Por Beatriz W. De Rittigstein
A mitad del siglo XIV, una epidemia de peste negra asoló Europa. Ante la tragedia, los judíos fueron usados como chivo expiatorio: se les acusó de envenenar los pozos de agua. Se hicieron juicios formales; se obtuvieron confesiones a través de torturas, en las cuales “revelaron” que “existía una conspiración judía internacional, cuyos emisarios llevaban el veneno con instrucciones rabínicas sobre la forma de contaminar pozos y manantiales”. De este modo, muchos judíos fueron hallados culpables, en varias ciudades fueron linchados o quemados vivos; el odio contra ellos fue incontrolable.
Hace un par de meses, un episodio, uno más en la lista de instigaciones fraguadas, contó con la intervención de un miembro de Rompiendo el Silencio; Yehuda Shaul se refirió al “envenenamiento del suministro de agua”, lo cual nunca ocurrió. Agregó que un “pueblo fue evacuado por un período de varios años”, esto tampoco pasó.
Las autoridades palestinas llevaron la calumnia más allá, acusaron que “Rabbi Shlomo Melamed, jefe del Consejo Rabínico de la Margen Occidental, les dio permiso a los colonos para envenenar el agua potable palestina”. No hay rabino con ese nombre y no existe el Consejo de Rabinos de la Margen Occidental.
La realidad es que desde 1967, la administración civil ha construido una enorme infraestructura en los poblados donde residen los palestinos, llevándoles servicio de agua corriente.
Esa brutal y demonizadora superchería de la Europa medieval fue revivida en el Parlamento Europeo, en junio de este año, cuando Mahmoud Abbas afirmó que rabinos israelíes hicieron llamados a envenenar el agua palestina. Abbas ha venido incitando a la violencia entre los palestinos, hasta el cinismo de difamar a los judíos con una versión semejante al contenido del libelo del agua y los diputados europeos aplaudieron esa falacia judeófoba, originada en el oscurantismo del viejo continente.
El pueblo palestino no tiene un verdadero líder que lo conduzca por la senda de las negociaciones de paz, lo cual traería progreso y bienestar. Mientras tanto, el presidente de la AP, un anciano populista enquistado en el cargo, no muestra la menor voluntad de solucionar las necesidades de su pueblo, atrapado bajo el mando de un gobernante sin consciencia ni responsabilidad.