En 1947 la Organización de Naciones Unidas (ONU) votó la partición de la Palestina histórica (no de todo su territorio histórico, pues el 75% lo ocupaba ya Jordania) en dos estados: uno judío y otro árabe. Jerusalén sería internacionalizada.
Los judíos aceptaron dicha resolución y proclamaron la independencia; los dirigentes árabes la rechazaron e invadieron al nuevo Estado de Israel, este hecho vendría a ser registrado en la historia moderna como la Guerra de Independencia israelí de 1948.
El llamado de los dirigentes musulmanes era la «guerra santa» para «echar a los infieles al mar», una guerra de exterminio. Las exhortaciones a la población árabe a abandonar sus hogares y sumarse a las fuerzas invasoras eran permanentes. Pero el resultado de la guerra sorprendió al mundo, pues los judíos triunfaron, consolidaron su Estado, y el grueso del territorio adjudicado al estado árabe fue ocupado por Egipto (Gaza) y Jordania (Cisjordania y Jerusalén oriental).
Tras la derrota militar, los gobiernos árabes impusieron a los palestinos la permanencia en campos de refugiados. Es decir: los -en aquel momento- 700 mil palestinos que abandonaron sus hogares no fueron integrados al resto de la población de Jordania, Siria, Irak o Egipto. Y ello a pesar de que tenían la misma lengua y religión; y al hecho de que no existía aún una voluntad nacional palestina autónoma del mundo árabe.
De aquellos campamentos, que ni siquiera los miles de millones de dólares producto del petróleo «pudieron» erradicar, surgieron todas las organizaciones terroristas palestinas, alimentadas en un odio irracional a «los cristianos, judíos y sionistas».
Más de medio siglo después, nadie puede afirmar seriamente que la falta de solución para dichos refugiados se debió a la carencia de medios. Fue en realidad la falta de voluntad árabe de hacerlo lo que mantuvo a los refugiados en su triste situación. ¿Por qué? Simplemente porque de ese modo tenían un arma propagandística para oponerse a todo acuerdo pacifico contra Israel. Más de veinte países árabes, con millones de kilómetros cuadrados, obviamente poseían infinitos más recursos que Israel para integrarlos.
La diferencia es que los judíos, en menos de 30 mil km2, absorbieron en dicho periodo a unos 3 millones de inmigrantes, mientras los gobiernos árabes utilizaron a los suyos como arma política. Una opción muy triste, decidida por los verdaderos culpables de la «nakba» palestina.
Fuente: Agencias