La fascinación de Polonia por los judíos

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En un ensayo de 1973 en la revista Esquire, Cynthia Ozick especulaba sobre cómo los judíos serían recordados si, como todas las demás naciones de la antigüedad, se hubiesen desvanecido hace mucho tiempo. Así como se habla ahora de “la gloria de la antigua Grecia”, cavilaba, los logros de los largamente desaparecidos judíos serían celebrados como “el genio del antiguo Israel”.
“¡Cómo estaría embelesado el mundo!”, escribía. “El pueblo que estuvo de pie en el Sinaí esperando recibir una visión de pureza, el pueblo de los pastores eruditos, del genio profético, de sueños de justicia y misericordia, ¡cuán admirados serían!”.
En un mundo sin judíos, la memoria de la civilización judía tendría una fascinación sin fin. “Las damas cristianas”, imaginaba Ozick, “estudiarían la invaluable cultura de los judíos durante el verano”, o crearían mantos de oración judíos en “un taller de tejido de talits”.
Por supuesto, los judíos no han desaparecido del mundo. Sin embargo, para todo efecto se han desvanecido de Polonia. Más del 90% de los judíos polacos fueron asesinados durante el Holocausto, y la mayoría de quienes sobrevivieron emigraron o fueron expulsados hace tiempo. El resultado es que un país que alguna vez fue el hogar de tres millones de judíos —el 10% de la sociedad polaca, y la mayor población judía de Europa— es ahora 99,9% no judío. Millones de polacos jamás se han encontrado con un judío. Pero, ¡oh, cuán embelesados están con “el genio que fue Israel”!
Llegué a Cracovia hacia el final del Festival de Cultura Judía, un gran espectáculo anual de conciertos, conferencias, películas y exposiciones, todo con el objetivo, para citar el folleto del festival, de “presentar la cultura judía en toda su riqueza”. Un elegante catálogo de 160 páginas enumera la enorme variedad de ofertas, entre ellas ponencias sobre “Pensamiento Talmúdico” y “Ética médica judía”; foros sobre el antisemitismo europeo y la poesía hebrea de Jaim Najman Bialik; conciertos de música klezmer, música litúrgica, “Canciones de los Guetos y la Resistencia Judía”; talleres sobre gastronomía judía, danzas matrimoniales jasídicas, y la celebración infantil de Janucá.
Semejante cornucopia de judaica resultaría impresionante en Los Ángeles o Nueva York. En Cracovia, que cuenta con apenas 200 judíos entre una población de 1,5 millones, es asombrosa. Más o menos como Ozick imaginaba en 1973, los judíos y la cultura judía están siendo abrazados en forma mucho más ardiente en su ausencia de lo que nunca fueron cuando los judíos eran una presencia muy visible.
Durante mi segunda noche en la ciudad asistí al concierto de clausura del festival, una especie de Woodstock judío que se vuelve más elaborado cada año. En el corazón de lo que solía ser el barrio judío de Cracovia, ante un escenario al aire libre dominado por una gigantesca menorá eléctrica, diez mil polacos exuberantes se balanceaban, vitoreaban, e incluso cantaban mientras decenas de artistas judíos de Israel, Europa y América hacían sus representaciones. El concierto duró siete horas y fue trasmitido en vivo por la televisión. En un país que no tiene más que una chispa de vida judía, ¿de dónde viene semejante apetito por lo judío?
Para algunos polacos, el interés en la cultura judía es simplemente diversión o moda; muchos en la multitud me dijeron que habían venido porque el concierto es muy popular, no por su contenido judío. Pero otros como Ola, de 26 años, quien vino con sus dos pequeñas hijas, estaban allí por una atracción que no podían explicar. “No puedo imaginar a Cracovia sin cultura judía”, me dijo. “Cracovia ama la cultura judía”. Pero cuando la presioné delicadamente para que me explicara qué es “cultura judía”, por ejemplo cómo se la explicaría a sus hijas, replicó vagamente: “Es más un sentimiento que un conocimiento. ‘Judío’ para mí significa un sentimiento cálido”.
También hay gente como Tomasz Sierkierski, programador de computadoras de 30 años que estuvo entre una docena de polacos honrados durante el festival por preservar sitios judíos. Buscando una forma de recuperar algo de la perdida herencia judía de Polonia, descubrió un cementerio olvidado en Skarszewy, pequeño pueblo cerca del Mar Báltico, no lejos de Gdansk. “Estaba realmente destruido”, me dijo, “lleno de basura y maleza”. Reclutó a un grupo de adolescentes de su escuela, y pasaron juntos el verano de 2004 sacando los desechos, limpiando y enderezando las lápidas caídas, y construyendo una cerca de piedras para el cementerio.
¿Por qué polacos como Sierkierski —y hay unos cuántos como él— se toman tantos trabajos? De todas las causas que hay que atender, ¿por qué preocuparse por la memoria judía? “Porque es también memoria polaca”, responde. Él sabe que nada traerá de vuelta la rica cultura judía que alguna vez fue una parte tan importante de la vida polaca. Lo que los nazis y comunistas destruyeron está irremediablemente perdido. Pero él quiere al menos evitar que sea olvidada.
Cuando vino a Skarszewy por primera vez, el joven no podía localizar el cementerio. Nadie sabía nada al respecto. Eventualmente una anciana le indicó dónde buscar, y así encontró las tumbas abandonadas. “Antes de este proyecto nadie sabía siquiera que existía un cementerio judío. Ahora todos en el pueblo lo saben”.
Y eso, como muestra claramente la mirada en sus ojos, hace que todo valga la pena.
Fuente: Aish.com
Traducción: Nuevo Mundo Israelita

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