Por Nathan Novik
Cualquier persona medianamente culta, conoce de la persecución y discriminación que en diferentes lugares del planeta han tenido estos últimos 2000 años quienes tienen ancestros judaicos. Esto, desde su misma expulsión de Judea por los romanos, culminando con el holocausto nazi.
Teniendo en consideración esa realidad histórica irrefutable, es que en términos prácticos, Israel como país, pasa a ser una especie de “seguro” ante las posibles persecuciones y/o discriminaciones que, por el peso de la historia de estos últimos 2000 años, puedan seguir aconteciendo a quienes tienen ancestros judaicos. No se puede pretender que “ya no habrán más persecuciones” porque el hombre ha aprendido a ser más tolerante. Desafortunadamente eso no es así. La judeofobia es un fenómeno cultural muy profundo que ha sido alimentado por años y años, de generación a generación. Hay familias que alimentan ese tipo de odio a sus niños desde pequeños. Sigue existiendo ese odio, expresado de muchos modos y en muchas partes. Israel representa actualmente, entre otros aspectos, un lugar para que los judíos que lo requieran, puedan disponer de un país que será un refugio, donde gozarán de plena libertad para que ellos y sus familias se desenvuelvan como lo estimen conveniente, en todos los aspectos de la vida, sin que nadie les grite odiosidades o que directamente los agredan. Es el único país donde siempre se sentirán “en su casa”, más allá de los avatares políticos del país.
Ser antisionista significa en la práctica, el promover que los judíos de este planeta queden sin un amparo y, en términos prácticos, esto significa favorecer su potencial exterminio, o a lo menos su persecución y/o discriminación. De lo anterior podemos inferir que declararse antisionista es, de hecho y en la práctica, transformarse quizás inconcientemente, en antisemita o judeófobo.