Por Beatriz W. De Rittigstein
Tras el fallecimiento de Shimon Peres, se le rindieron emotivos y muy merecidos homenajes. Mucho se escribió acerca de su vida y de su formidable obra, estrechamente vinculada al renacimiento del Estado de Israel, ya que en cada referencia histórica se percibe su presencia.
En uno de esos capítulos, Peres convenció a Rabin en su empeño de negociar la paz con sus vecinos. Estaba persuadido de que los asuntos económicos son cruciales. Así, amplias cuotas de los Acuerdos de Oslo se basan en un gran desarrollo, pues vislumbró una región próspera, que integrara a Egipto, Jordania y a los palestinos.
La idea dio resultados, las negociaciones lograron éxitos tangibles que pudieron haber modificado el Medio Oriente. Pero, el proceso se truncó debido a los embates terroristas perpetrados por radicales palestinos que buscaron su fracaso.
Arafat no combatió la violencia. Demostró que, tras décadas de asesinar tanto a israelíes a través del terror, como a sus coterráneos que competían por el liderazgo, no fue capaz de transformarse en un estadista real que condujera a su pueblo hacía un futuro promisorio.
De hecho, Arafat no fue la contraparte indispensable. No construyó una democracia que habría dado simetría a las dos partes negociadoras. Por el contrario, fue un depredador que estableció una mafia corrupta y como consecuencia trajo el triunfo electoral de Hamas en Gaza; luego, la expulsión de Fatah del enclave costero.
Con frecuencia, las arengas de Arafat en árabe instigaron contra Israel; de ese modo incumplió con una de las condiciones básicas de los Acuerdos de Oslo: generar un buen ambiente entre ambos pueblos. La ciudadanía israelí sufrió cruentos ataques terroristas, con los cuales constató que el proceso de paz no redundaba en mayor seguridad.
Tal vez análogo al relato de la rana y el escorpión, el veneno de Arafat contaminó lo pactado. Cabe la posibilidad que para el presidente de la Autoridad Palestina, los convenios sólo fueron un cambio de táctica en el viejo plan por fases que buscaba la destrucción de Israel, pero con una nueva y útil imagen ante un mundo ingenuo.
Eran tantas las ansias de alcanzar la paz, que Peres y Rabin cometieron la seria falla de no exigir de forma contundente el acatamiento de la letra de los Acuerdos de Oslo.