicieron que los alemanes cambiaran la estrategia en su plan por acabar con el Pueblo Judío. No habría barbarie en las calles, el exterminio se ejecutaría limpiamente en los campos de concentración, en los ghettos, en las cámaras de gas. “Sanitariamente”. La sangre no mancharía las calles de las ciudades alemanas y la prensa internacional no reportaría tales actos de horror. Después de dos meses, veinticinco mil judíos alemanes inauguraron las barracas de Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau. Una vez “corregido” el problema del espectáculo de los saqueos y los linchamientos públicos, Europa se desentendió del problema, a pesar de la evidencia que tenían los gobiernos de que en los campos de concentración lo único que abundaba eran los cadáveres. Cadáveres de judíos ashkenazíes y cadáveres de judíos sefaradíes. Quienes nos odian, no hacen distinción alguna; judío es judío, nuestro lugar de procedencia es un detalle que no les merece consideración alguna.
A lo interno, la Kristallnacht sirvió para probar a los nazis que el antisemitismo era tan generalizado en Alemania, que la destrucción de la judería se podría llevar a cabo sin protestas, por el contrario, contaron con sonoros aplausos.
Aquella noche de piedras lanzadas con odio, continúa hacia una ya muy larga madrugada, en la cual, el alba aún no se percibe que esté por llegar. Ya no son piedras sino pintura aerosol; ya no se evidencia en las calles del Reich, se extiende a Francia, Canadá, Australia, Bélgica, España, Estados Unidos e Inglaterra; ya no hay volantes sino e-mails incitando al odio; además de las sinagogas, se ataca los cementerios judíos de todo el mundo, desde Rosario en Argentina, hasta el de Camarás, en Rumania; en vez de judíos obligados a fregar las aceras de Viena, hay insultos en Montreal, golpes en Lyon, dedos amputados en Buenos Aires y banderas nazis izadas en una sinagoga en Brasil.
El clímax de estos eventos antisemitas, ocurrió la noche de ayer, cuando en la ciudad sueca de Umea, al acto conmemorativo de Kristallnacht, los organizadores NO INVITARON JUDÍOS, por representar estos, un riesgo a la seguridad de los asistentes.
Para camuflar el grotesco antisemitismo, ocurren votos de censura contra Israel en la ONU; notas de prensa que condenan al gobierno israelí, y que no se comparan con la benevolencia con la que se habla del terrorismo árabe contra ciudadanos israelíes. Por cada acción bélica iniciada por Occidente, hay una acusación que nos señala como culpables. En fin, en vez de pretender la solución final para el pueblo judío, se habla (Dios no lo quiera) de la desaparición del Estado de Israel.
Particularmente dolorosa es la indiferencia. Hay un silencio espantoso. Estamos viviendo una Kristallnacht de baja intensidad, de diferentes signos, donde los extremos ideológicos, la izquierda y la derecha se dan la mano. Se envía un mensaje edulcorado en el cual se tolera el antisemitismo, no se lo condena. Ahora como antes, el aplauso de algunos y muy en especial la indiferencia de otros, son los que la alientan. Dice el talmud: “lo peor no es vivir en la oscuridad, sino acostumbrarse a ella”.
La mañana en la que aparezca el sol que nos anuncie el fin de esta larga noche plagada de pesadillas aún no se vislumbra, pero es tiempo de despertar.
Esperamos que el próximo año, en el acto de conmemoración y recordación de la Kristallnacht, contemos con la presencia de la representación diplomática del Estado de Israel”.