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Por Isaac Nahón Serfaty
Una imagen comunica más que mil palabras, dice el lugar común. Ocurre con la fotografía que ilustra esta nota. Fue tomada en casa de mi abuelo materno, Salomón Serfaty (en el extremo izquierdo) algún día de abril o mayo de 1945 en ocasión de una fiesta que organizó para celebrar el Día de la Victoria que selló el fin de la Segunda Guerra Mundial y la derrota de la Alemania nazi. Acompañan a mi abuelo el señor Caspi, un judío turco que trabajaba en el consulado inglés; el señor Bengualid, el cónsul británico; Moisés Sananes; Jaime Benolol, y dos señores indios (de la India), además de una mujer (en el extremo derecho) que, según mi madre, debe ser mi tía Mercedes (o podría ser mi tía abuela Berta). Atrás, escoltado por las banderas de Reino Unido y de Estados Unidos, está el retrato de Winston Churchill, el primer ministro británico que prometió a su pueblo “sangre, sudor y lágrimas”, y que con determinación enfrentó a la bestia nazi. Para más señas, la foto fue tomada en la Tetuán del Protectorado, una situación semicolonial que hacía que Marruecos estuviera administrativamente dividido en dos: el norte controlado por España y el sur por Francia. Esta celebración probritánica y proamericana tenía algo de temerario, pues en el “Marruecos español” mandaba Franco, quien oficialmente había sido un aliado de Hitler (recordemos que la División Azul de la España franquista peleó del lado de los alemanes entre 1941 y 1943).
La foto la colocó hace unos días mi primo Abraham Israel en Facebook. Causó revuelo entre primos y tíos, pues resultó todo un descubrimiento. Mi madre, quien sí se acuerda muy bien de ese día, reconoció a la mayoría de las personas en la foto. Recordó además con claridad que mi abuelo pidió que se prepararan platos sin carne en consideración con los invitados hindúes que asistirían. Esa celebración del Día de la Victoria era, además de una ocasión de regocijo por el fin de la terrible guerra, un punto que marcaba el inicio de un nuevo orden en el mundo. La bandera de Estados Unidos allí es señal de un “cambio de guardia” geopolítico. Aunque el estandarte británico, coronado por el retrato del gran Churchill, podía dar la impresión de que el Imperio de Su Majestad seguía en pie, la verdad era que entraba en decadencia, como lo confirmarían la independencia de la India y de tantas otras colonias unos años después. Estados Unidos, cuyos soldados entregaron sus vidas para liberar a Europa, asumiría un papel fundamental en la reconstrucción del Viejo Continente, y pasaría a ser la principal potencia mundial, en competencia con la Unión Soviética. Un nuevo orden se instalaba.
Ese nuevo orden trajo muchos cambios. Dividió al mundo en dos bloques: el capitalista-democrático y el comunista-soviético. También desató un proceso de descolonización en Asia, África y América. Sin duda contribuyó al nacimiento del Estado de Israel, otro momento histórico que fue celebrado con mucha alegría en casa de mi abuelo Salomón, como me lo ha contado mi madre. La ola de descolonización llegó por supuesto a Marruecos, que se convirtió en país independiente en 1956. El conflicto árabe-israelí enrareció el clima de relativa convivencia pacífica que había existido entre marroquíes musulmanes y judíos. Aunque en Marruecos no se llegó a los extremos que se vivieron en otros países árabes, la mayoría de los judíos decidió emigrar ante el riesgo de persecución y hostigamiento.
Es posible que ese nuevo orden, que nació de la victoria aliada y que se transformó en un mundo unipolar con la caída de la Unión Soviética, esté llegando a su fin. El otro día leí a un analista israelí que sintetizaba en una poderosa imagen la transición que se está produciendo: “En la plaza Tahrir de El Cairo la hegemonía de Occidente se está esfumando”. Este nuevo orden que está naciendo trae más preguntas que respuestas, más incertidumbre, y muchos temores. ¿Qué foto nos tomaremos para marcar este nuevo orden? ¿Podremos llamarlo el Día de la Victoria? ¿De la victoria de quién?
Fuente: Nuevo Mundo Israelita

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