Por Ana María Valeri
La Noche de los Cristales Rotos sucedió en Alemania el 9 de noviembre de 1938 cuando el ejército del partido nazi barrió a su paso miles de viviendas, comercios y sinagogas de judíos residentes en ese país.
Fue el comienzo del Holocausto, el preámbulo de la II Guerra Mundial que produjo la muerte de seis millones de judíos y que la historia universal recuerda con horror y vergüenza. Y, sin embargo, hay quienes a pesar de la existencia de pruebas ineludibles de los asesinatos en masa, de testimonios y marcas en brazos de sobrevivientes y de la llegada de barcos cargados de judíos a diferentes países del mundo, ¡niegan que tal hecho haya sucedido! Y está escrito con signos de admiración porque negar tal hecho es como negar que el hombre haya llegado a la Luna o que Simón Bolívar existiera. La historia no se basa en leyendas, ni en fábulas creadas a conveniencia de seres imaginativos que encuentran en la desviación de la realidad el sustento de sus desatinos.
La historia está basada en pruebas fehacientes de acontecimientos que han marcado huella en la vida de los pueblos. Cierto es que el método inductivo se utiliza en ocasiones para hilvanar hechos y llegar a conclusiones, siempre y cuando se fundamente en experiencias inapelables y muestras tangibles de lo sucedido, pero negar una persecución y una matanza de tal magnitud, cuando hubo nada menos que seis millones de muertos de raza judía, exceptuando los otros millones más que murieron en la Segunda Gran Guerra, es más que una temeridad, una estupidez.
¿En qué cabeza cabe, por ejemplo, que miles de judíos hayan decidido tatuarse un número en la piel y llevar marcas de tortura en su cuerpo? ¿Qué mente retorcida podría imaginar que subir a bordo de barcos que los llevaran a destinos desconocidos buscando sobrevivir, sin más fortuna que la vida misma, fue una decisión de hacer turismo en altamar? ¿Quién, en su sano juicio, puede pensar que las fotografías existentes de masas de gente famélica, caminando desnudos hacia los hornos crematorios son un montaje publicitario?
Solo un hostil xenófobo cuya insensatez es producto de la turbación ocasionada por el ansia de poder, puede decir que el Holocausto fue un mito creado por Occidente.Con la misma irracionalidad, entonces, cabría pensar que los barcos Caribia y Koenigstein, que vinieron desde Hamburgo, cargados de judíos a quienes muchos países cerraron sus puertos y que el presidente Eleazar López Contreras recibió con los brazos abiertos, y sobre lo cual existen testimonios y documentos probatorios, son apenas un cuento infantil imaginado para buscadores de leyendas. O, bajo la misma óptica, creer que el hombre caminando sobre la Luna fue un montaje hollywoodense y que El Libertador es la creación de algún desocupado que se dedicó por años a escribir cientos de cartas y documentos para "hacer" la Historia de Venezuela. Así pues, la negación de la historia, el discurso falaz y la ridiculez llegan a tomarse de las manos.
Pero las pruebas existentes de lo que fue un episodio oscuro del devenir de los tiempos es indiscutible. El Holocausto existió. A pesar de la perorata de los necios. Como también existió una tierra abierta a recibir en su seno a quienes sembraron sus hijos en Venezuela y nos enriquecen con el árbol de sus raíces.
Fuente: El Universal