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Por Isaac Nahón Serfaty
Una tarde en 1987 (¿o 1988?) Néstor Garrido llegó un poco molesto a la redacción de Nuevo Mundo Israelita. Venía de entrevistar a Ben Ami Fihman para un reportaje sobre escritores judíos venezolanos. Fihman, con su prepotencia proverbial, le dijo a Néstor que no se podía hablar de literatura judía. Fihman, provocador e iconoclasta, le lanzó al periodista: “Si vas a definir a un escritor como judío porque escribe sobre los judíos, entonces podríamos decir que Hitler o Goebbels fueron escritores judíos, pues escribieron mucho sobre los judíos y el Judaísmo”. Estas fueron más o menos las palabras del crítico gastronómico para despachar el tema.
La irreverente propuesta de Fihman (que salió publicada tal cual en el reportaje) ponía el dedo en la llaga de la identidad, una llaga con la que todos los judíos hemos tenido que lidiar en algún momento de nuestras vidas. Es el problema eterno de quién es judío. En otros términos, ¿qué hace a un arte, a una literatura, a un periodismo, a una cocina, judíos? ¿Por qué esta necesidad de definir todo desde la perspectiva judía? ¿Por qué este “judeocentrismo”?
Responder estas preguntas requeriría una serie de consideraciones y un espacio que sobrepasan el propósito de estas memorias fragmentarias. Pero vale la pena avanzar algunas ideas. La primera es que esto de la identidad es más bien relativo. Pensando en escritores, quién podría negar que Elías Canetti, Isaac Chocrón, Isaac Bashevis Singer, Amos Oz, Philip Roth, Elisa Lerner, por sólo nombrar algunos, son judíos en distintos momentos y en distintas formas en sus obras. En algunos, el signo judío es más marcado que en otros, pero quién se atrevería a decir, como lo pretendía Fihman, que estos escritores no produjeron una literatura judía, no solamente por sus orígenes, sino por el material y el estilo de muchas de sus creaciones.
Hay otro punto que Fihman, con su provocadora respuesta, probablemente quería evitar confrontar. La identidad no es puramente afirmación positiva, es también conflicto. Es lo que alguna vez llamé la “dolorosa identidad”, una expresión que me vino a la mente cuando Daniel Shoer Roth, ahora periodista en El Nuevo Herald de Miami, me contó una anécdota muy reveladora de los vericuetos de la judeidad. Daniel escribió un libro sobre cinco grandes periodistas de opinión judeo-venezolanos: Gustavo Arnstein, Alicia Freilich, Paulina Gamus, Carlos Guerón y Sofía Imber. Un día, un reconocido editor y articulista venezolano, cuyo nombre me reservo, le reclamó a Daniel por qué no había incluido su nombre en el libro. Daniel le respondió sorprendido: “Nunca pensé que te consideraras judío”. Así es la identidad, gelatinosa, cambiante y profundamente emocional. Quién sabe si este editor y articulista, que en otra época de su vida prefirió evitar la identificación con lo judío, con los años sintió una necesidad de sentirse a su manera judío.
El salmo que inspiró el título de esta nota dice mucho de esta conciencia del “deber de identidad” que sentimos muchos judíos: “Si te olvidare, oh Jerusalén, olvídeseme mi diestra. Péguese mi lengua al paladar si no te recordare, si no alzare a Jerusalén a la cabeza de mis alegrías” (137, 5-7).
Fuente: Tomado del blog Memorias de la Comunicación

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