El Estado de Israel contiene en sí muchos logros extraordinarios: la reunión de las diásporas, el renacimiento del idioma hebreo, el haberse sobrepuesto a permanentes amenazas militares y terroristas, una tecnología deslumbrante. Pero quizá el éxito que más se le reconoce es haber hecho florecer el desierto.
Ciertamente, muchos siglos de pastoreo de cabras por parte de tribus nómadas convirtieron a Eretz Israel en un erial; el norte, donde las precipitaciones son relativamente más abundantes, era un pantano palúdico a finales del siglo XIX, cuando comenzaron a llegar los pioneros sionistas. La que había sido “tierra de leche y miel” mostraba una desolación similar a la de su pueblo exiliado.
De hecho, las tierras adquiridas para el proyecto sionista eran casi todas áridas o semiáridas, prácticamente inutilizables por causa de la deforestación. En las primeras décadas del siglo XX hubo que desarrollar un intenso trabajo de limpieza de rocas, construcción de terrazas contra la erosión, drenaje de pantanos, reforestación y lavado de la sal, para que los suelos pudieran ser medianamente cultivables.
Desde el principio, investigación y desarrollo
Los primeros jóvenes sionistas que llegaron a Palestina tenían, en el mejor de los casos, conocimientos muy rudimentarios de agricultura, y de todos modos el clima y el suelo eran muy distintos a los que conocían en Rusia, Polonia y sus demás países de origen. En 1870 se creó la escuela agrícola Mikvé Israel, cerca del actual Tel Aviv, con apoyo del sultán otomano y financiamiento del barón Edmond de Rothschild. Fue allí, a la entrada de Mikvé Israel, donde Theodor Herzl recibió en 1898 al káiser Guillermo de Alemania, de visita en Palestina, a quien solicitó —infructuosamente— apoyo para el sionismo.
En 1921, la Agencia Judía fundó en Rehovot su primera estación agrícola experimental, que más tarde se convirtió en la Organización de Investigación en Agricultura (conocida como Instituto Volcani, por el apellido de su primer director). Gracias a la formación ofrecida por este y otros institutos, surgió una nueva generación de agricultores que, además de cubrir parte de las necesidades alimentarias básicas del yishuv, halló en la exportación de naranjas una fuente de ingresos para los recién fundados kibutzim y moshavim.
Tras la creación del Estado fue prioritario promover un acelerado desarrollo de la agricultura, para poder satisfacer la demanda de la creciente población y los requerimientos de divisas. Las naranjas “Jaffa” fueron durante muchos años el producto de exportación más conocido de Israel, pero la investigación científica permitió diversificar la producción y convirtió al país en un ejemplo para el resto de las naciones en desarrollo. Una década después de la independencia pudo eliminarse el racionamiento de alimentos, antes indispensable.
Hoy en día se llevan a cabo investigaciones agrícolas avanzadas en las principales universidades israelíes, así como en el Instituto Weizmann y el Tejnión. Estos trabajos se desarrollan en cooperación con los agricultores y con la industria agroalimentaria, y buscan adaptar nuevos cultivos al clima y el suelo del país, llenar los requisitos del mercado internacional, garantizar la calidad y diversificar la oferta.
Durante las últimas décadas se ha incrementado el uso de invernaderos, donde los fertilizantes, la temperatura y la humedad se controlan cuidadosamente por medio de sistemas automáticos y semiautomáticos; en estas grandes superficies cubiertas se producen fundamentalmente verduras y flores.
La feria Agritech, que se lleva a cabo cada tres años, atrae a numerosos empresarios y expertos de todo el mundo. En 2012, más de 250 expositores recibieron 35.000 visitantes. Agritech 2015 se llevará a cabo en Tel Aviv.
Un tema permanente: el agua
Obviamente, la escasez de agua fue desde el principio un obstáculo para desarrollar la agricultura en Israel. Se construyeron numerosos reservorios de agua de lluvia, y tras la independencia varias represas en los pocos ríos existentes, sobre todo el Jordán. La principal fuente de agua es el lago Kineret o Mar de Galilea.
El proyecto de infraestructura más importante de los primeros lustros de Israel fue el Acueducto Nacional (1949-1964), que atraviesa el país de norte a sur llevando agua desde el Kineret hacia el desierto del Néguev, el cual representa la mitad de la superficie de Israel.
En las últimas décadas se ha avanzado notablemente en la desalinización de agua de mar (del Mediterráneo), así como en el reciclaje de aguas servidas y el uso de aguas salobres subterráneas. De este modo, el uso de agua potable en agricultura se redujo de 918 millones de metros cúbicos en el año 1998 a solo 509 millones en 2011, mientras que el uso de agua reciclada y salobre se incrementó en el mismo lapso de 367 a 680 millones de metros cúbicos. Lo más sorprendente es que el consumo total de agua para la agricultura ha disminuido a la par que se incrementa la producción agrícola: mientras en 1970 se empleaban 1340 millones de metros cúbicos, para 2011 la cifra fue de 1189; en ese período, la población del país se triplicó. En cuanto al agua reciclada proveniente de las ciudades, hoy en día representa el 45% de la que se emplea para la agricultura.
El descubrimiento de que el agua salobre subterránea puede emplearse en ciertos cultivos —y la adaptación de estos a esa condición por medio de cruces— ha permitido el desarrollo productivo del Néguev, no solo para cultivos sino también para la acuacultura (cría de peces en estanques). La agricultura en el desierto tiene la ventaja adicional de estabilizar las dunas, impidiendo que las zonas áridas se expandan; frutos como los cítricos y el mango se cultivan exitosamente en dunas.
El riego por goteo —desarrollo israelí—, la microaspersión y los cultivos hidropónicos son otras técnicas muy empleadas, mientras la biotecnología está ganando terreno. Incluso la agricultura más tradicional (olivos, viñedos, pastos de montaña) emplea hoy en día sistemas avanzados de riego.
El triunfo de Israel en agricultura señala una esperanza para el mundo: si suelos tan escasos y dotados de tan poca agua pueden producir semejante abundancia, ello significa que, con el uso de la ciencia y una eficaz organización, la humanidad jamás deberá pasar hambre.
La revolución de los tomates
En 1973, los investigadores israelíes Haim Rabinovich y Najum Kedar desarrollaron una variedad de tomate que se deteriora más lentamente en clima cálido; esto representó una trasformación para la economía agrícola de Israel, que comenzó a exportar semillas. El tomate de “larga duración” ha tenido impacto global al evitar que grandes cantidades del producto se pierdan, pues antes un 40% de la producción total debía ser descartada. Un desarrollo similar ha permitido reducir el porcentaje de cítricos que se pierden del 30% a solo 3%.
Los famosos tomates “cherry” (también conocidos como tomaccio), que se emplean en ensaladas en todo el mundo, fueron desarrollados por la empresa israelí Hishtil.
Estadísticas sorprendentes
Desde la independencia (1948), el área cultivada de Israel pasó de 1650 km2 a 4350 km2, mientras la superficie irrigada pasó de 30.000 a 190.000 hectáreas.
En 1950, un agricultor israelí alimentaba a 17 personas; en 2010 esta cifra había aumentado a 113 personas. Actualmente solo un 2% de la fuerza laboral de Israel trabaja en agricultura, pero cubre el 95% de las necesidades alimentarias y de las materias primas agrícolas que requiere la industria del país.
Hoy en día, un 60% de las tierras cultivadas se encuentra en el desierto del Néguev.
Entre 1999 y 2009 la producción agrícola total aumentó 26%, pero el consumo de agua se redujo en 12%, gracias a técnicas más avanzadas de regadío y control de pérdidas.
En 2010, las exportaciones agrícolas de Israel representaron ingresos por 2130 millones de dólares, equivalentes al 4,2% de las exportaciones totales.
En 2006 Israel exportaba 33% de los vegetales, 27% de las flores, 16% de frutas no cítricas y 9% de los cítricos que producía.
La agricultura israelí es tan exitosa que el Ministerio del ramo establece cuotas máximas para evitar la sobreproducción.
Los sistemas cooperativos
Una característica distintiva de Israel son sus sistemas cooperativos, célebres en todo el mundo, que constituyeron un factor fundamental en la construcción del país y son la fuente de la mayor parte de su producción agrícola. Las aproximadamente mil comunidades cooperativas del país producen más del 80% de los productos frescos, y una importante proporción de los alimentos manufacturados.
Kibutz: granja colectiva en la que los miembros tienen un mínimo de propiedad privada, y comparten tanto los gastos como los ingresos de la comunidad. Durante las últimas décadas el carácter socialista del kibutz se ha ido diluyendo, por lo cual se ha incrementado la propiedad privada.
Moshav: comunidad de productores agrícolas que son propietarios de sus viviendas, comparten las asignaciones de tierras y agua y realizan conjuntamente inversiones en equipos. Los beneficios son individuales.
Por Sami Rozenbaum