El principal obstáculo para la paz

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Por Jeremy Sharon
El Monte del Templo, o al-Haram al-Sharif para los musulmanes, figura como uno de los lugares religiosos más sensibles en el mundo. Los disturbios esporádicos del mes pasado en el sitio, son por lo tanto particularmente alarmantes, ya que estos incidentes tienen el potencial para encender un malestar mucho más amplio. Por esa razón, parece ser el interés de todos reducir en la medida de lo posible, las tensiones y fricciones en el Monte del Templo a un mínimo absoluto. Pero las declaraciones y acciones de una serie de líderes religiosos musulmanes residentes en Israel, los políticos palestinos e incluso Gobiernos extranjeros sólo han inflamado y exacerbado una situación ya explosiva.
Más preocupante aún es el sentimiento que subyace a los recientes disturbios, protestas, declaraciones y denuncias. Sean o no “judíos extremistas” quienes subieron al Monte del Templo (en realidad no fueron ellos) y con independencia de si estaba o no previsto, la respuesta violenta y mordaz a estos rumores es indicativa de una falta fundamental de tolerancia a las creencias religiosas del pueblo judío. La incitación se generalizó, proveniente de los sectores políticos y religiosos. El Movimiento Islámico en Israel, en particular, ha hecho grandes esfuerzos para informar a sus fieles que los grupos judíos estaban planeando “profanar”, “provocar una tormenta” o “poner en peligro” la Mezquita de al-Aqsa.
Llenaron autobuses de fieles dispuestos a viajar al lugar a “proteger”el sitio. El sheij Raed Salah, jefe de la rama norte del Movimiento Islámico y uno de los principales provocadores, declaró frente a una multitud: “Vamos a liberar al-Aqsa con sangre y fuego” y afirmó que Israel está tratando de construir una sinagoga en el sitio donde se encuentra la mezquita sagrada.
El primer ministro palestino, Salam Fayad, dijo en una reunión de embajadores extranjeros que los disturbios se debían a “un asalto de los colonos extremistas religiosos en el complejo del Monte del Templo”. El ministerio de Relaciones Exteriores sirio decidió remover la olla demasiado, afirmando que “Damasco cree que la invasión de las fuerzas de seguridad israelíes de al-Aqsa fue parte de un plan de Israel de judaizar Jerusalén y destruir la mezquita”.
Ni una pizca de evidencia ha sido presentada para respaldar cualquiera de estas acusaciones; la razón es que simplemente no son ciertas. Tal incitación infundada sobre uno de los lugares más sensibles de culto en el mundo es increíblemente irresponsable. El efecto desestabilizador de esta agitación socava cualquier pequeña cantidad de confianza que puede haber entre los interlocutores israelíes y palestinos. Además promueve e inflama el odio de árabes y musulmanes, que es igualmente perjudicial para el proyecto de tolerancia y coexistencia en la región.
La invención de mitos acerca de las pretensiones de “salvajes judíos” en los lugares santos musulmanes sólo pueden dañar cualquier perspectiva de la normalización de las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes y musulmanes. Además de la agitación aparece el argumento inquietante: judíos que deseen visitar, o incluso rezar en su lugar más sagrado de culto (el Monte del Templo, y no sólo el Muro Occidental) deben ser vistos como una provocación, y un acto de profanación inaceptable. Jerusalén y el Monte del Templo son una parte indeleble de la conciencia nacional judía. El mismo término empleado para de- signar el movimiento que restablece el Hogar Nacional Judío, el sionismo, se deriva de un sinónimo de Jerusalén, de Sión.
Cada día, tres veces al día, judíos en todo el mundo miran hacia Jerusalén y oran para que pueda ser restaurada a su antigua gloria, algo que han hecho durante casi 2.000 años.
La prohibición del Gobierno de Israel de que judíos recen en el Monte del Templo es una concesión bastante sorprendente a las demandas del Waqf islámico que lo gestiona. Pero la prohibición de que judíos recen en el Monte del Templo no es la única meta.
Una campaña mucho más insidiosa, que reescribe la historia, argumenta que nunca ha habido un templo judío en el sitio, buscando deslegitimar cualquier conexión que Israel y el pueblo judío pueda tener a ella, y por extensión, de la tierra de Israel entera.
En una región que es esclava de una epidemia de teorías de la conspiración, la evidencia arqueológica e histórica fehaciente que acredita la existencia del Segundo Templo lamentablemente no se considera suficiente. La falta de reconocimiento de la relación del pueblo judío con Jerusalén es sintomática de un problema que afecta al núcleo del conflicto político.
El liderazgo político palestino nunca ha aceptado el hecho de que el pueblo judío tiene profundas raíces históricas y estrechas relaciones con la tierra y no simplemente son invasores foráneos que vagaban en la región unas pocas décadas atrás. Los líderes palestinos y musulmanes deben abstenerse de la incitación contra Israel y la deslegitimación de la relación del pueblo judío a la tierra, si pretenden que llegue alguna vez un arreglo político entre las dos partes. Si nunca el pueblo palestino aprecia la profundidad del sentimiento que los judíos tienen para sus lugares sagrados y su patria histórica, el Estado de Israel, en todas las fronteras, siempre será ilegítimo a los ojos de los palestinos y seguirá siendo un objetivo para la eliminación final. Tal actitud constituye un obstáculo enorme para las perspectivas del futuro de la paz entre los dos pueblos.

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